13 Gramáticas de la violencia Las violencias (en plural) se han entronizado en los territorios juveniles. Desde finales de la década de los ochenta del siglo pasado, en diversas regiones del mundo, los jóvenes se volvieron visibles (mediáticamente) como operadores de la violencia, victimarios, principalmente. Pero ya en la primera década del siglo xxi se volvía evidente que ellos eran protagonistas centrales de procesos violentos, como víctimas y victimarios. Las altas tasas de mortalidad juvenil por violencia en países como Brasil, Colombia, El Salvador, México, para referirme a una región que conozco bien, llevaron a las y los investigadores a proponer el término de juvenicidio, para aludir a la gravedad de la situación. ¿Qué pasó en los últimos veinte años? Por qué los jóvenes fueron cayendo en una espiral de violencias sin control; responsables de asesinatos terribles, asesinados de formas terribles. La opción por la violencia se convirtió para muchos de ellos en los circuitos precarizados y asimilados, en una cuestión de sobrevivencia elemental. Una gramática que aprendieron a manejar con soltura frente al acecho constante de una sociedad que les dio la espalda y los dejó solos. Con honrosas excepciones, las instituciones no estuvieron ahí para ellas y para ellos. Es cierto que enfrentamos una creciente “disolución” del vínculo social que golpea, de maneras diversas y nunca suaves, el ámbito de la socialidad juvenil y los procesos de subjetivación. Sí, pero la disolución del vínculo social no es una causa, es más bien el efecto de la ausencia de sentido, de la falta de un relato que sea capaz de volver inútil la opción por la violencia, que sea capaz de restituir la confianza y un mínimo horizonte de futuro. Al monopolio de la violencia legítima que ejercían los Estados nacionales se le opone hoy el estallido de numerosos “dialectos” violentos que irrumpen en la escena social. Se trata no solamente de las violencias que se articulan a los problemas estructurales como el binomio pobrezaexclusión, sino de aquellas que se gestan y gestionan desde el desafío a la legalidad y la crisis de legitimidad. Considero que hay tres claves analíticas que posibilitan entender las violencias juveniles en su entramado sociocultural y calibrar su impacto para el futuro de las sociedades: la erosión de los imaginarios de futuro, el aumento exponencial de la precariedad tanto estructural como subjetiva, y la crisis de legitimidad de la política. A través de muchas etnografías, entrevistas en profundidad, seguimiento atento de las trayectorias y biografías juveniles en contextos de violencia, he podido formular tres nociones que resultan útiles para entender (e intervenir) los territorios juveniles signados por las violencias: la precarización subjetiva, el desencanto radical y la desapropiación del yo. • Por precarización subjetiva entiendo la enorme dificultad que enfrenta el/la joven para pronunciarse con certeza sobre sí mismo/a; la experiencia límite de la incertidumbre, y la desconfianza en las propias capacidades. La contingencia como el eje que organiza la vida diaria. El único recurso a mano es el presente. • El desencanto radical refiere a una ausencia total de confianza en las instituciones y en la sociedad. Su impacto es producir en el/la joven la certeza de que está solo/a frente a un mundo hostil. Es un vacío que sólo puede ser llenado en el vértigo de la experiencia límite. • La desapropiación del yo. El más complejo y doloroso de estos procesos alude a la ira, el miedo, la angustia que se experimenta ante aquello que los jóvenes perciben como fallas propias e individuales; la negación de la identidad, las tácticas de borramiento de ese yo, culpable. En síntesis, tratándose de las violencias, aunque el tema podría llevarnos horas o páginas de discusión, podemos apelar a la idea de que tratándose de las violencias difusas, caóticas, terribles que marcan los territorios juveniles, enfrentamos algo mucho más complejo que un asunto policiaco o disciplinario. Enfrentamos lo que varios autores coincidirían en llamar la “inadecuación del yo”, es decir, la insuficiencia biográfica, la narrativa precarizada de la propia vida, la sensación de ser culpable de algo inaprensible, que aplica de manera nítida a las expresiones y testimonios de muchos jóvenes que en diferentes circuitos, precarios, asimilados, paralegales, lo viven como experiencia cotidiana. Las violencias que protagonizan los jóvenes ya como víctimas o como victimarios, deben ser calibradas en los contextos de los proyectos sociopolíticos y los modelos económicos contemporáneos, en un declive acelerado de las instituciones y la ausencia de un orden inteligible. Las violencias juveniles se instalan justo en el vacío de legitimidad y desde ahí, desde esa “nada” percibida, desafían la legalidad, pero al hacerlo confrontan una ausencia, no una presencia. Hay ahí un dato clave para la intervención. Migraciones peligrosas La migración se ha convertido en marca de época. No hay espacio aquí para analizar a profundidad causas, procesos y efectos de lo que podríamos llamar la marcha hacia una promesa de futuro. Voy a centrarme en el análisis de los procesos culturales que van aparejados con la migración y el desplazamiento forzado para las y los jóvenes. Estamos frente a un abanico complejo de procesos migratorios juveniles que reconfiguran no solamente
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