27 que vale la pena o no tener como objeto de análisis y reflexión crítica, precisamente aquello que la elude. Si la felicidad es una búsqueda lícita y confesa, la sustentabilidad de toda acción humana no puede ir en sentido opuesto, no obstante que los medios vayan en contra de la naturaleza de lo sublime que subyace en lo trivial de cuanto es visible a través de la microfísica del mundo de la vida cotidiana, ámbito donde se entrecruzan las interacciones de lo físico y lo social y donde lo regional y lo local pueden ser también representación de lo diminuto, dando validez a la mirada de Framptom o Marina Waisman. Además, porque desde la mirada de lo micro, los individuos que comúnmente son entendidos como entidades biológicas, se truecan en personas y, a partir de sus roles sociales, se localizan en la incertidumbre de la complejidad y ya no sólo cuentan como casos o como compartimentos estancos. Por consiguiente, las nociones de desarrollo y sustentabilidad basadas en la certidumbre y la objetividad economicista no ofrecen seguridad ontológica respecto al acercamiento a la construcción de las condiciones favorables para el logro de la felicidad, que es la finalidad última e íntima de todo ser humano. No obstante que la complejidad de su naturaleza dificulta considerarla, lo relevante es asumir que no puede marginársele de un modelo basado unívocamente en criterios cuantitativistas. Ante esto cabe preguntarse si acaso ¿no es insuficiente como inobjetable la apuesta del modelo cuando plantea su orientación de no comprometer el futuro de las generaciones venideras, pero sin pronunciarse explícitamente al tipo de generaciones futuras que alude? Sin duda, este es un problema evidente en distintas escalas de relaciones asimétricas donde la aspiración de equidad brilla por su ausencia. En ese contexto, nuestra perspectiva acerca de la inserción del quehacer arquitectónico dentro del modelo de desarrollo sustentable, lo asume a partir de una mirada conceptual que vigorice el sentido humanístico como soporte para allegar felicidad y el compromiso moral con el medio y las personas pertinente al hacer del diseño y al hecho arquitectónico. En ese sentido, los referentes teóricos y metodológicos deberían ser el mundo de la vida cotidiana y la sensualidad. El mundo de la vida cotidiana y sus complejidades como ámbito social y físico donde las personas se reproducen a sí mismas y al gran mundo; a su mundo como pequeño mundo y a la sociedad como gran mundo. El mundo de la vida cotidiana donde la sensualidad se expresa como la mixtura de la capacidad personal para combinar las experiencias en las que intervienen los sentidos y la mediación de los recuerdos. De ese modo, proponemos a la intencionalidad como contribución para el quehacer del diseño urbano/arquitectónico, ya que ésta es la bujía viva en la mente del diseñador desde las fases iniciales del proceso de proyectación. La intencionalidad como búsqueda para despertar, en las personas situadas dentro de los contextos urbano/arquitectónicos, la apropiación de las formas construidas como una necesidad. La intencionalidad, en tal sentido, supone a las personas y a la apropiación de un modo distinto a como tradicionalmente se las estudia. Las personas (destinatarias o no de los espacios urbano/arquitectónicos) se asumen como entidades complejas más que como simples usuarios. Y a la apropiación (de las formas y espacios urbano/arquitectónicos) como procesos temporales estimulados por la imaginación y la sensibilidad personal; donde la imaginación es la capacidad de construir y reconstruir imágenes sensoriales acotadas por los recuerdos, y la sensibilidad es la expresión de experiencias polisensoriales o sinestésicas que actúan al ser removidas intencionalmente, más que al simple contacto. Ambas como capacidad removida por las formas arquitectónicas hacia el encuentro temporal de momentos felices, o de instantes placenteros, al menos. A partir de lo anterior entendemos la mezcla de la sensualidad, el placer y el estado de conciencia como un todo. Un todo que convendría aprovecharse en el quehacer del diseño. En esa mezcla, la sensualidad es el instrumento para la inducción del placer y el estado de conciencia mediante la puesta en práctica de la capacidad personal sensorial para la apropiación de los espacios. Por su parte, el placer que induce al estado de conciencia es condición de posibilidad para ampliar la distancia entre infelicidad y felicidad; en tanto que el estado de conciencia es el dispositivo que envuelve con el paño del asombro a todo acontecer cotidiano para reconstruirlo y resignificarlo como un hecho nuevo. En esos procesos, el ámbito urbano/arquitectónico es solvencia o mediación de necesidades múltiples que van desde las físicas de seguridad y confortabilidad hasta las ontológicas de placer y felicidad. Lo que define solvencia o mediación es el estudio y comprensión de la forma y sus componentes sónicos, odoríferos, táctiles o gustativos. Empero, lo que se expresa en ambos casos, no es otra cosa que el modo como influye la forma y sus componentes en el ánimo y comportamiento de las personas. Así, de la interacción entre la forma y las personas surge la construcción de los contextos particulares que aproximan las conductas predecibles y deseables. Por esto, los contextos y enmarcamientos son el sustento del ser biológico y mental, que establecen las pautas del deber ser social y, a su vez, posibilitan la interacción social para el sentir ser. Los contextos, de ese modo, propician el acercamiento entre los seres: el ser, el deber ser y el sentir ser. Es la manera como los contextos cumplen su papel para el encuentro, que es la forma de aproximación del ser social a favor del sentir ser, donde el ser biológico, aparentemente pasa a segundo plano, en privilegio del deber ser mental y social. En suma, ser, deber ser y sentir ser, son formas sociales que, de acuerdo con los ordenamientos sociales, prevén los comportamientos esperados: sociales, culturales y físicos y, por ende, éticos y estéticos en los que interviene de modo significativo el hecho urbano/arquitectónico. Por tanto esas formas sociales, cristalizadas en las formas arquitectónicas, expresan materialmente la correspondencia físico/social y sus alcances ecológicos no sólo económicos, dentro de los cuales no todo es cuantificable.
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