Página 14 - enero2015

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formando el
mosaico
[ 14 ]
Por Elena Gizli
Ilustración: María Lissette Rojas Tejeda
P
or naturaleza los seres humanos somos afectivos, ten-
demos a encariñarnos con las personas o las cosas que
necesitamos y quizá, en algunos casos incluso depen-
demos de ellas. Sin embargo no todo es para siempre,
la vida sigue un curso que va marcando el tiempo y que no se
puede parar, es inevitable que el tiempo siga su curso y que junto
con él, las cosas vayan cambiando.
Les narraré una historia que puede ejemplificar de manera perfecta
el fin de un ciclo y lo difícil que puede llegar a ser.
Cuando éramos pequeñas, mi hermana Rocío tenía un suéter
color rojo que le encantaba, iba con él a todas partes y no dejaba
ni que lo lavaran. El tiempo pasó, fue creciendo y el suéter ya no
le quedaba, sin embargo ella seguía usándolo todo el día. Cier-
to día llegó nuestra mamá y le dijo que era momento de soltarlo,
que debía regalarlo a alguien más que lo necesitara y que le que-
dara, ya que en su cuerpecito un poco más grande, el suéter ya
no cumplía su función. Rocío lloró y no quiso entregar su prenda.
En una ocasión, mi madre, que ya llevaba tiempo observando el
comportamiento de Rocío, tuvo la oportunidad de regalarlo, pues
ella se encontraba en la escuela; mas no lo hizo, esperó a que
llegara de la escuela y a que estuviera lista para ella misma decir
adiós a su amado suéter.
Poco tiempo después, mamá insistió una vez más en que era
momento de regalar la ropa que ya no nos quedaba. Rocío se
negó rotundamente a entregar su prenda favorita aunque ya ni
CERRANDO PUERTAS, ABRIENDO CAMINOS
siquiera le entraba. Mamá con todo el dolor en la cara le dijo:
“Rocío ya es momento de que sueltes ese suéter”. Y se lo quitó
de las manos. Rocío lloró y lloró pero cuando paró, su cara se veía
mucho más tranquila. Noté que buscaba reemplazar ese suéter, lo
intentó con algunos otros que tenía, pero no lo logró.
De esta historia han pasado 15 años y a veces bromeando,
Rocío aún recuerda la anécdota del suéter rojo del que no se
quería desprender.
Pues bien, me parece que muchas veces tendemos a ciclarnos
con algunas cosas, no queremos darnos cuenta que el fin del
ciclo ha llegado y deseamos seguir aferrados a ellas. Esto suele
suceder mucho en las relaciones interpersonales que tenemos;
somos personas y todos cambiamos. Quizá en un inicio nos en-
contrábamos muy a gusto con alguien, pero con el tiempo, cam-
biamos y puede ocurrir que los intereses cambien y no queramos
aceptar que es mejor cerrar el ciclo para no lastimar a la otra
persona y a nosotros mismos, pero es mejor hacerlo ya que de
otra manera, a la larga las situaciones pueden empeorar.
Cada persona sabe cómo cerrar un ciclo en su vida y también
sabe que no hay una receta que sea aplicable en cualquier si-
tuación, sino que debe ir poco a poco descubriendo la manera
de concluir, de forma en que pueda mirar atrás sin tristeza y sin
miedo y pueda felizmente poco a poco construir un nuevo camino
que lo lleve a horizontes desconocidos, con nuevas experiencias
a vivir, nuevos trazos a realizar y nuevas historias que contar.