43 Punto de inicio… …no puede ser otro que las fuertes experiencias que han sufrido la mayoría de los migrantes en cualquier etapa de su flujo migratorio. Todos los que hemos tenido algún tipo de contacto con ellos no podemos dejar de experimentar sentimientos y emociones encontradas. Sufrimos cuando nos cuentan sus historias, sus peligros, los obstáculos que han vencido, el dolor sentido al dejar la familia, los amigos que perdieron en el desierto, sus miedos, sus culpas. Nos da coraje cuando nos enteramos de las violaciones a sus derechos humanos por parte de las autoridades o de las bandas organizadas para hacerles de su camino un infierno completo. No podemos creer los golpes que han sufrido, los atropellos que han soportado, las injusticias que han cargado de un país a otro. Quedamos perplejos y sin habla cuando nos comparten cuántas veces y de qué forma fueron violadas las mujeres y cómo los hombres no pudieron hacer nada por miedo o por estupidez, no creemos el nivel de violencia y crueldad que han sufrido sus cuerpos y sus almas. Y aun con todo, vemos en sus rostros: dignidad, sus fuerzas para seguir adelante, su ánimo en la vida; contagian su entusiasmo que parece que ni se vence ni se cansa. Surgen en sus bocas palabras de esperanza y sus ojos todavía ven un futuro mejor. Es por esto, que estas vidas interpelan nuestro ser, interrumpen nuestra calma, nuestro confort y siempre nos invitan a ver, pensar, sentir el mundo de otra manera, desde ellos, desde otra perspectiva, desde donde vemos claramente cómo van construyendo nuestro mundo desde el reverso de la historia. La comunidad desde donde hablamos… …está en Ontario, California. Se trata de los grupos de ministerios de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe (Our Lady of Guadalupe), en especial el grupo de matrimonios. Este grupo se formó a partir de algunos de ellos que ya trabajaban en la parroquia, pero que querían una reflexión especial para “matrimonios y parejas” que pudiera ayudarles a mejorar su vida de casados, y que con esta preparación pudieran, posteriormente, ayudar a otras “uniones” de la parroquia que los necesitaban. Por otro lado, el cura de ese tiempo, vio esta petición como un buen pretexto para darles formación especial a las parejas, que ya tenían un grado más alto de compromiso y que pudieran conformar, después de esta formación más completa, un grupo de liderazgo para la parroquia. De ahí que las sesiones se volvieron un verdadero proceso integral donde se trataba de trabajar todas las dimensiones humanas a partir de un tema. Fue en estos espacios donde las parejas abrieron su corazón compartiendo todo su ser. Dejaron ver sus realidades “más oscuras”, pero también pudieron expresar sus deseos más humanos. Empezaron a narrar sus vidas y con esto a compartir y describir verdaderos infiernos donde muchas veces eran víctimas, pero en otras ocasiones, sobre todo los varones, eran los verdugos. Historias de pobreza y exclusión se mezclaban con violencia social y doméstica. Y desde ahí, desde esas “historias de vida”, vieron que era posible comenzar a sanar sus procesos personales, familiares y de pareja. Fue una enorme sorpresa encontrar que para estas parejas los problemas que enfrentaban como personas y como matrimonios no tenían solución, ya que por un lado pensaban que era normal esta situación (“a todo mundo le pegan”, decían algunas) –por tanto sólo restaba aguantar–, y por otro lado no sabían, en la mayoría de los casos, que existían procesos terapéuticos que podían ayudarles. Entonces surgieron nuestras dudas: ¿cómo podían haber aguantado tanto en sus vidas sin ayuda?, ¿qué habían hecho para vivir como si no hubiera pasado nada?, ¿qué habían hecho para seguir adelante?, ¿cómo lo habían hecho? En estos procesos de formación encontramos varias respuestas. Pero queremos centrarnos en este texto en una en especial y se trata de las relaciones y redes comunitarias. En sus narraciones los migrantes compartían que había sido en la parroquia donde encontraron un espacio seguro y confiable para estar. No sólo se hallaban en “la casa de Dios” y con Él, sino que también encontraban “otros iguales” que buscaban lo mismo: refugio y muchas veces consuelo. Y fue en “la comunidad” donde comenzaron a ver que podían ayudar en los servicios de la iglesia y así empezaron a sentirse parte de algo más grande, de algo mayor. Tomaron los cursos (que no requerían ningún tipo de papeles) que exigía la diócesis y se volvieron catequistas, ministros, lectores, etc. Se sintieron colaboradores de la obra y, por tanto, constructores del proyecto de Dios. Pero también empezaron a crear redes sociales que les permitieron construir un sentido de familia más extenso. Todos reafirmaban esto, sentían que sus pares eran de la familia, una familia extensa, así se ayudaban mutuamente en momentos difíciles. Analizando, entendimos que una clave para entender sus redes y relaciones comunitarias era la iglesia, siempre y cuando existiera un sacerdote que tuviera una pastoral que defendiera los derechos de los migrantes, como era el caso del P. Alex. Y otra clave era la comunidad. ¿Qué pasaba en la comunidad que ayudaba a sus integrantes a sanar ciertos procesos traumáticos? La respuesta la analizamos desde dos perspectivas: la de la psicología comunitaria y la teológica y es lo que compartimos a continuación. Mirada desde la psicología comunitaria Al oír sus historias muchos coincidían en la carga de estrés que vivieron durante el proceso migratorio. Cada uno enfrentaba esta adaptación de diferente manera, dependiendo de sus herramientas personales, del apoyo de la comunidad o de lo que se conoce como red de apoyo social.
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