Rúbricas Número Especial 2

Juventud, divino tesoro Natalia Trigo Acuña Estudiante de la licenciatura en Comunicación de la Ibero Puebla, octavo semestre. Decir quién soy yo con certeza o qué significa ser joven para mí, me resulta casi imposible, primero, porque lo relaciono más con una categoría histórica creada y, después, porque existe una multiplicidad de “yos”, una multiplicidad de sentidos que conforman mi existencia. El término “juventud” es utilizado ordinariamente en el ámbito mundial y se le ha tratado de dar un sentido “globalizante”, que muchas veces, más que incluyente resulta conveniente sólo para ciertos sectores. ¿Qué significa ser joven realmente?, ¿qué hace que otros jóvenes del mundo sean jóvenes al igual que yo?, ¿son sólo los evidentes factores biológicos los que hacen que una persona de 35 o de 60 años ya no sea considerado joven? “La juventud” es una categoría hipócrita, oportunista, que se reduce a los integrantes de las estadísticas y de los rangos de edad. Quizá es el mismo sistema globalizante en el que vivimos el que ha tratado de encasillar a los jóvenes en un concepto completamente ambiguo y reduccionista, que no permite verdaderamente mostrar la gran diversidad de formas de serlo que existen. Dicha categoría se ha convertido en una especie de estigma, un peso que nos vemos obligados a cargar a regañadientes, un cliché directamente vinculado con el cambio y la transformación. ¿Por qué se les adjudica esta responsabilidad únicamente a los jóvenes? y ¿por qué, el mundo adulto decide lavarse las manos con respecto a tantos temas que aún siguen siendo de su incumbencia? Porque si una cosa es cierta es que el concepto de juventud es validado fuertemente por los adultos. “Los jóvenes” nos vemos obligados a actuar como ellos para poder aspirar a ser tomados en serio, porque si buscamos formas nuevas de desenvolvernos en el mundo, seguramente es debido a que “aún somos demasiado jóvenes”. Pero en estos tiempos resulta casi imposible no buscar nuevas maneras de experimentar la juventud: estamos desencantados de las grandes utopías a las cuales se aferraron nuestros padres o nuestros abuelos y existen pocas cosas en las cuales podemos confiar verdaderamente. Se vive un profundo desasosiego provocado por una oferta ilimitada de posibilidades, que más allá de permitirnos estar a la altura de los cambios que se presentan, nos mantienen alejados de cualquier tipo de certidumbre. Y a esta infinidad de posibilidades se suma la utilización de las nuevas tecnologías que generan nexos nunca antes vistos, pero que fisuran profundamente la esencia de las relaciones interpersonales. La juventud es un presente desdibujado, el cual (pienso con tristeza) sólo tendrá sentido en el futuro. Hoy la juventud, muchas veces, carece de sentido porque espera algo del mañana, aunque no está muy segura de qué es lo que espera o si debería estar haciéndolo. 21

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