Página 10 - enero2015

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formando el
mosaico
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Por Mtra. Frida Proskawer Espinosa, egresada de la Maestría en Lectoescritura para la Educación
Ilustración: Cristina Bermúdez Flores, alumna de la licenciatura en Diseño en Interacción y Animación Digital
L
os seres humanos, desde que somos concebidos, tenemos
una vinculación afectiva estrecha, intensa y duradera hacia
nuestra madre por medio de la interacción mutua y la depen-
dencia tanto emocional como física hacia ella. Ésta vinculación
surge debido a la dependencia, a la proximidad y a los momentos
donde se detecta algún peligro, ya que, lo que en realidad se busca,
es una sensación de consuelo, seguridad y sobre todo de protección.
Esta
vinculación
es mejor conocida como
“apego”
y ha existido en
nosotros desde siempre, desde que somos concebidos, es por esta
razón, que el concepto
“desapego”
el polo opuesto, es algo impen-
sable, inconcebible e inimaginable para nuestro ser.
El apego se va transformando al paso de los años, por supuesto, sin
perder su esencia conformada por esta dependencia, por esta sensa-
ción de seguridad y protección la cual se convierte en una adicción
que crece a la par nuestra. Esta sensación adictiva ahora no solo se
comparte con la madre o el padre, es extendida hacia otros integran-
tes de la familia, los amigos y en su momento, principalmente a la
pareja sentimental, debido a que emocionalmente se está seguro de
que “la otra persona” estará ahí incondicionalmente. Esta situación
nos conlleva a crear un
“modelo mental”
de una relación, el cual
se basa en la empatía, la comunicación emocional, la autoestima
y la intimidad, pudiendo transformarse en lo que comúnmente co-
nocemos como
“amor”.
Esta transformación se fortalece o se debilita conforme a nuestras
experiencias de vida, edad y a las necesidades de cada individuo,
las cuales son el reflejo de nuestra niñez; por ejemplo, si en nuestra
infancia estuvimos estrechamente vinculados hacia nuestra madre o
padre, esta vinculación será extensiva hacia nuestra pareja, en cam-
bio, si tuvimos la ausencia de alguna de estas figuras prioritarias en
nuestro desarrollo también se verá reflejado en las relaciones futuras.
La mayoría de personas con las que he compartido experiencias
de vida, alguna vez han mencionado frases como “no puedo vivir
sin él/ ella” o “sin él/ella nada tiene sentido” estas frases que pu-
dieran interpretarse como un amor incondicional pero en el fondo
encierran algo a lo que yo le llamo un
“apego adictivo”
que en
algunos casos se transforma en enfermizo, surgiendo así la
co-
dependencia emocional.
Uno de los síntomas más característicos de codependencia es el
compromiso más allá de lo razonable, y generalmente con la particu-
laridad de no ser correspondido. Nuestra propia exigencia imposibi-
lita la reciprocidad que sería de esperar en cualquier relación sana.
No sólo se manifiesta en las relaciones de pareja; en general existe
una evidente predisposición a solucionar los problemas de todo el
mundo, exceptuando de los propios, que se dejan a un lado o simple-
mente se olvidan. En pocas palabras, el peso de la responsabilidad
sobre los actos que pertenecen a otros lo asumimos como propio.
Cuando el ser humano se vuelve dependiente de algo ya sea
físico, psicológico o emocional se convierte en un
adicto.
Mi
pregunta es ¿qué sucede con nosotros cuando ese objeto de de-
pendencia y apego mejor conocido como
“adicción”
ya no figura
más en nuestra vida? Definitivamente creo que para esta pregun-
ta no existiría una respuesta única o concreta, ya que la sensa-
ción que se experimenta debido a las ausencias es inexplicable, el
mundo se derrumba, el vacío es infinito, la desesperación aumen-
ta a cada minuto, cada segundo, al igual que la desolación y la im-
potencia ¿La solución? Simple, se le conoce como DESAPEGO.
Una de las mejores definiciones de
desapego
es “la determi-
nación de ser libre”. Así es, simplemente es “dejar ir”. El desa-
pego es mantener la paz, la calma y la cordura cuando no está
en nuestras manos el poder cambiar o controlar algo. En vez de
reaccionar negativamente, con enojo, frustración, desesperación,
impotencia e infelicidad ante una situación como generalmente lo
conduce nuestra naturaleza humana, la persona que practica el
desapego se queda tranquila y vuelve a intentarlo. Así logra paz y
fuerza interior, refleja valentía.
Al practicar el desapego, renunciamos a ser víctimas, nos
despojamos de la culpabilidad y dejamos atrás la necesidad de
juzgar y controlar a los demás, demostrando a su vez un amor
más grande y complejo:
el amor propio.
Cuando estamos dis-
puestos a controlar los impulsos negativos y destructivos, cuando
tomamos conciencia de querer nuestra verdadera libertad logra-
mos ver con claridad el verdadero amor y el compromiso hacia
nosotros mismos.
La existencia no admite representantes
“Porque nadie puede saber por ti.
Nadie puede crecer por ti.
Nadie puede buscar por ti
Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer.
La existencia no admite representantes”
Jorge Bucay.