Rúbricas 3

60 Primavera - Verano 2012 IV. De ahí también que los autores afirmen: En la conformación del mito sobre el “mestizo”, se agita una voluntad de legitimar el poder que sustituye la democracia real con una mitología que ofrece cohesión social imaginaria, una ilusión que el nacionalismo brinda de una supuesta armonización de intereses y mentalidades en el cuerpo de una raza privilegiada. Los “criollos” en su posición de clases dominantes encontraron de suma utilidad este mito para así mantener sus privilegios y continuar consolidando en sí mismos un sentimiento de superioridad esencial que continuó nutriendo las fracturas históricas[…] (por su carácter de referentes dominantes, culturales y biológicos de ese mestizaje, manifestado en el ideal del blanqueamiento nunca alcanzado), lo que enfatiza una distancia que no puede remontarse. Así, en la sociedad mexicana, el criollo necesita al mestizo para legitimar su superioridad, como el mestizo al indio. V. Los autores afirman que las consecuencias de sostener y reproducir esta identidad son mucho más graves, para la sociedad en su conjunto, de lo que se ha querido reconocer, sobre todo, a la luz de las grandes trasformaciones societales que caracterizan nuestra contemporaneidad en crisis. Una crisis generalizada en la relación entre Estado y nación y de la relación entre estados nacionales entre sí, que se expresa, entre otros aspectos, en la falta de correspondencia creciente entre Estado e identidad nacional, que el símbolo de la Estela de Luz representa, y en la reconfiguración de tiempos y espacios, identificaciones, sentidos y pertenencias de los sujetos individuales y colectivos, lo que, de acuerdo con los autores, […] ha desencadenado una crisis de las estructuras sociales y el resquebrajamiento de referentes identitarios que aseguraban algún sentido de la vida individual y social: Una ruptura o desarticulación de las mediaciones institucionales y simbólicas del pasado (Bartra, 1994), un proceso de reordenamiento y profundización de diferencias y desigualdades (García Canclini, 2006) y un resquebrajamiento de los protocolos de interculturalidad que, aunque frágiles, lograban cierta cohesión social. Ciertamente, como afirman, la interpretación de los acontecimientos fundacionales que dieron origen a la moderna nación mexicana sigue siendo polémica, dolorosa y frustrante, así como un obstáculo en la reconstrucción del tejido social, la reforma del Estado y la elaboración de pistas de acción conjuntas (María E. Sánchez, 2006). Pero su comprensión se vuelve aún más compleja ante la evidencia del resquebrajamiento de la soberanía estatal sobre las relaciones sociales, económicas y culturales territoriales, por el que el Estado deviene en una entidad básicamente punitiva, orientada fundamentalmente a reprimir el descontento creciente y sus muy diversas manifestaciones. Tal vez, las violencias prevalecientes y la forma en que se las enfrenta desde el poder formal, lo mismo que el distanciamiento y encerramiento de crecientes segmentos sociales, que se manifiestan en la creciente desconfianza social y en los múltiples dispositivos defensivos que ensayamos unos más que otros, en nuestra cotidianidad plagada de miedos e incertidumbres, pueden encontrar alguna explicación en estos procesos complejos. Por todo lo anterior, lo que se desprende del análisis de nuestra identidad dominante, tal como lo proponen Maru y Jorge, es la urgencia de un nuevo proyecto societal, que sólo puede realizarse por la reconfiguración del sistema político y de las identidades sociales hacia un posible escenario de construcción de horizontalidades económicas, políticas y simbólicas. De una igualdad sin homogeneización y de un reconocimiento de las diferencias sin discriminación. Se trata, en suma, de un proyecto en el que todos estamos implicados. El racismo (aun aquel que se disfraza de buenas maneras) sigue siendo una fuerza ideológica viva y actuante que se transforma y determina las diferencias, asigna los roles social y de género, establece las jerarquías y da sustento al sistema de dominación. El racismo lejos de desaparecer, se refuerza y sigue permeando nuestra identidad colectiva por mediación del mito mestizo y por la negación de sus manifestaciones. Sólo asumiendo esta condición, podemos aspirar a superarla. Este libro imprescindible está llamado a interpelar e incomodar la placidez de las buenas conciencias, de los espíritus conservadores que no quieren ser tocados en sus seguridades, mientras el tejido social se deshace en medio de las más diversas violencias, inequidades e injusticias. En este trastocar de conciencias, este libro es un arma para poder librar una batalla mayor: la batalla por deconstruir y reorientar las relaciones dominantes en nuestro país, y aquella que nos lleva a enfrentar nuestros propios condicionamientos y demonios interiores, esos que nos impiden descubrir el cristal oculto debajo del espejo en el que miramos nuestra identidad inventada, para poder mirar el rostro del otro en su diferencia constituyente y en su absoluta dignidad y, sólo así, atrevernos a levantar puentes que remonten el abismo de incomprensión que nos separa para ir a su encuentro y, al fin, poder mirarnos sin vergüenza a nosotros mismos.

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