Rúbricas 3

12 Primavera - Verano 2012 Introducción La energía que usamos en el planeta proviene del sol; se conserva y se transforma, pero en cada transformación pierde calidad. En los procesos energéticos no hay reversibilidad ni reciclaje. La energía, por su naturaleza entrópica tiene sólo un sentido en su devenir: degradarse. Por eso el sistema económico de producción industrializada necesita una entrada de energía exógena constante. Las relaciones entre la energía y la economía las desmitificó brillantemente Nicholas Georgescu-Roegen en su libro La ley de la entropía y el proceso económico (1971) y en el ensayo “Energía y mitos económicos” (1975), donde expuso que el modelo económico industrial, el cual busca el crecimiento sin límites, está condenado a un colapso por la ficción de creer que genera valor y riqueza, cuando en realidad transforma ecosistemas, recursos y biomasa de baja entropía, en calor y emisiones atmosféricas de alta entropía. A poco más de cuarenta años de la publicación de su libro, el cambio climático global, la crisis ambiental global y la desigualdad social hacen evidente que el sistema económico consumista, basado en la racionalidad de la economía neoliberal, no es sustentable ni puede sostenerse a largo plazo. La energía, como entidad física que puede transformarse en trabajo productivo y en calor, ha sido un recurso de vital importancia para la humanidad a lo largo de la historia. Cuando una sociedad dispone de los medios, instituciones y mecanismos (de mercado y tecnología) para proveer energía eléctrica y calorífica de forma masiva en suficiente cantidad y calidad, su población tiene mayores posibilidades para desenvolver su potencial humano y económico, así como para mejorar su calidad de vida. Hay varios estudios que demuestran que el índice de desarrollo humano (idh) tiene estrecha relación con la disponibilidad de energía (Woldember, 2003), ya que habilita posibilidades reales para aumentar la esperanza de vida y los ingresos per cápita, y hacer funcionar medios para mejorar la educación. La disponibilidad de energía eléctrica y térmica es algo más importante que un simple comodity, es un medio para vivir con bienestar y tener probabilidades para prosperar en todos los aspectos sociales. En los países de poca o baja industrialización, la energía no comercial, derivada principalmente de la biomasa, como la leña, rastrojos y estiércol, permite que millones de personas de escasos recursos monetarios (un tercio de la población mundial) puedan cocinar y tener calefacción en sus hogares, para lo cual, mujeres y niños tienen que caminar largas distancias en jornadas de recolección de leña, exponiendo su salud por la inhalación de humo al cocinar. En contraste, en las sociedades consumistas de altos ingresos per cápita, el dispendio energético se caracteriza por el derroche de energía derivada principalmente de combustibles fósiles, que además de agotar los recursos no renovables de muchas regiones del mundo, ha provocado la pérdida de ecosistemas y ha llevado a la humanidad a la mayor crisis ambiental que haya enfrentado: el cambio climático global generado por las emisiones de gases de efecto invernadero. México en la encrucijada energética internacional México, gracias a la expropiación de la industria del petróleo y la nacionalización de los recursos naturales del subsuelo, tuvo la posibilidad de incorporarse a la modernidad e impulsar su sector productivo de bienes y servicios, al tener disponibles suficientes recursos energéticos y posteriormente recibir cuantiosos ingresos por la exportación de petróleo, que le han permitido construir buena parte de la infraestructura nacional, impulsar el desarrollo de los sistemas educativo y de salud, y la propia industria nacional. Sin embargo, a 75 años de la nacionalización, el país tiene una fuerte dependencia de los ingresos petroleros, sin haber logrado diversificar suficientemente su economía ni haber desarrollado la tecnología que le permita transitar al aprovechamiento sustentable de nuevas fuentes de energía renovable cuando se agoten sus recursos petroleros, lo que se prevé en un futuro no tan lejano. En el contexto internacional, la competencia por la posesión de las fuentes de energía fósil y el control del mercado de hidrocarburos ha tenido un rol central en la geopolítica y en las relaciones entre países. La lucha por la posesión de los recursos fósiles ha marcado la historia de muchas regiones y pueblos desde finales del siglo xix hasta el presente. Los países del norte, apoyados en su desarrollo tecnológico, han aprovechado los recursos energéticos del sur para alimentar la combustión de los motores de sus economías, enarbolando la cultura del consumismo y el culto al automóvil. En las últimas décadas, el modelo económico basado en el crecimiento, acelerado por la revolución informática, ha encontrado mejores condiciones para facilitar el consumo exacerbado, no sólo de gadgets, sino de todo tipo de materias de la naturaleza. Para que funcione la maquinaria mundial, las economías del norte consumen aproximadamente 80% de la producción de combustibles fósiles. Los resultados en cuanto a impactos por usos y contaminación, por desechos y emisiones tanto en la producción como en el consumo son alarmantes, pero más aún es el calentamiento global, el cual está provocando cambios climáticos que no todas las sociedades tienen la capacidad para enfrentar o adaptarse, ya que eso requiere liquidez financiera y capacidad de respuesta técnica e institucional. En un sistema global, en el que las asignaciones de los beneficios de la producción se hacen vía libre mercado, ante fenómenos como sequías, inundaciones y pérdida de la fertilidad del suelo, entre otros, las sociedades del sur, con bajos recursos monetarios, son las más afectadas por el cambio climático en detrimento de sus condiciones de vida y, en muchos casos, con la marginación o migración de sus miembros más vulnerables.

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