Rúbricas 5

77 discriminación y violencia para muchos (Molina Valencia, 2006; Moreno Carmona et al., 2007). La dinámica estructural del mundo actual es generadora de desigualdades que favorecen la discriminación de aquellas diferencias culturales que se alejan o contraponen al modelo hegemónico. La multiculturalidad que emerge como un paso hacia la tolerancia y el diálogo, termina convirtiéndose en un mecanismo de refuncionalización de las diferencias por el mercado. Lo importante sería avanzar hacia la interculturalidad (Almeida y Sánchez, 1985), reconociendo, apreciando y apropiando valores positivos de diferentes culturas, elucidando las asimetrías de poder entre ellas, como el racismo, contra las que hay que luchar y trabajar en lo intrapísquico y en lo social, como la única manera de encontrar veredas transitables hacia otros estilos de civilización (Sánchez y Almeida, 2005), dignos de llamarse “humanos”. Eso significaría relativizar la cultura “occidental” y que las culturas de los pueblos indios, afrodescendientes y urbano populares, se conviertan en protagonistas. Sin esto, afirma Pedro Trigo, América Latina no tiene futuro. Eso significaría, no el multiculturalismo engañoso, sino la pluriculturalidad jurídica (Gómez, 2004), política, simbólica y relacional. Miedo, incertidumbre, vulnerabilidad Tiene razón Edgar Morin (1999) cuando afirma que uno de los saberes que ha descuidado la socialización y la educación es cómo enfrentar el miedo, la incertidumbre y la vulnerabilidad. La violencia, la incertidumbre y el miedo, manipulados además por intereses diversos, han ido estructurando identidades sociales comunitaristas –fundamentalistas en mayor o menor grado– de perfil religioso, político o esotérico. Es el caso de grupos cristianos y católicos con esa tonalidad, islámicos radicales, grupos neonazis, ecologistas radicales, esotéricos. Y con ellos se reviven y se recrean diversas formas de odio identitario (Sibony, 1997), como el racismo y la xenofobia. La amenaza del hambre, la enfermedad y la muerte llevan a desplazamientos “voluntarios” de los excluidos que amenazan la vida tranquila de los asentamientos de los “integrados” establecidos. Produce disonancia inicial la convivencia con los “diferentes”. La violencia siempre va acompañada del miedo. En contrapartida, las fracturas macrosociales han generado fisuras que están permitiendo la configuración de sujetos sociales emergentes en búsqueda de tejer redes que favorezcan el reconocimiento antes negado a individuos y grupos. Es el caso de los movimientos homosexuales, de los movimientos feministas, de los movimientos autonómicos de España, Canadá, el Reino Unido, y otros países, de las diversas expresiones de las tribus urbanas (Maffesoli, 1990) que conciernen a los y las jóvenes de las urbes que reaccionan ante la masificación, el anonimato y la dinámica estructural excluyente, y buscan, paradójicamente, el reconocimiento a través del rechazo a la sociedad existente. Pero es necesario subrayar, que frente a ese clima de incertidumbre y vulnerabilidad, hay grupos que han mostrado una capacidad de resistencia y de resiliencia particularmente importante. Existen colectivos que van construyendo referentes simbólicos a partir de organizarse para sobrevivir económica y emocionalmente, a fin de no convertirse en esos hoyos negros que el capitalismo salvaje está generando. Se trata de los movimientos de los pueblos indios, en especial los Caracoles y los municipios autónomos del movimiento zapatista que han mostrado una creatividad significativa y una resistencia activa, convirtiéndose en emblemáticos de la dignidad humana. Es el caso, también, de los procesos de migrantes, que llegan a conformar “comunidades transnacionales” (Sánchez y Rojas, 2012). Finalmente, por ser más recientes, “las primaveras juveniles” en el Mediterráneo, en Estados Unidos y Canadá, en América Latina emergen con una energía inesperada y esperanzadora confrontando precisamente el miedo, la incertidumbre y la vulnerabilidad, haciendo presente una forma específica de lucha “clasista” y cultural. ¿Cómo utilizar nuestra cognición, nuestros afectos y emociones y nuestros símbolos para enfrentar tanta complejidad y tantos riesgos? ¿Cómo no encerrarse ni huir, sino acoger, compartir y cuidar, convivir y respetar, confiar y perdonar (Latapí, 2007) inmersos en estas realidades? 5.Actualidad de la comunidad como concepto y como realidad Comunidad es un concepto analítico que ha sido abordado desde la psicología, la sociología, la antropología. Desde la psicología comunitaria requiere repensarse. La comunidad es una entidad en proceso, construyéndose, desconstruyéndose, en permanente reconfiguración (Sawaia, 2002). Es un concepto que, actualizado, puede ayudar a entender los desafíos que vive la mayoría de la población actualmente y sus mecanismos de supervivencia y que, por lo mismo, puede ayudar a buscar caminos nuevos. Se vincula con las formas de interacción, de gestión del conflicto y de la construcción de utopías para enfrentar los procesos de la llamada “globalización”, reconociendo la indefensión en la que están quedando los individuos en esta crisis sistémica y civilizatoria. Hay que reconceptualizar la comunidad porque la modernidad trató de combatir sus elementos de sangre, lugar, trabajo, creencias, amistad y afectividad como obstáculos a la ciudadanía. La comunidad es proceso en contexto y tiempo, espacio microsocial y vida cotidiana que ha subsistido como resistencia, entre otras situaciones, participando en la lucha de clases de los trabajadores frente a la burguesía empresarial en el periodo del capitalismo industrial. Actualmente la hegemonía del capital financiero y criminal, el control de las grandes corporaciones sobre la Vida: agua, energía, alimentos, salud, seguridad, han reconfigurado los escenarios y, por lo tanto, las resistencias, las luchas y las redes comunitarias.

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