Rúbricas 5

45 Las redes tejen saberes y virtudes de los migrantes. Es trabajo de todos reconocerlas y admirarlas, como decía Ignacio Martín-Baró (citado en Pacheco, G. y B. Jiménez, 1990 :77-78): […] hay mucho de alienación en la psicología popular, como piscología de unas clases explotadas y oprimidas. Pero también hay mucho de admirable y hasta heroico en esas formas sencillas de pensar, sentir y actuar, que han permitido a nuestros pueblos sobrevivir a siglos de dominación e imperialismo; son esas formas las que es necesario rescatar y potenciar de cara a un proceso de liberación. Mirada teológica Así como sabemos que son las redes de apoyo social las que permiten a los migrantes tejer soluciones reales y viables para su desarrollo humano, a nivel teológico encontramos que la clave está dentro de lo que llamamos “comunidad cristiana”. Para comprender el verdadero y profundo significado de la palabra “comunidad” debemos remontarnos hasta su etimología y con ella entender por qué en los primeros grupos de seguidores y seguidoras de Jesús utilizaron esta palabra para designar el tipo de reuniones que hacían en nombre de Jesucristo. En varios diccionarios teológicos (Coenen et al., 1980; León-Dufour, 1977; Balz y Scheneider 1996) se utiliza el vocablo koinonía para designar a la comunidad. Es frecuente oír y leer este término en los estudios de eclesiología para designar además la “comunión”. Según algunos pastoralistas el término “comunión” ha sido reducido a la acción litúrgica de la eucaristía, de modo que se ha perdido la riqueza que enmarcaba. Koinonía puede significar también colaboración o ayuda. Y esto se debe a que la palabra viene de Κοινοσ (Koinos) que significa lo común, lo colectivo. Pero revisando su origen detectamos que koinos, según el diccionario teológico del Nuevo Testamento “aparece ya en el griego de la época micénica, se deriva etimológicamente de com-yos que significa el que va junto” (Coenen et al., 1980: 229). Más adelante prosiguen los autores diciendo: “ulteriormente designa koinonía la solidaridad, la unión estrecha y la relación fraterna de los hombres entre sí”. De ahí que por eso lo utiliza Platón en su texto Critias en el número 110 cuando dice, al hablar de su propuesta (utópica) política: “ninguno de ellos tenía una propiedad privada, sino que consideraban que todo era de todos, y, aparte de lo necesario para el sustento, nadie exigía nada más a sus conciudadanos” (Coenen et al., 1980: 230). Entonces la vida en común es la vida relacional de un grupo humano; nos hace semejantes partir de un dolor o situación común y responder a ella todos juntos, relacionalmente, disponiendo de los recursos de manera que la desigualdad nunca sea el obstáculo a vencer. La comunión entre personas es otra manera de decir: “solidaridad entre personas”. Cuando en el Antiguo Testamento hablamos de la ruptura de la comunión de Dios con su pueblo, estamos diciendo que los lazos solidarios y reales del pueblo con Dios han sido rotos o corrompidos. Lo interesante es cuando el evangelista Lucas, que seguramente conocía el pasaje platónico, propone la palabra “koinonía” para describir al grupo de seguidores de Jesús. Esto significa que la comunidad religiosa no sólo la hace el “credo” en un Dios o en una persona, sino primeramente, la participación que hermana, la ayuda mutua, es decir, la solidaridad entre sus miembros. Podemos leerlo muy claro en Hechos 2, 42, cuando escribe Lucas: “se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común (koinonía), en la fracción del pan y en las oraciones”. En el versículo 44 escribe: “Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común (koina)”. Este es el sentido teológico básico que propone Lucas: la comunidad la construye la experiencia del amor solidario que se da de un hermano a otro, esa es la comunidad; la vida en común es cuando haces tu vida común y solidaria con tu prójimo. Poner todo en común para todos es un estilo de vida diferente, digno de un Dios diferente, señal inminente de la llegada del reinado de Dios en la historia. En la historia de la Iglesia, este pensamiento no se perdió, aunque fueron pocas voces quienes lo han recordado. De esta tradición nació el famoso párrafo a del número 69 del documento dogmático del Vaticano II: Gaudium et Spes que dice: Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás. Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes suficiente para sí mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde. Es éste el sentir de los Padres y de los doctores de la Iglesia, quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por cierto no sólo con los bienes superfluos. Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí. Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de aquella frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas,

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