Rúbricas Número Especial 2

37 gratas, otras difíciles y amargas, pero siempre con las ganas de salir avante viendo al horizonte. El primer pago a la sociedad Ingresé al Instituto Estatal de Educación para Adultos (ieea) en el año 2005, y debo confesar que en realidad no lo hice por ser para los demás, sino porque necesitaba un pretexto para aferrarme a mi comunidad, para poder volver “forzosamente” cada fin de semana, pues el cambio de casa, de ambiente y amistades fue muy drástico, fue un paso enorme que me colocó en otro mundo. En cuanto al Instituto, ya años atrás había tenido un acercamiento a la educación de adultos; cuando iba a la secundaria una promotora me invitó a alfabetizar y recuerdo que, muy entusiasmada, comencé a buscar personas para alfabetizarlas. Esto fue un enorme reto para una adolescente, por desgracia no logré mi objetivo, y en realidad no fue por falta de ganas de ambas partes, sino de la promotora que jamás llegó con la capacitación, con los libros y el material prometidos, así el ánimo de las personas decayó y tristemente el salón se quedó vacío. En ese momento, aunque no me percaté hasta después, obtuve mi primera lección: los adultos necesitan más atención y motivación, en cuanto a educación, que los niños. Para mi segundo round me encontré con una promotora muy trabajadora y carismática, tanto que los adultos que conformaban los diversos círculos de estudio la querían mucho y confiaban en ella como amiga y confidente, y ella correspondía igual, sabiendo los nombres completos de todos y siendo toda oídos para ellos. Lección número dos: en un aula con adultos es indispensable saber escuchar, no sólo oír lo que opinan o hacen, sino realmente escuchar; la mayor parte del tiempo se acercan a los círculos de estudio mujeres con problemas de autoestima y violencia intrafamiliar; en más de una ocasión pude comprobar que en realidad no se arrimaban al círculo porque necesitaban un certificado o porque realmente querían aprender, sino porque éste representaba un espacio propio donde podían liberarse, aunque fuese dos horas por semana, de la carga que doblegaba sus espíritus; un lugar donde podían platicar sobre sus problemas, contar anécdotas y escuchar que alguien las motivaba a creer en sí mismas nuevamente. Había quienes llegaban apresuradas con sus libros y decían: Maestra: le dejo mis libros para que me los revise, después vengo por ellos, vine a escondidas ahorita que mi esposo se salió porque dice que yo ya no debo estudiar, que no tiene caso porque soy bien burra bien mensa para estas cosas, que me ponga a levantar mi chiquero, pero yo sí quiero terminar mi primaria aunque sea. Ya me voy no sea que me gane a llegar el viejo”. En estos casos, definitivamente, era indispensable darle ayuda a la señora, ser flexible en sus tiempos, acomodar sus exámenes dependiendo del horario de trabajo del marido, en fin, hacer todo lo posible para que se lograra el objetivo. Otras veces, cuando el marido permitía que la esposa estudiara, era como una niña de kínder, la llevaban a la puerta del salón: Maestra, aquí le dejo a mi esposa a ver si le puede usté ayudar, porque yo le digo que ni venga que nomás la hace perder el tiempo porque la verdá está bien burra, pero está necia que quiere estudiar, pus a ver qué hace, al rato vengo por ella. Y a las dos horas exactas el marido estaba en la puerta para llevarla de nuevo a casa. Sabe a gloria cuando, por fin después de tantos esfuerzos, un adulto logra terminar la secundaria, pero lo más gratificante es cuando logras que un joven se reintegre al sistema escolarizado, que termine el bachillerato e ingrese a la universidad. En ese momento sabes que has salvado a uno y que por ese uno vale la pena tanto esfuerzo. Sin lugar a dudas, en poco tiempo me encanté de la labor que se realiza en el ieea, pues ya encarrilada en la licenciatura en Comunicación y completamente empapada de la misión de la Ibero, la tarea a desarrollar en el Instituto me venía como anillo al dedo, más aún cuando encontré la manera perfecta de ligar mi carrera a esta actividad y, de primera mano; lo que he venido aplicando son las cuatro “condiciones de éxito en la comunicación” que propone Wilbur Schramm. Número uno: El mensaje se debe diseñar y transmitir de tal forma que se logre la atención del destinatario escogido (Fernández/Gordon, 1990: 11), indispensable en la educación para adultos. El mensaje tiene que estar hecho a la medida de cada educando para lograr su atención, por esto se trabaja con el Modelo de Educación para la vida y el Trabajo (mevyt), el cual nos ofrece una gran cantidad de módulos o materias a escoger, dependiendo del perfil de cada adulto. Por ejemplo: si estamos tratando con una ama de casa lo ideal es sugerirle los libros Educación de nuestros hijos e hijas o bien Ser padres: una experiencia compartida; si es un obrero: Ser mejor en el trabajo, en caso de ser campesino: Producir y conservar el campo; si se trata de un joven: Sexualidad juvenil o Ser joven. En fin, hay una gran variedad de materias que pueden elegir y la finalidad es que no sólo captemos su atención, sino brindarles herramientas que los ayuden a desarrollarse y mejorar su entorno, sea cual sea. Ya dentro del aula, también es de suma importancia la forma en que se le explica a un adulto; todos los ejemplos deben ir ligados a lo que él conoce o desarrolla a diario: a una ama de casa se le explicará fracciones llevando a colación lo que compra para la comida, desde hacer que sume los kilos que lleva en su bolsa si compra un cuarto de papas y un octavo de queso, en fin cualquier cosa que nos facilite la comprensión del tema que tratamos, y nos proporcione toda su atención. Por otra parte, siempre habrá situaciones que provoquen que la comunicación no se realice adecuadamente, por ejemplo: se le brinda a un adulto un libro según su perfil, y se dan explicaciones que le resultan cercanas, pero el día de la asesoría llega indispuesto, triste, enojado, cansado… Entonces, es necesario replantear la forma de comenzar la clase,

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