80 primavera - Verano 2010 A cambio de ello –añadía– lo que en la actualidad predomina es la práctica de la repetición mecánica de presuntas verdades difundidas por las autoridades de nuestro tiempo sin haber sido procesadas-filtradasanalizadas-reflexionadas. Sobre las causas de esta sequía del pensamiento, Pietro Ameglio planteaba lo que ya implícitamente había puesto en evidencia el poeta anglo-norteamericano T. S. Eliot desde 1934 en aquellos célebres versos de The Rock que, en la traducción de Jorge Luis Borges, dicen: ¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir? ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?1 Un par de décadas antes de la masificación de la televisión y medio siglo antes de la aparición de Internet, Eliot advirtió los peligros de suponer que hay una relación causal mecánica entre informaciónconocimiento-acción que, ajena a la voluntad humana, hiciera que la sobreabundancia de información se tradujera automáticamente en conocimiento y que éste indefectiblemente derivara en decisiones sabias y vidas virtuosas; proceso –además– por razón de cuya naturalidad, pudiéramos abandonarlo dócilmente en las manos del mercado. Como ha pasado con demasiada frecuencia, la voz de la poesía tampoco fue escuchada entonces y, así, terminó configurándose el escenario al que me referí al inicio. Escenario en el que con toda lógica ocurre lo que Kundera, Simone, Sartori y un número importante de críticos de la cultura contemporánea han reiterado: la educación ya no ocurre más en el ámbito de la socialidad, de la familia y la escuela, sino en el marco de la relación entre los medios y sus consumidores. Cosa similar podríamos decir del poder, que hoy por hoy tampoco corre por los cauces habituales ni del modo como se supondría debiera ocurrir. Hace veinte años Jean Baudrillard escribió uno de los libros más sugerentes de los últimos tiempos: La transparencia del mal (1991). Tal libro fue redactado bajo el influjo de una peculiar convicción epistemológica que se expresaba en el primero de los dos epígrafes de autor anónimo que Baudrillard eligió a manera de prólogo: “Ya que el mundo adopta un curso delirante, debemos adoptar sobre él un punto de vista delirante.” (1991: 7) 1 En el original: Where is the life we have lost in living? Where is the wisdom we have lost in knowledge? Where is the knowledge we have lost in information? En el vertiginoso inicio de La transparencia del mal, Baudrillard caracteriza el estado de cosas en el mundo contemporáneo como el propio de la resaca tras la orgía de la modernidad, entendida como un movimiento de liberación en todos los campos de la actividad humana. Una liberación que debemos entender en dos sentidos complementarios: como una aceleración de las dinámicas y fuerzas en cada campo, con el consecuente rebasamiento o transgresión de los límites que las confinaban; y como el desmantelamiento de la relación que había entre esas fuerzas y esos campos, con su consecuente autonomización. El final del primer párrafo decía: Ha habido una orgía total, de lo real, de lo racional, de lo sexual, de la crítica y de la anticrítica, del crecimiento y de la crisis de crecimiento. Hemos recorrido todos los caminos de la producción y de la superproducción virtual de objetos, de signos, de mensajes, de ideologías, de placeres. Hoy todo está liberado, las cartas están echadas y nos reencontramos colectivamente ante la pregunta crucial: ¿qué hacer después de la orgía? (: 9) Acto seguido, Baudrillard proponía una primera respuesta, digamos cínica, aunque cargada de una profunda amargura: “ya sólo podemos simular la orgía y la liberación, fingir que seguimos acelerando en el mismo sentido, pero en realidad aceleramos en el vacío […]” (: 9) En el fondo, Ameglio, Eliot y Baudrillard, como tantos otros, nos hablan de un mismo acontecimiento: el monumental fracaso de la versión hegemónica de la modernidad que ha sido protagónica al menos durante los dos últimos siglos. Esa modernidad ilustrada que, ingenuamente (perversamente, dirían otros), le confió su alma a la técnica y al método. Esa modernidad acumulativa y excluyente. La modernidad de los monopolios y la competitividad que hace pasar a los “perdedores” como daños colaterales del inevitable darwinismo social. Esa modernidad ha fracasado palmariamente para efectos de la dignidad humana. Sin embargo, no hay motivo de fiesta en ello. No lo habrá mientras tantos, como ocurre cada día, continuemos asistiendo al vertiginoso proceso de deterioro de las condiciones para la vida en general y para la vida digna en particular, como quien mira no la realidad sino un espectáculo que no le atañe, salvo para fines de entretenimiento. Así, pues, la viabilidad de nuestro mundo, en lo inmediato y con urgencia, pasa por recuperar el margen
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