Rúbricas 1

73 reciente reaparecen en muchas latitudes, y asoma el gesto inaugural de un poder totalitario y violento que define al enemigo interno: el campesino indígena, el insumiso, el obrero, el pobre, el sedicioso, el migrante, el indigente, el extranjero como sinónimo de terrorista, pandillero o narcomigrante, con la intención de imponer una verdad única en la lógica del orden instituido y como estrategia de poder y prácticas rutinarias del neoliberalismo de guerra, con la impunidad como política de Estado. * * * Son muchos los que se preguntan para qué resistir al olvido. Y respondemos que esa es una de las batallas cruciales del inicio del tercer milenio, porque en el mundo actual se dan las condiciones de reproducción de la barbarie y del horror nazi-fascista. Hoy, como ayer, que nadie diga yo no sabía. La impunidad no es sólo un problema jurídico ni del pasado. La impunidad tiene una dimensión política. Es un problema de la sociedad. Y cuando una sociedad niega el crimen que todos conocen, cuando el horror se sabe pero no se admite, el mensaje edulcorado de inocencia es un efecto de impostura y de mentira. No hay un agujero de la memoria. Lo que existe es una trivialización del crimen horroroso. La banalización de un horror que muchos conocen y del que pocos hablan. Un horror concreto. Por ejemplo, en Acteal, Aguas Blancas, El Charco, Atenco, la ciudad de Oaxaca, Pasta de Conchos, el que viven los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas… El nuevo Estado policial autoritario se presenta ante la sociedad como “el salvador”. Por ello, busca legitimar el uso de la fuerza y genera de facto un Estado de excepción. Con el juego de la “lucha contra el terrorismo” y el “crimen organizado”, encarcela a la sociedad. Nos vigila. Limita los espacios públicos. Invade la privacidad de las personas. Impone nuevas leyes represivas como la Ley Antiterrorista. Fomenta la delación. Además, con su racismo, su discriminación y sus arrasamientos culturales; con sus fundaciones, sus centros de pensamiento, su terrorismo mediático y sus oligopolios al estilo Televisa; con sus oscurantistas adoctrinadores tarifados, tipo Enrique Krauze, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín, nos imponen nuevas reglas que sancionan impunidad arriba y terror abajo, mientras instalan por doquier sofisticados sistemas de control y vigilancia electrónica de red en el marco de la doctrina Giuliani. Ante este estado de cosas, pensamos que conocer el origen y la naturaleza del dolor, los mecanismos del terrorismo de Estado y del discurso del poder que justifica la barbarie y el odio al otro, al diferente, implica quizá desarmar su lógica de manera preventiva, su vigencia hoy y su eficacia. Termino. Les hablé sobre una realidad de horror; la del México de nuestros días. Vuelvo a Ellacuría. Él decía que “la realidad y la verdad han de hacerse y descubrirse, y que han de hacerse y descubrirse en la complejidad colectiva y sucesiva de la historia”. Él fue muerto, igual que el Jesús histórico en el que creía, porque era una amenaza contra el orden social instituido. Porque en su denuncia y compromiso estaba del lado de la justicia, frente al odio y la opresión. Él asumió una opción ética. Vivía como pensaba y pensaba como vivía. Hizo de su Universidad un instrumento al servicio de las mayorías, y frente a las estructuras injustas dio una función liberadora a su filosofía. Enfrentó situaciones de no-libertad y no-verdad con elementos críticos y propositivos para superar ese estado de cosas. Impulsó los objetivos emancipatorios de la ilustración; buscó humanizar la realidad y transformarla. Ustedes, jóvenes, muchachas y muchachos que arriban a la Universidad, son la primera o segunda generación del neoliberalismo. Nacieron cuando se había impuesto a sangre y fuego una cultura de alienación. Un modelo de cultura que multiplica el individualismo, el darwinismo social, la insolidaridad, el egocentrismo y el afán de consumo. Frente a esa realidad que vivió y por la que murió, Ellacuría impulsó una liberación como proceso y proyecto de hombres y mujeres actores y autores de su propio proceso histórico. Él decía que la liberación es un proceso. “En lo histórico es un proceso colectivo de transformación, cuando no de revolución.” En lo personal, la libertad es un proceso de autonomía y autodeterminación. Él decía que la liberación de las estructuras injustas (pensemos en este México de horror que les he descrito) y la creación de nuevas estructuras, fomentadoras de la dignidad y la libertad, se constituyen de la libertad de los individuos dentro de su contexto nacional y libertad para los pueblos dentro de su contexto internacional. Pero no hay libertad para todos sin justicia para todos. Los exhorto, pues, a ser críticos desde un horizonte de afirmación y de esperanza (utopía). Y cuando puedan, aquí en la Ibero, sumérjanse en el llamado ético de Ignacio Ellacuría, que los invita-invito a situarse del lado del oprimido en los procesos históricos de dominación-emancipación. Es el no-ser del oprimido y reprimido quien determina el lugar adecuado desde donde se manifiesta la verdad de la realidad. Bienvenidos al caos en tránsito hacia la utopía.

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