Rúbricas 5

47 Referencias Balz, H. y G. Scheneider (eds.) (1996). Diccionario exegético del Nuevo testamento. Vol. I. Salamanca: Sígueme. Coenen, L., E. Beyreuther, y H. Bietenhard (1980). Diccionario teológico del nuevo testamento. Vol. IV. Salamanca: Sígueme. León-Dufour, X. (1977). Diccionario del nuevo testamento. Madrid: Cristiandad. Maldonado, L. (1992). La comunidad cristiana. Madrid: Paulinas. Martín-Baro, I. (1990). “Retos y perspectivas de la psicología latinoamericana” en: G. Pacheco y B. Jiménez (comps.) Ignacio Martín-Baro (19421989). Psicología de la liberación para América latina. Guadalajara, Jal.: Universidad de Guadalajara-iteso. Montes de Oca V., J. Gúzman, y S. Huenchuan (2003). “Redes de apoyo social en personas mayores: Marco teórico conceptual”. Ponencia presentada en el Simposio Viejos y Viejas. Participación, ciudadanía e inclusión social. LI Congreso Internacional de Americanistas, desde 14 a 18 de julio, Santiago de Chile. Ortiz, A. (1995). Para dar razón de nuestra esperanza desde América Latina. Phronesis, 3, 20-26. México: Centro Antonio de Montesinos. Pablo VI. (1965). Constitución Pastoral Gaudium et Spes. Sobre la Iglesia en el mundo actual. Núm. 69. Roma, Ciudad del Vaticano, 7 de diciembre. según las propias posibilidades, comuniquen y ofrezcan realmente sus bienes, ayudando en primer lugar a los pobres, tanto individuos como pueblos, a que puedan ayudarse y desarrollarse por sí mismos. 1 Aunque es un texto largo es necesario recordarlo ya que es uno de los párrafos más contundentes y coherentes con lo que hemos explicado de la koinonía. Si revisamos lo subrayado nos daremos cuenta que, al entender la comunidad como las redes solidarias entre sus miembros sería imposible pensar que dentro de ella habría desigualdades o pobrezas de algunos de sus miembros. La novedad de la comunidad cristiana radica en esto: al partir de la solidaridad no hay pobres dentro de ellas (Hch 4, 34: “no había pobres entre ellos”). La solidaridad no es un signo social (menos aún socialista), extraño de las comunidades, como si fuera una acción externa de su identidad, sino que es el centro y corazón de su propia identidad, lo que nos distingue o nos debería distinguir. Como dice Luis Maldonado (1992: 78), “esta afirmación [no había pobres entre ellos] no es sólo la constatación de un hecho social ni de una virtud de caridad o misericordia. Es la constatación de que se ha cumplido la promesa mesiánica” ya que en Dt. 15,4 se promete que con la llegada del Mesías desaparecería la pobreza sobre la Tierra. Él traería la justicia, la paz, la reconciliación, la vida. Lastimosamente nuestra vida eclesial es muy eclesiástica y muy poco mesiánica en el sentido que venimos hablando. Por fortuna, la experiencia de las comunidades de migrantes nos dice lo contrario, ellos han construido, como lo hicieron los primeros cristianos y cristianas (Ortiz, 1995), verdaderas comunidades a partir de lazos fraternos y de redes solidarias que les ha permitido sobrevivir con dignidad en los ambientes excluyentes y violentos estadounidenses. Es decir, los migrantes en gran parte han sobrevivido porque ellos mismos han construido las redes de apoyo solidarias que necesitan para su sobrevivencia digna; a este proceso le han llamado “comunidad cristiana”. Ellos, de manera admirable y muchas veces heroica, se sobreponen al horror de la migración potenciando esas virtudes que alguna vez describió Martín-Baro (1990) y que les han […] permitido confrontar en circunstancias casi infrahumanas la difícil tarea de su supervivencia histórica. Virtudes como una inteligencia práctica de los niños marginados… la resistencia testaruda del indígena andino… la solidaridad del campesino... son esas formas las que es necesario rescatar y potenciar de cara a un proceso de liberación. Los migrantes ya empezaron. 1 Subrayados de los autores.

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3