Rúbricas Número Especial 2

¡Gulp! El presente Power Azamar Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Universidad de las Américas Puebla. Maestría en Letras Iberoamericanas, Universidad Iberoamericana Puebla. Catedrático en la udlap, en la Ibero Puebla y Universidad Vasconcelos, en medios de comunicación, video, diseño y animación. Diseñador, reportero, fotógrafo, caricaturista, artista plástico y productor televisivo. Estamos en duelo por las certidumbres. La Posmodernidad perdió la fe en los grandes relatos, rechazó a las autoridades del intelecto y denunció el fracaso del proyecto modernista. En cambio se interesó en el Otro, el subalterno, los marginados, los desheredados del mundo. Cyborgs, mujeres, homosexuales, colonizados, “pachucos, cholos y chundos, chichinflas y malafachas […]”. Cambiaron los personajes, y con ellos, las formas narrativas. Stan, Kyle, Cartman y Kenny diseccionaron con recortes la actualidad estadounidense. Quentin Tarantino hizo estallar a Hitler con blaxploitation, embelleció la violencia y enmarañó las líneas narrativas en un plato de spaghetti western. Gregory House, Sheldon Cooper, Daria Morgendorffer, Malcolm, el de en medio y Peter Parker reivindicaron a los nerds incomprendidos. Lo mismo que la teniente Nyota Upenda Uhura, la mujer que conquistó el espacio y reveló a los terrícolas la dulzura del amor interracial. Por su parte, Homer J. Simpson se doctoró en Ciencias Sociales y Filosofía del Error por la Universidad Springfieldiana de la Clase Media. Y Son Gokū le dio una cátedra a Superman sobre “Autosacrificio para Extraterrestres Huérfanos y Mesiánicos”. La realidad es una perspectiva dada por el lenguaje. La experiencia contemporánea es veloz y simultánea: el sueño de Julio Verne, Isaac Asimov y Ray Bradbury; la pesadilla de Fritz Lang, George Orwell y Aldous Huxley. “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, el universo cabe en una pantalla, pero la gente sigue muriendo de hambre y la imaginación nos consuela de lo que no podemos ser. ¡Irónica época la nuestra! Un videojuego contiene más obras de arte que la Isla de los Museos, el ganado nos contagia las nuevas epidemias y el humor nos consuela de lo que realmente somos. El capitalismo llegó para quedarse. Es una realidad que todos hemos aceptado silenciosamente, aquí y en China. En el mercado actual encontramos una serie de productos privados de su propiedad maligna: leche deslactosada, postres light, cerveza sin alcohol, chocolates laxantes, sexo virtual y guerra sin bajas. ¿La obscena tutela sobre el superyó demuestra que incluso la revolución es una idea generada por el sistema para autolegitimarse? Para que haya montañas deben existir las fosas. Acaso habrá que replantearse la utopía. La vida real carece de risas enlatadas. La tecnología democratizó la palabra y la imagen, las herramientas más poderosas de la comunicación. Lo que permitió al hombre común generar su propio discurso, producir sus propios contenidos y cuestionar las antiguas voces del poder. Michel Foucault destronó al autor, Roland Barthes activó la guillotina y Jaques Derrida lo colgó en Internet. ¡Jóvenes del mundo, regocijaos! “Dios ha muerto” y el monstruo de Frankenstein juega malabares con su cabeza. 63

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