Secreto Autor: Atilla 1000
Directorio Universidad Iberoamericana Puebla Rector Fernando Fernández Font, sj Director General Académico Gonzalo Inguanzo Arteaga Director General del Medio Universitario Noé Agustín Castillo Alarcón Director General de Desarrollo Institucional Xavier Recio Oviedo Director General de Administración y Finanzas Jesús Bernardo Rosas Pozos Directorio Rúbricas Comisión Editorial Diana Margarita Arévalo Herrera, Jorge Eduardo Basaldúa Silva, Aurora Berlanga Álvarez, Francisco Cantú Hernández, Marcos Ricardo Escárcega Méndez, Ana Lidya Flores Marín, Marcela Ibarra Mateos, Gonzalo Inguanzo Arteaga, Benjamín Ortiz Espejel, José Sánchez Carbó. Director Benjamín Ortiz Espejel Coordinador temático de este número Jorge Eduardo Basaldúa Silva Edición y corrección Marcos Ricardo Escárcega Méndez, coordinador, Susana Plouganou Diseño de retícula y diagramación Ana Cepeda - Pedro Bouret Diseño de portada Ana Cepeda - Pedro Bouret Revista de la Universidad Iberoamericana Puebla Número especial, otoño - 2013 Rúbricas número especial, otoño de 2013, revista semestral de la Universidad Iberoamericana Puebla, con domicilio en Blvd. del Niño Poblano 2901, Unidad Territorial Atlixcáyotl, CP 72430, Puebla, Pue., con certificado de reserva de derechos al uso exclusivo número 04-2011-021410194000-102 y certificado de licitud y contenido número 15290, expedido por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación, fue impresa en Formación gráfica, S.A. de C.V., Matamoros No. 112, Col. Raúl Romero, CP 57630, Cd, Nezahualcóyotl, Edo. de México. Tiraje de 1 000 ejemplares distribuidos por la Universidad Iberoamericana Puebla. Toda colaboración o correspondencia deberá dirigirse al correo electrónico: ricardo.escarcega@iberopuebla.mx y libros@iberopuebla.edu.mx
P resentación Actualmente, la mitad de los más de 7 mil millones de personas que habitan nuestro planeta tiene menos de 25 años de edad; de ellos, alrededor de 3 mil millones han alcanzado ya o están por entrar en la etapa reproductiva; es decir, según los criterios convencionales de agrupamiento estadístico, son jóvenes, no obstante lo debatible que —como cualquier otro— es el criterio cronológico de adscripción. La juventud, nos ha enseñado Rossana Reguillo, es un mundo a tal grado complejo, heterogéneo y problemático que más vale nombrarlo en plural. Es un hecho que ese vasto universo humano al que desde una perspectiva u otra es posible referirnos como “los jóvenes”, enfrenta hoy condiciones de vida sumamente adversas. Cerca de la cuarta parte de ellos debe sobrevivir con un ingreso promedio de menos de un dólar diario; de las aproximadamente 6 mil nuevas infecciones de VIH que diariamente se producen en el mundo, la mitad afectan a los jóvenes y especialmente a las mujeres, que representan dos terceras partes de esa mitad. En México, la población entre los 15 y 24 años de edad equivale a casi la quinta parte de la población total, con una cifra que ronda los 22 millones, la mayor población juvenil de toda nuestra historia. Nunca más cierto que hoy, el nuestro es un país de jóvenes, sin embargo eso no significa necesariamente que sea un país para los jóvenes; es decir, un país donde éstos tengan oportunidades suficientes y dignas para llevar adelante sus aspiraciones. Las evidencias que acreditan lo anterior son abrumadoras: alrededor de 15 millones de jóvenes están en situación de pobreza; sólo el 56% llega al bachillerato, únicamente el 21% se graduará de una universidad; el 25%, ni estudia ni trabaja, la mayoría son mujeres. Asimismo, estudios recientes nos dicen que en México siete de cada 10 jóvenes sufren violencia psicológica, física o sexual y que el suicidio se ha convertido en la tercera causa de muerte entre los adolescentes y jóvenes mexicanos. La Encuesta Nacional de Adicciones de 2011 evidenció que cuatro de cada 100 jóvenes en este país son alcohólicos y el 1.5% son adictos a alguna droga. Cerca de un millón sufren condiciones de vida que los hace altamente susceptibles de caer en manos del crimen organizado. En suma, ser joven en el México de la segunda década del siglo xxi es lo más parecido a desempeñar una ocupación de alto riesgo; no es posible observar el devenir de nuestros jóvenes sin sentir en lo profundo del corazón una emoción en la que se mezclan la angustia y la fascinación, un sentimiento que no se sabe si anticipa un desastre inapelable o la revelación definitiva. Lo único cierto es que, más allá de cualquier retórica, el mundo y México se juegan hoy su destino en la gravitación sobre la incertidumbre de esos millones de vidas. Por todo lo anterior y mucho más, es urgente hablar de los jóvenes, pero aún más urgente es escucharlos, y ese es precisamente el espíritu con el que la ibero Puebla ha querido dedicar este número de su revista Rúbricas a ellos. Los contenidos de este número no pueden hacer menos que reflejar diversas facetas de las ya referidas complejidad y adversidad que caracterizan hoy el mundo de los jóvenes, pero también ofrece no pocos motivos para festejar la vitalidad, la
imaginación y la hondura con la que nuestros jóvenes encienden nuevas luces y le arrancan motivos de esperanza a la realidad. Muchos de los pasajes de esta revista son testimonio de los modos cómo, afortunadamente, por aquí y por allá, a contrapelo de la adversidad, emergen narrativas que, desde los jóvenes y no desde el cinismo de una cultura que ha pretendido situarse fuera de la historia, están dando expresión al misterio de ser joven hoy y nos permiten adivinar un mundo otro que se anuncia detrás de ese misterio. Así, Rossana Reguillo, sin duda una de las voces más autorizadas sobre los jóvenes en el mundo, se pregunta, nos pregunta, ¿qué significa ser joven hoy?, ¿cuáles son los territorios, los deseos, los miedos, las apuestas, las alianzas, las prácticas en las que se despliegan los anhelos de los jóvenes? Aborda la última década del xx que produjo un giro radical en las expresiones y culturas juveniles. El llamado “ajuste estructural”, que para efectos prácticos significó el adelgazamiento del Estado y lo que denomina “minimalismo” de las políticas sociales; la aceleración de la tecnología que favoreció una rápida globalización cultural y, el creciente poder del mercado con su oferta ilimitada de identidades eminentemente consumistas. Natalia Trigo Acuña, estudiante de Comunicación, escribe sobre la incertidumbre, el desencanto, la ausencia de sueños, la estigmatización y la tristeza que acompañan la experiencia de ser joven en nuestro país; así Fotografía: Eder L. Aguilar
como la terrible paradoja característica de las sociedades contemporáneas: contamos con las tecnologías de comunicación más poderosas de toda la historia humana, pero la calidad y la intensidad de nuestras interacciones sociales no coinciden con esas potencialidades. En su trabajo, el periodista Salvador Camarena hace un análisis con perspectiva juvenil de los cambios políticos que ha impulsado el actual gobierno federal, especialmente en materia legislativa, y pondera el real impacto que pueden tener para transformar las actuales condiciones de precariedad, injusticia y fragilidad que padecen los jóvenes mexicanos y reducen sus posibilidades de futuro; no obstante, Camarena reivindica la capacidad de los jóvenes por asumirse como actores protagónicos del cambio social que en México hace falta. Verónica Reyes Lemus aborda uno de los aspectos en los que mejor pueden percibirse las condiciones de inequidad que prevalecen en nuestro país y sus gravísimos efectos; habla de la pobreza como uno de los condicionantes que limita el acceso a la educación superior entre los estudiantes indígenas. Pobreza que, aunada a las profundas deficiencias educativas en el nivel básico, especialmente en las regiones rurales e indígenas de nuestro país, convierte en un raro privilegio cursar y concluir la educación superior para los jóvenes de esos lugares, pero también en un ejemplo elocuente del fracaso del Estado en su responsabilidad de proporcionar educación de calidad en condiciones de equidad para toda la población. En el mismo ámbito, Nadia Alejandrina Islas Rodríguez escribe sobre el origen de la Beca Pedro Arrupe, sj y la importancia que ésta tiene para la Universidad Iberoamericana Puebla. Hace un relato en primera persona sobre su experiencia como becaria y cómo otros jóvenes en condiciones económicas desfavorables se han beneficiado de este programa, pero también del enriquecimiento que la Universidad ha obtenido de estos estudiantes, de su experiencia y aportes. Eliel Francisco Sánchez Acevedo ofrece una mirada desde dentro del movimiento #Yosoy132; sin duda una de las experiencias de organización y movilización juvenil más importantes de las últimas décadas. Este ensayo proporciona más de una clave para entender al #Yosoy132, para ponderar su contribución a la vida pública de nuestro país y para imaginar su vigencia y capacidad de intervención a futuro. Sobre el Servicio Social, como un espacio privilegiado para concretar algunos de los propósitos más importantes de nuestro modelo de formación integral, habla Jorge Reza Alva, quien se refiere a esta área formativa especialmente propicia para fortalecer la conciencia social y la solidaridad de nuestros estudiantes; características de la inspiración ignaciana a la que se debe la Ibero Puebla. En su oportunidad, Jasmin Esmeralda Acevedo Contreras reflexiona sobre las oportunidades que la educación brinda a los jóvenes para remontar el escenario de violencia que enmarca hoy sus vidas en nuestro país; a pesar de lo cual decide, como muchos otros jóvenes lo hacen cotidianamente, reivindicar las posibilidades de construir un futuro esperanzador. Este número de Rúbricas incluye también una entrevista con el antropólogo Alfredo Nateras Domínguez acerca de la identidad y las culturas juveniles, y sobre el consumo cultural de los jóvenes, al cual considera una de las formas actuales más importantes de adscripción identitaria de la juventud. Mr. Power, uno de los ilustradores actuales más provocadores, contribuye con una muestra de su trabajo que dialoga con la cultura popular desde una perspectiva crítica que, además, asume de manera explícita la enorme capacidad de intervención política que géneros como el comic —además tan cercanos a la sensibilidad juvenil— pueden desarrollar. De Claudia Castelán se ofrece un sugerente ensayo sobre la relación entre la práctica del cosplay y la construcción del género desde la perspectiva de una de las tendencias más influyentes del feminismo contemporáneo, la teoría performativa de género. Finalmente, este número de la revista cierra de manera espléndida con un relato de Mara González González, que construye una historia donde aparecen algunos de los tópicos más poderosamente asociados al imaginario juvenil contemporáneo: el consumismo, las conductas de riesgo y la inseguridad, como constantes de una experiencia vital que trascienden la situación socioeconómica de los protagonistas. Nuestro deseo es que el lector encuentre en este número de Rúbricas, que se publica en el marco del aniversario número 30 de la Ibero Puebla, numerosos motivos para continuar la reflexión y el diálogo sobre y con los jóvenes más allá de estas páginas. Noé Castillo Alarcón Director General del Medio Universitario, Ibero Puebla
Índice Presentación Noé Castillo Alarcón Jóvenes en la encrucijada contemporánea: en busca de un relato de futuro Rossana Reguillo Juventud, divino tesoro Natalia Trigo Acuña Entender la precariedad Salvador Camarena Los jóvenes y la dificultad que representa acceder a la educación pública en el nivel de licenciatura Verónica Reyes Lemus La Beca Padre Pedro Arrupe como generadora de nuevos horizontes Nadia Alejandrina Islas Rodríguez #YoSoy132: la insurgencia juvenil ante el poder Eliel Francisco Sánchez Acevedo Los jóvenes y el servicio social en la Ibero Puebla Jorge E. Reza Alva Los jóvenes a través de mi experiencia Jasmin Esmeralda Acevedo Contreras Identidad, consumo y culturas juveniles Alfredo Nateras Domínguez ¡Gulp! El presente Power Azamar Cosplay y performatividad Claudia Castelán La chamarra verde Mara González González 5 11 21 23 29 33 41 49 52 57 63 71 77 #YoSoy132: LA INSURGENCIA JUVENIL ANTE EL PODER PÁG. 41 pág . 11 LA BECA PADRE PEDRO ARRUPE COMO GENERADORA DE NUEVOS HORIZONTES PÁG. 33 LOS JÓVENES A TRAVÉS DE MI EXPERIENCIA PÁG. 52
Fotografía: Intervención sobre imagen de kenymatic (CC BY) e ilustración de Power Azamar 10 Número especial, otoño 2013
“Hasta aquí, todo va bien” El Odio (Mathie Kassovitz, 1995) La pregunta por los jóvenes hoy adquiere un carácter de urgencia por diversas razones. Los datos y los indicadores a mano dan cuenta de un complejo, doloroso y difícil horizonte para millones de ellos que deben lidiar con un sistema que los excluye, los criminaliza y se muestra torpe, autoritario, pero fundamentalmente ciego, sordo y mudo ante lo que significa ser joven en esta sociedad sacudida por recurrentes crisis. ¿Qué significa ser joven hoy? ¿Cuáles son los territorios, los deseos, los miedos, las apuestas, las alianzas, las prácticas en las que se despliegan los anhelos de los jóvenes? ¿Cómo aproximarse a una comprensión –respetuosa– de los universos en los que emergen nuevas culturas organizativas, comunicativas, políticas, a través de las cuales millones de jóvenes buscan incorporarse de formas alternas a las que les propone un sistema injusto e inequitativo? ¿Cómo comprender sus prácticas, sus cuerpos, sus músicas, sus lenguajes? A partir de la última década del siglo xx, se produjo un giro radical (al principio, de manera silenciosa y casi imperceptible) en las expresiones y culturas juveniles: el llamado “ajuste estructural” en diferentes países del orbe, que para efectos prácticos significó el adelgazamiento del Estado y lo que llamo “minimalismo” de las políticas sociales; la aceleración de la tecnología que favoreció una rápida globalización cultural, y el creciente poder del mercado con su oferta ilimitada de identidades, que colocó como valor fundamental el consumo. Estos tres procesos han tenido un impacto profundo en las biografías, trayectorias y prácticas juveniles. Erosionados los principios rectores de la incorporación y participación que la modernidad privilegió, como la escuela (trampolín hacia la vida productiva) y el trabajo (mediación no sólo para la sobrevivencia sino para la afirmación del sujeto) y cuestionada –al extremo–, la política como espacio para la negociación y el pacto social, los jóvenes se convirtieron en protagonistas del cambio social, y para bien y para mal, han reconfigurado la sociedad que conocemos. Puede decirse que los jóvenes se adelantaron “al futuro” y anticiparon estrategias y tácticas para enfrentar y resolver, con los recursos a mano, las enormes dificultades para una inserción posible en un mundo experimentado y percibido como carente de relatos e instituciones confiables. La narrativa y la experiencia del presente se abrió paso de una manera vigorosa entre innumerables colectivos y grupos de identidad juveniles, como una forma de dotar a la incertidumbre, el desamparo, desarraigo y temores frente a un futuro expropiado, de una fuerza y poder articulador; un presente o, mejor, presentismo, donde los lazos afectivos y el sentido depositado en el día a día, venían a suplir la Culturas juveniles emergentes Jóvenes en la encrucijada contemporánea: en busca de un relato de futuro Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura / 6-9 de febrero de 2013 Rossana Reguillo Profesora e investigadora. Licenciada y maestra en comunicación por el iteso. Doctora en ciencias sociales con especialidad en antropología social, en el doctorado interinstitucional del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas) y la Universidad de Guadalajara, México. 11
12 Número especial, otoño 2013 ausencia de lugar, y la experiencia cotidiana para muchas y muchos jóvenes de ser redundantes, de no caber, de estorbar, de ser incómodos. El futuro dejó de ser una palabra significativa, se convirtió en un lujo, en una palabra borrada en los sociolectos juveniles. Las instituciones, la sociedad, los medios de comunicación, las madres y los padres, las y los maestros, continuaron, pese a las evidencias del colapso social, en su obstinada venta de “futuros” como mercancía de cambio para negociar con esos jóvenes cuyas miradas y preguntas escapaban y escapan a las capacidades instaladas y a la escucha de las instituciones, que, les dijeron, estaban para ellas y ellos. Silencio o estruendo ha sido la constante en estos años en los que los jóvenes emergen como un espejo retrovisor, como un síntoma del malestar social, como actores y protagonistas del devenir de la sociedad. Diversidad y diferencias desiguales Los jóvenes no constituyen un todo homogéneo, ni una categoría universal, por mucho que compartan la experiencia en un mundo globalizado que amplía las ofertas al tiempo que achica las posibilidades de acceso. La comprensión de los universos juveniles, me parece, debe partir del reconocimiento de la tensión que opera esta paradoja: más y mejores medios para la comunicación, dispositivos tecnológicos cada vez más poderosos, “disponibilidad” de enormes recursos para la información y el conocimiento, aunados al empobrecimiento creciente de numerosas zonas del planeta, agravamiento de las condiciones de exclusión, a las que se suma la eufemísticamente llamada “brecha digital”, que condena a millones de jóvenes a nuevas formas de “analfabetismo” comunicacional y social. Por esto es fundamental partir de la diversidad de los mundos juveniles, para comprender las estrategias, condiciones, contextos y formaciones socioculturales en los que los sujetos experimentan y viven su condición de jóvenes. Más que intentar una tipología de los jóvenes en la sociedad contemporánea, me interesa colocar un esquema con el que he venido trabajando los últimos años, para no perder de vista la relación del contexto con las expresiones diferenciadas de las y los jóvenes. Así, planteo que hay cinco circuitos (no estáticos) que dan concreción tanto a la condición como a las culturas juveniles, según su lejanía o mayor cercanía con los procesos de incorporación social. a) El circuito de los “inviables”, por el que transitan jóvenes que carecen de cualquier tipo de inserción social y opción de futuro, que abundan en México, en Guatemala, en El Salvador. También en muchos países de África. Una juventud precarizada, desafiliada, sin opciones que constituye, por ejemplo, el inerme ejército de migrantes. b) El circuito de los “asimilados” a los llamados mercados flexibles, que caminan los jóvenes que han asumido las condiciones del mercado y que aceptan las lógicas y mecanismos a su alcance para incorporarse, con dificultades, a las dimensiones productivas de la sociedad. Jóvenes, por ejemplo, que aceptan el llamado 3d job (dirty, dangerous and deamining: sucio, peligroso, denigrante). c) Un tercer circuito, nada desestimable, es el que recorren los jóvenes que han decidido hacer una opción por el narcotráfico, la violencia, el crimen organizado, como formas de acceso y afirmación social. El circuito de la paralegalidad. En el México de hoy, por ejemplo, estos jóvenes han incorporado a su vocabulario la palabra “sicariar”, que nombra –sin nombrar– el trabajo de un sicario: matar. d) El circuito de los “incorporados”, en el que se mueven jóvenes que gozan –aún– de garantías sociales y formas de inserción laboral y educativa dignas. e) Y finalmente, un circuito de jóvenes en zonas de privilegio, conectados al mundo, con amplio capital social y cultural. Insisto en que este no es un esquema “puro”, ni una tipología de los jóvenes, sino un recurso para mantener en tensión analítica la heterogeneidad cultural de los universos juveniles con la desigualdad estructural. Es decir, no es lo mismo ser un joven punk que va a la universidad por muchas críticas que tenga, o experimente la misma incertidumbre que sus pares frente al futuro, que ser una joven punk migrante salvadoreña que no cupo en su país. La complejidad de las formas identitarias en los jóvenes no puede dejar de lado la dimensión de los anclajes estructurales. Toda diferencia es una diferencia situada. Sin embargo es fundamental asumir que el cansancio y el desencanto juvenil frente a las instituciones, los problemas que enfrentan, desborda el problema “cuantitativo” de la carencia de espacios o accesos. Aunque los datos son alarmantes, considero que pensar los problemas de los jóvenes exclusivamente en términos de exclusión o marginación de carácter económico, estructural, al margen del análisis cultural, pospone o aleja la posibilidad de someter a crítica reflexiva un “proyecto” que no parece capaz de resistir más tiempo. Intentaré ahora situarme en los territorios juveniles para marcar cuatro procesos que atraviesan la condición juvenil contemporánea: violencias, migración, tecnologías y activismo; que interrogaré a su vez con dos cuestiones que, a mi juicio son claves para aproximarse a una comprensión profunda de las y los jóvenes: la subjetividad y la socialidad, que entiendo como los jóvenes comunicándose y que distingo de sociabilidad, que encara la pregunta por los jóvenes organizándose.
13 Gramáticas de la violencia Las violencias (en plural) se han entronizado en los territorios juveniles. Desde finales de la década de los ochenta del siglo pasado, en diversas regiones del mundo, los jóvenes se volvieron visibles (mediáticamente) como operadores de la violencia, victimarios, principalmente. Pero ya en la primera década del siglo xxi se volvía evidente que ellos eran protagonistas centrales de procesos violentos, como víctimas y victimarios. Las altas tasas de mortalidad juvenil por violencia en países como Brasil, Colombia, El Salvador, México, para referirme a una región que conozco bien, llevaron a las y los investigadores a proponer el término de juvenicidio, para aludir a la gravedad de la situación. ¿Qué pasó en los últimos veinte años? Por qué los jóvenes fueron cayendo en una espiral de violencias sin control; responsables de asesinatos terribles, asesinados de formas terribles. La opción por la violencia se convirtió para muchos de ellos en los circuitos precarizados y asimilados, en una cuestión de sobrevivencia elemental. Una gramática que aprendieron a manejar con soltura frente al acecho constante de una sociedad que les dio la espalda y los dejó solos. Con honrosas excepciones, las instituciones no estuvieron ahí para ellas y para ellos. Es cierto que enfrentamos una creciente “disolución” del vínculo social que golpea, de maneras diversas y nunca suaves, el ámbito de la socialidad juvenil y los procesos de subjetivación. Sí, pero la disolución del vínculo social no es una causa, es más bien el efecto de la ausencia de sentido, de la falta de un relato que sea capaz de volver inútil la opción por la violencia, que sea capaz de restituir la confianza y un mínimo horizonte de futuro. Al monopolio de la violencia legítima que ejercían los Estados nacionales se le opone hoy el estallido de numerosos “dialectos” violentos que irrumpen en la escena social. Se trata no solamente de las violencias que se articulan a los problemas estructurales como el binomio pobrezaexclusión, sino de aquellas que se gestan y gestionan desde el desafío a la legalidad y la crisis de legitimidad. Considero que hay tres claves analíticas que posibilitan entender las violencias juveniles en su entramado sociocultural y calibrar su impacto para el futuro de las sociedades: la erosión de los imaginarios de futuro, el aumento exponencial de la precariedad tanto estructural como subjetiva, y la crisis de legitimidad de la política. A través de muchas etnografías, entrevistas en profundidad, seguimiento atento de las trayectorias y biografías juveniles en contextos de violencia, he podido formular tres nociones que resultan útiles para entender (e intervenir) los territorios juveniles signados por las violencias: la precarización subjetiva, el desencanto radical y la desapropiación del yo. • Por precarización subjetiva entiendo la enorme dificultad que enfrenta el/la joven para pronunciarse con certeza sobre sí mismo/a; la experiencia límite de la incertidumbre, y la desconfianza en las propias capacidades. La contingencia como el eje que organiza la vida diaria. El único recurso a mano es el presente. • El desencanto radical refiere a una ausencia total de confianza en las instituciones y en la sociedad. Su impacto es producir en el/la joven la certeza de que está solo/a frente a un mundo hostil. Es un vacío que sólo puede ser llenado en el vértigo de la experiencia límite. • La desapropiación del yo. El más complejo y doloroso de estos procesos alude a la ira, el miedo, la angustia que se experimenta ante aquello que los jóvenes perciben como fallas propias e individuales; la negación de la identidad, las tácticas de borramiento de ese yo, culpable. En síntesis, tratándose de las violencias, aunque el tema podría llevarnos horas o páginas de discusión, podemos apelar a la idea de que tratándose de las violencias difusas, caóticas, terribles que marcan los territorios juveniles, enfrentamos algo mucho más complejo que un asunto policiaco o disciplinario. Enfrentamos lo que varios autores coincidirían en llamar la “inadecuación del yo”, es decir, la insuficiencia biográfica, la narrativa precarizada de la propia vida, la sensación de ser culpable de algo inaprensible, que aplica de manera nítida a las expresiones y testimonios de muchos jóvenes que en diferentes circuitos, precarios, asimilados, paralegales, lo viven como experiencia cotidiana. Las violencias que protagonizan los jóvenes ya como víctimas o como victimarios, deben ser calibradas en los contextos de los proyectos sociopolíticos y los modelos económicos contemporáneos, en un declive acelerado de las instituciones y la ausencia de un orden inteligible. Las violencias juveniles se instalan justo en el vacío de legitimidad y desde ahí, desde esa “nada” percibida, desafían la legalidad, pero al hacerlo confrontan una ausencia, no una presencia. Hay ahí un dato clave para la intervención. Migraciones peligrosas La migración se ha convertido en marca de época. No hay espacio aquí para analizar a profundidad causas, procesos y efectos de lo que podríamos llamar la marcha hacia una promesa de futuro. Voy a centrarme en el análisis de los procesos culturales que van aparejados con la migración y el desplazamiento forzado para las y los jóvenes. Estamos frente a un abanico complejo de procesos migratorios juveniles que reconfiguran no solamente
La Santa Muerte, cuyo culto se ha expandido rápidamente de sur a norte, precisamente por los procesos migratorios, juega un papel central en la experiencia de indefensión de los jóvenes migrantes. Algunos de éstos me han dicho que entregan su penosa travesía a su “santa” para obtener su continua protección. Fotografía: Robert Bejil / CC BY 14 Número especial, otoño 2013
15 sus identidades, sino también las comunidades de origen (o puntos de expulsión), las comunidades de llegada, ciudades y una transformación en los estilos de vida, formas de consumo y visiones del mundo. Hoy, en el continente americano, cuatro de cada diez migrantes son jóvenes.1 Se van porque no encuentran lugar, por las altas tasas de desempleo, por la falta de oportunidades, por miedo a la violencia, “porque no les queda de otra” (como me han dicho muchos de ellos). Me centraré en la migración juvenil no autorizada, que se convierte en una llamada de atención al sistema, al modelo sociopolítico y económico; señala un fracaso, un quiebre, una angustia vital. Migrar es para muchos jóvenes la única opción. Quisiera destacar aquí un problema que me parece relevante: el de la extrema vulnerabilidad de estos jóvenes. No son ciudadanos con plenos derechos en sus países de origen y es muy difícil que adquieran ciudadanía plena en los países o lugares de llegada; esto significa que la experiencia cotidiana es siempre la de un déficit de derechos, que deviene en la permanente sensación de ser redundantes. El gran drama en todo esto es la ausencia de pertenencia tanto legal como social. Los nómades son percibidos como amenaza en muchos de los lugares de llegada y sometidos a procesos vejatorios y discriminantes; o, convertidos en carne de cañón por el crimen organizado y la trata de personas, como ha ocurrido con los migrantes centroamericanos que cruzan por México hacia Estados Unidos. La migración no autorizada se ha convertido en un riesgo mortal para muchas y muchos jóvenes. La inestabilidad en estos mundos juveniles es la moneda de cambio cotidiana y algo que ha llamado poderosamente mi atención es el recurso de la creencia. A través de mi trabajo etnográfico he podido constatar la recurrencia y el fervor hacia dos figuras a las que se invoca en el trance de cruzar a la mala: Juan Soldado y la Santa Muerte, también conocida como Niña Blanca. Juan Soldado, personaje complejo, fue un soldado raso del Ejército Mexicano y acusado injustamente de violación. Hoy erigido por el fervor popular como santo y milagrero. Al santo sin papeles se le pide el único milagro de cruzar sin que los agentes de la “migra”, es decir la policía migratoria, los detenga. La estampita de Juan Soldado se convierte en amuleto protector y compañía para un viaje que no saben cómo terminará. La Santa Muerte, cuyo culto se ha expandido rápidamente de sur a norte, precisamente por los procesos migratorios, juega un papel central en la experiencia de indefensión de los jóvenes migrantes. Algunos de 1 De los 660 mil mexicanos que abandonaron el país en 2011, poco más de 450 mil fueron jóvenes entre 15 y 29 años de edad. éstos me han dicho que entregan su penosa travesía a su “santa” para obtener su continua protección. El glamour del nómada derridiano se aleja de la realidad que experimentan cotidianamente estos jóvenes que deben hacer del desarraigo una condición de vida para la que encuentran pocas ayudas para confortar el desamparo y la ansiedad frente a un futuro incierto. No es entonces extraño que, vinculados a la migración, aparezcan, se reconfiguren, se expandan cultos y devociones capaces de ofrecer un trocito de esperanza. En el caso concreto de las y los jóvenes migrantes, la biografía se constituye en una historia compleja de desapropiaciones, historias en las que la realidad, los contextos, se imponen como condición tan inestable como tiránica, tan imprevisible como angustiosa, lo que deja poco o ningún margen para la agencia y, por consiguiente, para una acción sustentada en la anticipación de “posibilidades” y en especial anula o disminuye el peso de los “capitales” de los que un joven se siente portador o poseedor. Culturas enredadas Muchas cosas cambiaron a lo largo de la primera década del siglo, entre ellas, el aceleramiento tecnológico tanto en lo referente a lo soft como a lo hard, tanto en los dispositivos de soporte como en las lógicas de los consumos propiciadas por estos soportes. No es mi intención discutir el conjunto de maravillas tecnológicas que, de maneras diferenciales y desiguales, han impactado el mundo que conocemos, sino el de interrogar a través de estos dispositivos la cultura que emerge, las nuevas subjetividades juveniles. La red y sus intrincados y rizomáticos laberintos constituyen un espacio privilegiado para analizar la configuración de “mundos” juveniles en los que es posible aprehender dos cuestiones claves: la agencia y la subjetividad. De cara a los desafíos que plantean las transformaciones en las culturas juveniles, voy a centrarme en tres cuestiones centrales: a) El fortalecimiento del yo-autor que desestabiliza el monopolio tanto de los saberes “legítimos”, “autorizados”, como el de los centros de irradiación o emisión “acreditados”. Los blogueros, los cibernautas no piden permiso. Se trata de un espacio en el que los jóvenes acceden a una posición de autoridad, de empoderamiento desde un “yo” que sin timidez asume los riesgos de su enunciación. Indudablemente puede contra-argumentarse que hay problemas y que en muchos casos, los “sitios” o lenguajes del blog terminan por reproducir esquemas antidemocráticos, excluyentes, racistas y xenofóbicos, esto es cierto. Pero incluso, en estos umbrales
16 Número especial, otoño 2013 es posible encontrar la voz que introduce la nota crítica, el desacuerdo, la llamada serena o encendida a otro punto de vista posible. Rompiendo el sistema de jerarquías establecido por la modernidad letrada, los jóvenes blogueros encuentran un espacio clave para otorgar valor a dos cuestiones fundamentales en la constitución de su subjetividad; primero, la posibilidad de la (auto)elección de aquellos problemas, procesos, acontecimientos que con carácter histórico, se introducen en sus biografías particulares; cuestión que se inscribe en una tendencia creciente a involucrarse en causas intermitentes, contingentes que “significan” y que marcan su distancia frente a las lógicas de participación institucionalizadas, partidizadas; y, de otro lado, refieren a lo que es “personalmente” relevante, en este sentido, el nombre propio (así sea un nick name) sí importa. Se trata de un compromiso en primera persona. b) La disolución de las fronteras entre lo objetivo y lo subjetivo. Al revisar y analizar numerosos blogs, muros de facebook, páginas de muchos jóvenes, es posible advertir que existe una solución de continuidad en la manera de encarar esta tajante separación, fruto de la modernidad. Lo personal, lo subjetivo, las emociones y lo cotidiano, se articulan con el mundo de lo público. A través del uso de la red, los jóvenes construyen no solamente grupos para conversar, sino de manera especial “comunidades de sentimiento” (un grupo que empieza a sentir e imaginar cosas en forma conjunta, como grupo). c) Y, una tercera cuestión, estriba en su capacidad de articular relaciones que trascienden los movimientos territoriales y hacen de la globalización más que un concepto económico o una metáfora sociocultural. La construcción de ciberidentidades que se alimentan de la diversidad, de la conversación planetaria que a través de la “bitácora” personal, descentran y desterritorializan los sentidos que se producen, contribuye a “producir extrañamiento”, que bajo mi perspectiva es la condición fundamental para producir reflexividad. Dicho en otras palabras, acceder a otras visiones del mundo, contribuye a desnaturalizar la visión sobre el propio y eso posibilita un nivel de reflexión que es difícil de conseguir cuando el mundo se circunscribe a la reproducción de las dinámicas, estructuras y sentidos locales o cercanos. Para los adultos la experiencia era algo que se adquiría “para”, con un sentido teleológico, finalista; la experiencia era una dimensión mediadora entre un antes y un después. Hoy, uno de los ejes sustantivos de la idea de los repertorios múltiples, veloces, cambiantes que favorece la red, es que la experiencia se ha convertido en algo per se, la experiencia no sólo constituye subjetividad, sino además es la argamasa que posibilita el intercambio. Es la experiencia armada en trayectorias itinerantes, la que vale. La red es, en este sentido, no un continente de información, sino pasaje y pasadizo que conecta a la manera de rizomas,2 experiencias múltiples. La red es una gigantesca conversación colectiva, donde los jóvenes apelan a sus propios códigos, sin dejarse secuestrar por una “política de la palabra” específica o pautada. En sus Seis propuestas para fin del Milenio, Calvino (1998), decía: “Para cortar la cabeza de la Medusa sin quedar petrificado, Perseo se apoya en lo más leve que existe: los vientos y las nubes, y dirige la mirada hacia lo que únicamente puede revelársele en una visión indirecta, en una imagen cautiva en un espejo”. ¿La levedad como estrategia para enfrentar la petrificación del mundo analógico?, ¿de una realidad que los agobia? La metáfora de Calvino me parece poderosa para comprender la transformación de las subjetividades juveniles en relación con las redes y su diversidad de plataformas. Sigue diciendo Calvino: 2 No hay un territorio único donde fijar el sentido, porque el sentido se construye a través de los distintos nodos en conexión, que configuran un mapa, como dirían Deleuzze y Guattari, “abierto, desmontable, reversible, susceptible de recibir constantes modificaciones”. […] la relación entre Perseo y la Gorgona es compleja: no termina con la decapitación del monstruo. De la sangre de la Medusa nace un caballo alado, Pegaso; la pesadez de la piedra puede convertirse en su contrario; de una coz, Pegaso hace brotar en el Monte Helicón la fuente donde beben las Musas. Puede decirse, entonces, que lo leve emerge de la pesadez y al mismo tiempo afirma que la levedad no es una huida, sino un cambio de enfoque, de lógica, de otras formas de conocimiento. La tecnología es un marcador central en las identidades juveniles y un dispositivo que arma, forma y da sentido a su vida y a sus prácticas. En la primera década del siglo xxi, la tecnología ha mostrado ser su estrategia principal para encarar los desafíos que se les presentan; es clave asumir que los jóvenes y las diferentes tecnologías confluyen en un carril que está generando profundos cambios. Las tecnologías, en sus diferentes vertientes, operan como conectores, prótesis, plataformas, catapultas, experiencia cotidiana para interactuar con el mundo: del plumón para graffitear una pared a la computadora con Internet que permite acceder a la producción de autoría (es decir, a la voz propia) e ingreso a múltiples redes sociales. La tecnología es la marca de época de una juventud que la utiliza tanto para afirmar sus pactos con la sociedad de consumo, como para marcar sus diferencias y críticas a esa sociedad. Un fantasma acecha al capitalismo: de indignaciones y subjetividades emergentes Los años 2011 y 2012 fueron de agitación juvenil. Expresiones del desencanto y del cansancio frente a un sistema que decretó, por la vía de los hechos, la ausencia de lugar para las nuevas generaciones, “los indignados” sacudieron el ya de por sí caótico mapa de nuestras incertidumbres.
17 Según el diccionario, la indignación es “el sentimiento grande de enojo que genera un acto ofensivo o injusto”. Las expresiones del malestar juvenil que, en los últimos años, hemos visto aflorar en países como Egipto, España, Chile, Estados Unidos y México, acuden a novedosas formas de auto-identificación como: “los indignados”, “somos el 99%” o “#YoSoy132”, que desbordan los sistemas clasificatorios de los movimientos sociales en clave de política moderna. Esta forma de auto-dotarse de un nombre y de una palabra para reconocerse, desestabiliza, por decir lo menos, los sistemas de acuerpamiento social que han dominado la escena pública, a través de formas de reconocimiento de identidades prescritas –y muchas veces proscritas–, vinculadas a la “práctica” o lugar en la estructura social (obreros, campesinos, indígenas, estudiantes, mujeres), que definen al sujeto por su pertenencia a una identificación positiva; o, de otro lado, las formas de hetero y auto-reconocimiento ancladas en categorías raciales, partidistas, institucionales (los mexicanos, los vietnamitas, la izquierda, los desempleados, los okupas). Todas estas maneras de auto y heteroreconocimiento comparten una genealogía: la voluntad moderna de la clasificación, la obsesión por la claridad y transparencia de los orígenes y las pertenencias como garantía y justificación de las demandas. Hoy estamos frente a un territorio complejo, inestable, frágil, en el que las identificaciones se producen desde el hartazgo, desde el desencanto, desde la indignación, es decir, desde las emociones que operan como catalizadores, para bien y para mal de las expresiones de protesta. Me he preguntado, a lo largo de todos estos meses, si nuestros “instrumentos de conocer” están en condiciones de hacerse cargo de las transformaciones, no sólo de “la protesta” sino del sujeto que la protagoniza. Una primera cuestión estriba en una proliferación de formas de organización y enunciación sin centro; es decir, una transformación radical en los modos de concebir el liderazgo; la horizontalidad más que una bandera, es una apuesta explícita por desmarcarse de viejas culturas políticas. Una horizontalidad que no pocos analistas han confundido con falta de estructura. Una segunda cuestión es que todos estos procesos han implicado –para numerosos jóvenes– acelerados y profundos aprendizajes en los que se cruzan y mezclan sus dominios tecnológicos, su capacidad de uso de las comunicaciones, su velocidad para procesar información, con las formas, lenguajes, estrategias y dinámicas de la política más tradicional. En mi trabajo etnográfico, tanto en México como en Nueva York (donde pude seguir de cerca el movimiento Occupy Wall Street), encontré que se están produciendo dos gramáticas, dos Ilustración: Power Azamar Los años 2011 y 2012 fueron de agitación juvenil. Expresiones del desencanto y del cansancio frente a un sistema que decretó, por la vía de los hechos, la ausencia de lugar para las nuevas generaciones
18 Número especial, otoño 2013 culturas políticas. De un lado están los que dicen que jamás habían participado en una “asamblea”, que no entendían ni habían experimentado el debate con otros en la calle, el disenso, la búsqueda de acuerdos, porque lo suyo era fundamentalmente el clicktivismo, un involucramiento a través de los dispositivos digitales. En el otro lado están los que vienen de la cultura asamblearia y se muestran fascinados por “descubrir” la potencia de lo que quisiera llamar dispositivos sociotecnológicos, en un intento por escapar a la determinación de la tecnología. Esto, me parece, estaría indicando dos cosas: el señalamiento del “falso” debate en torno a la centralidad de las redes y los dispositivos digitales en contraposición a la experiencia “analógica” y, lo más importante, la potencia articuladora de movimientos juveniles que entienden que la micropolítica efectiva, aquella capaz de alterar los marcos subjetivos de la experiencia cotidiana, debe ser capaz de combinar simultáneamente el cuerpo en la calle y la red. La fuerza incontenible de una comunicación sin centro, que fluye y enlaza subjetividades políticas, es difícil contenerla con los aparatos de represión tradicionales. Una nueva forma de resistencia está en gestación, sus protagonistas son los jóvenes. El dilema o la pregunta central en estas formas de empoderamiento juvenil, me parece, estriban en la posibilidad de transformar esta agencia en potencial ciudadano, en un relato viable de futuros. Algunas notas finales Podríamos continuar en aproximaciones sucesivas, y cada vez más profundas, a los mundos juveniles. De sus cuerpos, sus lenguajes, de sus músicas, de las drogas... He intentado ofrecer un panorama amplio y complejo de los territorios, problemas, procesos y prácticas de la juventud que considero claves para una escucha atenta y respetuosa de sus voces. Las pertenencias, la búsqueda de sentido y el papel del consumo, juegan un papel constituyente en las identidades juveniles. Por consiguiente, quisiera cerrar mi intervención con algunas preguntas para la reflexión. Frente al cierre de espacios de inclusión digna y equitativa, ¿quiénes, qué instituciones o cuáles son los discursos que están ofreciendo alternativas? He podido constatar que los jóvenes, en los circuitos de precarización, sólo tienen como capital su propio cuerpo (muchas veces menguado por el hambre) y como mercancía intercambiable, el riesgo. Millones de ellos hoy venden riesgo: se adentran en la espiral de violencias del crimen organizado, se vinculan a mercados piratas, cruzan fronteras como “mulas” transportando droga. El riesgo es muy atrayente, hay fuerzas muy interesadas en comprarlo. Frente a la ausencia de un relato de futuro, de la pérdida de sentido, frente a la evidencia que muchos de ellos y ellas experimentan diariamente ser enFotografía: Gabriel Saldaña / CC BY Una nueva forma de resistencia está en gestación, sus protagonistas son los jóvenes
19 gullidos por una sociedad bulímica que se abalanza sobre sus cuerpos y luego los vomita, ¿dónde están las ofertas de esperanza?, ¿dónde se encuentran las instituciones, los discursos capaces de re-encantar el mundo, de construir una mejor sociedad? Es preocupante pensar que autores como Paulo Coelho o Deepak Chopra, terapeutas de la sanación, ocupen espacios tan importantes de gestión de la creencia y el sentido de la vida. La atmósfera terapéutica que impregna la sociedad contemporánea tiene en los territorios juveniles profundos impactos. La proliferación de sectas, de neoiglesias, de cultos como el de la Santa Muerte, no debe ser leído como un dato anecdótico o una amenaza a las instituciones, sino como el síntoma visible de un malestar muy profundo: el devenir siniestro de la sociedad, que para Freud (Das uhmenliche) significa la transformación de lo familiar en lo opuesto, en algo extraño y amenazante, con potencial destructivo. Para muchas y muchos jóvenes, la sociedad, el mundo que habitan, ha devenido siniestro. Frente al papel creciente del consumo para la construcción de la identidad de los jóvenes y los valores que lleva aparejado “tener en vez de ser”, quisiera que pudiéramos preguntarnos desde qué lugar de autoridad moral se puede juzgar a aquellos que han hecho del consumo un marcador de identidad, cuando el mercado y tres de sus “dobles”, el consumo, la piratería y la producción de formas estéticas masivas, repiten incesantemente el mantra de la pertenencia y el sentido a través de los objetos, de la posesión. ¿Dónde están las instituciones, los discursos, las prácticas capaces de operar como contrapesos a los relatos del mercado? A contravía de los discursos institucionales que recetan al joven un conjunto de preceptos para transitar “exitosamente” hacia la adultez, el mercado y “sus dobles” han logrado configurar un discurso desregulador, desprovisto de juicios morales, afirmativo y simplificador, con voluntad de “acompañar” al joven, al sujeto empírico, no al tránsito de su mutación “positiva” en adulto “productivo”, sino en el trance (dilema, apuro, aprieto) y goce de ser joven. Mientras la escuela, el Estado, la familia y muchas veces las Iglesias, se sienten impelidos a reclamar de los jóvenes un compromiso de tránsito, un compromiso, un pacto; el mercado y sus dobles, proporcionan un piso de seguridad, un espacio laxo en donde el presente se perpetúa, se expande, sin prisa, respetando la fuerte carga que implica vivir hoy, ahora, este momento. He planteado en diversas ocasiones que el vacío social no existe, no puede existir y que cuando una fuerza, institución, discurso se repliega, otras fuerzas tienden a ocupar ese vacío. El riesgo como mercancía, las ofertas a la carta de sentidos y creencias, el mercado y sus dobles, compensan un vacío o territorio “blando” dejado por las grandes crisis del siglo xx que se extienden y agravan en el siglo xxi. En estos contextos, la urgencia estriba en la búsqueda (y concreción) de lugares, modos, estrategias que restituyan la posibilidad para nuestros jóvenes de pronunciarse con certeza sobre sí mismos, de construir espacios de pertenencia amables, amorosos, incluyentes, que puedan ayudar a construir otras biografías juveniles. No soy agorera de la catástrofe o el apocalipsis. Hay modos, mecanismos, dispositivos para pensar que es posible un futuro mejor. Mientras aquí hablo, en México, en El Salvador, en Colombia, en Estados Unidos, en Argentina, en Bolivia y en otras latitudes, los jóvenes siguen actuando, comprometiéndose, involucrándose en miles y miles de proyectos y de causas. Abren radios comunitarias; ayudan en comunidades empobrecidas; aprenden en la universidad; escriben en sus blogs, actualizan sus estados de facebook, se suman o propone un #hashtag en twitter para denunciar una injusticia; se aprestan a levantarse para ir a la maquiladora que les paga un salario de hambre; escuchan una nueva canción en youtube; se emocionan con el discurso de una joven anarquista en Barcelona; producen un video que dará la vuelta al mundo; firman decididos una petición sobre el cambio climático; adoptan un perro; montan en bicicleta orgullosos de su opción; se besan entre la muchedumbre; lloran y se indignan por la violación de una estudiante india; se ríen. El espacio de intervención inteligente es amplio. Los jóvenes no son ni héroes alternativos, ni soldados, ni víctimas propiciatorias, los jóvenes hoy constituyen un enorme desafío. Narran a través de sus prácticas el declive de una sociedad que no escucha, no ve, no dialoga. Mathieu Kassovitz, director de La Haine (El Odio),3 hace decir a uno de sus jóvenes protagonistas, en tono de burla frente una sociedad que se precipita hacia abajo y que ante la caída sólo puede recitar: “hasta aquí todo va bien”, anticipando “juguetonamente” –lo que no significa, sin dolor ni miedo–, el colapso final. Romper el estribillo de “Jusqu’ici à tout va bien” que pronuncia para tranquilizarse el suicida que va cayendo pisos abajo de un rascacielos y que sabe que, inexorablemente, se estrellará contra el piso, es, quizá, el desafío fundamental. La cultura es el territorio más fértil, propicio, esperanzador y eficaz para encarar el desafío. 3 La Haine/Hate. Francia, 1995, 95 mins. Director: Mathieu Kassovitz. Cast: Vincent Cassel, Hubert Kounde, Saïd Taghmaoui. Producer: Christophe Rossignon. Script: Mathieu Kassovitz Camera: Pierre Aïm. Editor: Mathieu Kassovitz & Scott Stevenson.
Fotografía: zubrow / Foter.com / CC BY-NC 20 Número especial, otoño 2013
Juventud, divino tesoro Natalia Trigo Acuña Estudiante de la licenciatura en Comunicación de la Ibero Puebla, octavo semestre. Decir quién soy yo con certeza o qué significa ser joven para mí, me resulta casi imposible, primero, porque lo relaciono más con una categoría histórica creada y, después, porque existe una multiplicidad de “yos”, una multiplicidad de sentidos que conforman mi existencia. El término “juventud” es utilizado ordinariamente en el ámbito mundial y se le ha tratado de dar un sentido “globalizante”, que muchas veces, más que incluyente resulta conveniente sólo para ciertos sectores. ¿Qué significa ser joven realmente?, ¿qué hace que otros jóvenes del mundo sean jóvenes al igual que yo?, ¿son sólo los evidentes factores biológicos los que hacen que una persona de 35 o de 60 años ya no sea considerado joven? “La juventud” es una categoría hipócrita, oportunista, que se reduce a los integrantes de las estadísticas y de los rangos de edad. Quizá es el mismo sistema globalizante en el que vivimos el que ha tratado de encasillar a los jóvenes en un concepto completamente ambiguo y reduccionista, que no permite verdaderamente mostrar la gran diversidad de formas de serlo que existen. Dicha categoría se ha convertido en una especie de estigma, un peso que nos vemos obligados a cargar a regañadientes, un cliché directamente vinculado con el cambio y la transformación. ¿Por qué se les adjudica esta responsabilidad únicamente a los jóvenes? y ¿por qué, el mundo adulto decide lavarse las manos con respecto a tantos temas que aún siguen siendo de su incumbencia? Porque si una cosa es cierta es que el concepto de juventud es validado fuertemente por los adultos. “Los jóvenes” nos vemos obligados a actuar como ellos para poder aspirar a ser tomados en serio, porque si buscamos formas nuevas de desenvolvernos en el mundo, seguramente es debido a que “aún somos demasiado jóvenes”. Pero en estos tiempos resulta casi imposible no buscar nuevas maneras de experimentar la juventud: estamos desencantados de las grandes utopías a las cuales se aferraron nuestros padres o nuestros abuelos y existen pocas cosas en las cuales podemos confiar verdaderamente. Se vive un profundo desasosiego provocado por una oferta ilimitada de posibilidades, que más allá de permitirnos estar a la altura de los cambios que se presentan, nos mantienen alejados de cualquier tipo de certidumbre. Y a esta infinidad de posibilidades se suma la utilización de las nuevas tecnologías que generan nexos nunca antes vistos, pero que fisuran profundamente la esencia de las relaciones interpersonales. La juventud es un presente desdibujado, el cual (pienso con tristeza) sólo tendrá sentido en el futuro. Hoy la juventud, muchas veces, carece de sentido porque espera algo del mañana, aunque no está muy segura de qué es lo que espera o si debería estar haciéndolo. 21
RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3