Rúbricas 4

61 Como en todas las áreas de la actividad humana, en la arquitectura hay diversos parámetros que permiten un adecuado análisis, una congruente evaluación y la calificación o descalificación de una obra. No obstante, en muchos existe el convencimiento de que la verdadera “importancia” de un trabajo está confirmada por el número de veces que logra aparecer en las portadas de las revistas especializadas (a imagen de publicaciones relacionadas con el espectáculo). Se ven con indiferencia, por lo tanto, obras que, por su sencillez y por su propia materialidad, no brillan (supuestamente) como el titanio. La arquitectura está demasiado ligada a la vida para no reflejar claramente su vínculo con ella, al grado de que sus perspectivas son las perspectivas de la comunidad que le da vida. Por esto Bruzo Zevi, hace más de cuarenta años, decía: El mundo moderno mostrando el balance de un siglo de escisión entre vida y cultura, de un siglo de arquitectura concebida como pieza de museo, sostiene exactamente lo contrario, compromete a los arquitectos y críticos de la arquitectura al cumplimiento de su responsabilidad social y anuncia el inminente aniquilamiento de toda posición cultural que no esté arraigada en la vida, de toda actividad artística que permanezca aislada del crecimiento social de la civilización y de toda edilicia que no sirva para mejorar la vida.1 Con esta cita recuerdo una frase que escuché alguna vez, y que propone que “uno sólo debe escribir comprometiéndose con el presente o para cambiar la realidad” (aspecto que se puede extrapolar a cualquier forma de expresión humana). En este punto uno podría comenzar a convencerse de que hay otra arquitectura que, aunque hecha de tierra y paja, es capaz de brillar mucho más que el titanio de Gehry, y que la propuesta del arquitecto Oscar Hagerman es un arquetipo a alcanzar. Oscar nació en La Coruña (España) donde vivió hasta los quince años cuando se afincó en México, estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México donde recibió el título de arquitecto. Hasta ese momento su formación y búsqueda se mantenían, de cierto modo, análogas a las de sus compañeros. No fue sino hasta los años cincuenta cuando, al egresar de la facultad, tuvo la oportunidad de trabajar en una cooperativa en Ciudad Nezahualcóyotl (donde diseñó muebles 1 Bruno Zevi, Saber ver la arquitectura, Poseidón, España, 1981:160. y ataúdes) y allí adquirió conciencia de las condiciones de pobreza y marginación de nuestro país. A partir de ese momento “se unió a la gente que está más cerca de la tierra y vive de ella, en otras palabras, los pobres entre los pobres”.2 Frente a una arquitectura monumental que quiere ser epifanía (súper manifestación) como los falos erigidos por Foster y Nouvel en Londres y Barcelona respectivamente, que quiere ser hierofanía (manifestación de lo divino) como el contradictorio Santuario de San Pio de Pietrelcina de Renzo Piano, o que prefiere ser cratofanía (manifestación de poder) como gran parte de las edificaciones en Emiratos Árabes, el trabajo de Oscar, por el contrario, quiere ser diafanía (manifestación de transparencia), que permite ver a través suyo la realidad de la que surgen. Como comenta Elena Poniatowska: “Oscar Hagerman, el arquitecto, rechazó la arquitectura monumental, las torres que perforan el cielo, los proyectos aterradores, los centros comerciales y los conjuntos que nos recuerdan Marte”.3 Pero alcanzó logros más importantes: se relacionó con comunidades indígenas y supo ganarse su confianza hasta llegar a su corazón, estableciendo un vínculo que le permitió aprender de ellas un modo alternativo de construir. Oscar Hagerman es un hombre que camina. Él extiende sus ramas y abraza como la tierra. No le causa preocupación ensuciarse. Él da la bienvenida a la lluvia y al sol. Él ha aprendido los secretos de la naturaleza de los pueblos indígenas. No hay nadie como él en México. Nadie sabe el valor de la piedra y paja mejor que él. Él ha dedicado su tiempo a las comunidades indígenas durante casi 50 años y es el más sabio arquitecto en México […] Quemado por todos los soles mexicanos, Oscar Hagerman sabe mejor que nadie que el sol es la cobija de los pobres.4 Esta hermosa visión que Elena comparte me recuerda una frase del teólogo brasileño Leonardo Boff, quien por ponerse del lado de los pobres (como Oscar) ha sido rechazado y censurado. Una frase que resume una forma de existir, que resume su forma de existir: quien no vive para servir, no sirve para vivir.5 2 Elena Poniatowska, Culture and Conflict, The Prince Claus Fund, The Hague, 2007:66. 3 Ídem. 4 Ibid., 67. 5 Leonardo Boff, Los Sacramentos de la Vida, Ediciones Dabar, México, 2000:31. FOTOGRAFIÍA:http://www.google.com.mx/imgres?q=oscar+hagerman&hl=es&sa=X&biw=1258&bih=1034&tbs=isz:l&tbm=isch&tbnid=H1HcSJXr5e2yHM:&imgrefurl=http:// www.ovnibus.com/wordpress/2012/05/artualidad-en-queretaro/&docid=IYXXNKe7VosGgM&imgurl=http://www.ovnibus.com/wordpress/wp-content/uploads/2012/05/OscarHaggerman_03.jpg&w=2726&h=2109&ei=6yGsUOWMFNG_qQHHvoHwBw&zoom=1&iact=rc&dur=148&sig=114117859408845514348&page=1&tbnh=146&tbnw=196&st art=0&ndsp=36&ved=1t:429,r:9,s:0,i:94&tx=136&ty=97 ILUSTRACIÓN: http://allonzoinc.wordpress.com/

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3