Rúbricas Número Especial 2

25 La pregunta es si los jóvenes se dan cuenta de lo que lograron y qué harán con esa noción de capacidad para provocar cambios. Hago un paréntesis. Lo que entendamos por “jóvenes” es un tema nada menor, al que los conocedores de esta materia han dedicado muchos años. Y por si fuera poco es un concepto dinámico, cuyo significado genérico, como concepto único, es más elusivo que nunca. Rossana nos puede actualizar sobre las importantes discusiones académicas al respecto de qué entender por “jóvenes”. A nivel periodístico, cancha en la que me desempeño, hemos batallado, no estoy seguro que con mucho éxito, por tratar de abordar a “los jóvenes”, sobre todo luego de que se posicionaron como uno de los temas eje de la pasada elección presidencial. Los políticos y los medios no hemos leído bien a los estudiosos de los jóvenes. En el mejor de los casos intentamos escucharlos en una condescendencia disfrazada de actitud democrática. “Que se expresen, que sean escuchados, que tengan espacios.” Pero me temo que esas “concesiones” están condenadas a bajos rendimientos, no porque “los jóvenes” no puedan aprovechar las “oportunidades” que “les damos”, sino porque no partimos de lo fundamental. De que la cancha no es pareja. El académico Néstor García Canclini nos recuerda que Rossana Reguillo ha incorporado, de manera definitiva, el término “precariedad” a la descripción de la realidad actual de los jóvenes. Rossana nos ha advertido que están erosionados los principios de inserción y participación privilegiados por la modernidad, como el trabajo o la escuela, en contextos de fragilidad democrática y exacerbamiento de la violencia. Eso es México hoy para los jóvenes. Cuando explota, sin que nadie lo viera venir, el movimiento #YoSoy132, en los medios primero fue curiosidad, luego asombro, siguieron las teorías de la conspiración –que si los creó Camacho, que si son pejistas, que si la mamá del muerto–. Finalmente, sin más remedio, los grandes medios se abrieron a la demanda de los jóvenes, al tiempo que los políticos más capaces, por ejemplo el equipo que rodeaba al candidato Peña Nieto, supo aprovechar a su favor la exigencia y la convirtió en un manifiesto que incluso le ayudó a vencer resistencias en su propio partido. Cuento una anécdota. Fui a una cena donde había dos altos jerarcas del pri. Uno de ellos, ex gobernador, dijo: “yo soy un vivo ejemplo de que los espacios para los jóvenes existen en el pri”. ¿Cuál era su prueba? Que había entrado muy temprano al sector juvenil de ese partido. El otro personaje apuntó que no entendían qué querían los jóvenes porque no presentaban demandas específicas. Para ellos era demasiado vago eso de “democratizar los medios”. Ambos líderes subrayaron que no debía pasarse por alto que el tricolor mostró disciplina al escuchar el documento llamado por Una presidencia democrática. En pocas palabras, no entendían nada de nada, y hasta se plantearon resistir la maniobra que de urgencia armó su candidato para contener la descalificación del #YoSoy132. Si por ellos hubiera sido, habría que seguir con el discurso de que los jóvenes estaban infiltrados, cosa que como todo mundo sabe fue lo que provocó la ira que dio pie al movimiento 132. En el caso de los medios, y cualquier generalización siempre será injusta, pero unos más y otros menos, cometimos el mismo error: preguntar qué quieren en concreto, en la reduccionista esperanza de traducir esa “petición” en una pregunta con la que correríamos a pedir una reacción a los poderosos políticos. Perfectos correveydile que no procesamos mucho más de lo que estaba pasando. En los medios nos desesperaba la eternidad de sus reuniones, las larguísimas listas de temas inscritos en las asambleas, el espacio nada privilegiado que nos daban, y sacábamos conclusiones temerarias de sus encuentros con otros grupos de resistencia. “Ya son appos; ya son Macheteros.” Y cuando nos cansábamos de seguirles el paso, los convocábamos a nuestros espacios para que jugaran con nuestras reglas. Era injusto y estéril. Llegaban famélicos de certeza de que hay futuro y nosotros les decíamos: bienvenidos a la carrera –llena de profesionales entrenados en buenas y malas artes–: dígannos, qué quieren y qué pueden aportar. No había posibilidad alguna de entendimiento. Los medios, muchas veces, fuimos idénticos a los priistas que vi en esa cena que ya les narré: nos presentábamos como ejemplo de que hay posibilidad de éxito, sin ver que éramos la negación de la posibilidad de ellos: porque el futuro de antes ya no existe. ¿Y por qué no funcionaron los programas que se abrieron, por ejemplo en Foro TV? Podríamos buscar la falta de eco de esos segmentos en que olvidaron el discurso desde la precariedad de futuro. Hablaban un lenguaje y utilizaban enfoques que están agotados. Quisieron hablar como la gente que habla en la televisión, cuando sobran los que hablan como la gente que habla en la televisión. Perdón por esta pobreza retórica. Se volvieron “analistas”, con capacidad, no crean que no, pero sin tino: porque fue la imposibilidad de un futuro distinto lo que los llevó ahí, no la necesidad de los medios de voces nuevas que dijeran lo mismo que las voces “viejas”. O quizá fue que los jóvenes quieren cambiar nuestro modelo de telecomunicaciones y no necesariamente incorporarse al que existe, que es tan siglo xx. En Cultura y desarrollo. Una visión crítica desde los jóvenes, Néstor García Canclini aborda de manera muy interesante qué

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3