Rúbricas XVIII La biblioteca en la función académica universitaria Rúbricas XVIII La biblioteca de Universidades Jesuítas. Desafíos ante el cambio de época 12 13 La Real Academia de la Lengua define a las bibliotecas como instituciones “cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos” (2022), en otras palabras, son espacios en donde es posible acceder a fuentes diversas de información que, en la actualidad, pueden estar en distintos formatos y soportes materiales. Estela Morales Campos explica que: En un recorrido histórico por las bibliotecas, podemos distinguir que la razón de ser de estas instituciones es satisfacer las necesidades de información de la comunidad a la que sirven mediante la riqueza informativa que resguardan para fines muy específicos y en diferentes modalidades de registros. El acervo, siempre, tiene como contraparte al usuario, a la comunidad, próxima o ampliada en círculos concéntricos que pueden ser acotados e incluyentes dentro de esferas sociales afines y con diferente cobertura geográfica (2020: 222). A partir de esta premisa se puede plantear que, en el caso de las bibliotecas universitarias, la información que reúne sus acervos debe apuntalar los procesos de enseñanza-aprendizaje, así como de generación, divulgación y difusión de conocimiento. Lo anterior significa que los libros, bases de datos, materiales audiovisuales y sonoros, entre otros, que se adquieren y ponen a disposición de los usuarios, tienen que responder a las necesidades académicas de docentes, investigadores y estudiantes. Así, el primer reto para la organización y funcionamiento de este tipo particular de biblioteca es: cómo recoger las demandas y necesidades de la comunidad para utilizarlas como insumo en la selección y adquisición de fuentes informativas y qué infraestructura, soportes tecnológicos y servicios deben ofrecerse para garantizar el uso de esas fuentes. Un factor más es la necesidad de contar con personal especializado y capacitado para el desarrollo de su función. El segundo desafío tiene su origen en el aumento acelerado que las fuentes de información impresas y digitales han tenido en los últimos años. Este crecimiento exponencial de la oferta de fuentes obliga a los administradores de estos espacios formativos a priorizar sus inversiones para la obtención de materiales que resulten adecuados tanto en número como en calidad para los usuarios. Ambos retos ponen de manifiesto la importancia de efectuar investigaciones y contar con datos que ayuden a mejorar la calidad del servicio que se presta. Entre las informaciones que pueden ser útiles para este fin resaltan: estadísticas acerca del uso de los recursos; sondeos sobre la percepción que los usuarios tienen de las colecciones y sobre los servicios que se ofrecen; análisis de la pertinencia de las fuentes para cumplir los objetivos educativos; evaluación de las herramientas tecnológicas que se utilizan para apoyar la gestión y el servicio, por citar sólo algunas. En las valoraciones sobre la pertinencia y el uso del acervo, así como en las referentes a la calidad de los servicios que están disponibles es importante recoger el punto de vista de los usuarios y no sólo los datos que arrojen los sistemas de gestión. Además de contar con un acervo pertinente, las bibliotecas universitarias deben ser espacios en los que se desplieguen estrategias para apoyar el desarrollo de competencias indispensables para los futuros profesionistas y para quienes se desempeñan en el ámbito educativo. Esto significa que las bibliotecas no sólo reciben a estudiantes, docentes y miembros de la comunidad universitaria para que puedan consultar libros, acceder a bases de datos, a colecciones hemerográficas, etcétera, que les provean información pertinente y útil para su formación y/o el desempeño de su función académica, sino que tienen que ser capaces de apoyar la adquisición de habilidades de los usuarios a lo largo de su trayectoria en la institución. Entre las habilidades y conocimientos que la biblioteca universitaria debe ayudar a desarrollar en sus usuarios, se encuentran, sin lugar a duda: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios (Borges, 1981: 89)
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