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67 Ante las ideas elitistas que se tienen sobre la cultura, resulta oportuna una sección dentro de una revista institucional para reflexionar y ampliar estas nociones, especialmente si tomamos en cuenta que la Universidad tiene entre sus fines principales ofrecer espacios para la diversidad y la expresión cultural. Resulta relevante, entonces, discutir la relación entre cultura e identidad, territorio, economía, globalización, diversidad, modos de vida y de producción, tradiciones, gastronomía, música, indumentaria, espacios culturales y naturaleza, entre otros. El medio ambiente natural y la estética están íntimamente relacionados al igual que la cultura y la naturaleza. Sin embargo, generalmente asociamos la cultura a concepciones restringidas vinculadas sólo al divertimento y a las bellas artes. Ambas, cultura y acto creativo, se nutren del entorno y de la diversidad. Juan Acha relaciona medio ambiente y cultura a través del concepto “Ecoestética”: La germinación de la cultura estética comienza en el individuo con el aprendizaje sensorial y con la realidad circundante que le imprime a su sensibilidad huellas profundas. La modelación de la cultura estética es ecológica, más que de enseñanzas verbales […] Cabe, pues, señalar la existencia de toda una ecoestética que moldea la sensibilidad mediante las siguientes normas: el mundo de los objetos, en el que predominan los artesanales, los artísticos y los diseñados, una demoecología con sus comportamientos y aditamentos corporales; finalmente, un espacio intelectual, que varía de acuerdo con la cultura hegemónica y con la popular, ambas presentes en todas partes, aunque en diferente proporción y nunca en separación tajante. (Acha, 1988: 31). Es así que esta concepción resulta fundamental para comprender la diversidad cultural así como las expresiones y productos culturales que día a día nos brinda nuestro contexto, región y entorno ecológico. Nuestro contexto urbano o natural va definiendo nuestros comportamientos, actitudes y modos de vida. De este modo, relacionar cultura con manifestaciones cercanas a la belleza limita la multiplicidad de campos de reflexión que ella brinda y, sobre todo, su aportación al desarrollo social. Por más de dieciséis años, Papalote Museo del Niño ha logrado convertirse en uno de los museos más visitados del país, por debajo del Museo de Antropología e Historia. Esto responde, entre otras cosas, a su programa educativo dedicado a vincular escuelas públicas y privadas al museo, así como al ejemplar trabajo de su directora general, Marinela Servitje, en cuanto a la procuración de fondos para el apoyo a entradas a niños de escasos recursos. También hay que señalar el programa “Papalote Móvil” consistente en llevar las exhibiciones de este museo a 27 estados de la república con el apoyo de los gobiernos en turno así como de patrocinadores privados. El alcance del Museo Papalote se extiende a la creación de otros museos interactivos para niños en algunos estados de la república, que replican el mismo concepto. Tal es el caso del Museo del Laberinto en San Luis Potosí; el Museo Rehilete en Pachuca; el Trompo Mágico en Guadalajara; la Avispa en Chilpancingo e Imagina Museo Interactivo en Puebla. Sin embargo, el servicio que Papalote ofrece en asesorías para la creación de estos espacios no implican réplicas sino “trajes a la medida”, con personalidades y necesidades propias. En Monterrey, a partir de diversos estudios de mercado, de la disponibilidad de los gobiernos estatal y municipal, así como del interés de empresas y particulares, resultó oportuno generar dentro del Parque Fundidora un museo interactivo infantil con un enfoque centrado en la sustentabilidad y con un diseño innovador: Papalote Verde. Este espacio jugará un papel fundamental en temas vinculados con la educación ambiental y dirigido a un público que necesariamente multiplicará

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