Rúbricas XVIII Bibliotecas y educación superior en América Latina... 44 45 Rúbricas XVIII La biblioteca de Universidades Jesuítas. Desafíos ante el cambio de época A partir del siglo XX, este compromiso educativo, desde las instituciones que mantienen una relación con los objetivos de la educación jesuita, se sintetiza de la siguiente manera: ¿Cuál es nuestro objetivo? Las Características de la educación de la Compañía de Jesús nos proporcionan una descripción que ha sido ampliada por el P. general Peter-Hans Kolvenbach: “La promoción del desarrollo intelectual de cada estudiante, para completar los talentos recibidos de Dios, sigue siendo con razón un objetivo destacado de la educación de la Compañía. Su finalidad, sin embargo, no ha sido nunca acumular simplemente cantidades de información o incluso preparación para una profesión, aunque éstas sean importantes en sí mismas y útiles para que surjan líderes cristianos. El objetivo último de la educación jesuita es, más bien, el crecimiento global de la persona, que lleva a la acción, acción inspirada por el Espíritu y la presencia de Jesucristo, el hijo de Dios, el Hombre para los demás. Este objetivo orientado a la acción está basado en una comprensión reflexiva y vivificada por la contemplación, e insta a los alumnos al dominio de sí y a la iniciativa, integridad y exactitud. Al mismo tiempo discierne las formas de pensar fáciles y superficiales indignas del individuo, y sobre todo peligrosas para el mundo al que ellos y ellas están llamados a servir”. El P. Arrupe resumió esto expresando nuestro objetivo educativo como “La formación de hombres y mujeres para los demás” (Jesús, 1996: 16). - La biblioteca como conversación de posibilidades Es pues, en primer lugar, una experiencia de hospitalidad, en donde el principal valor son las personas y las ideas, tanto las que están ahí como las que acompañan desde lejos, tanto los autores de los libros que se resguardan como las personas que contribuyen a que éstos estén aquí, accesibles, dispuestos y ordenados para ser usados con confianza por todos. Desde nuestra perspectiva queremos que al entrar cada persona se sienta bienvenida y como en casa, con la libertad de ir y venir, de buscar, mover, descansar, estudiar, crear, pasear o de, simplemente, estar tranquila y a gusto, como en un refugio, un remanso, un espacio paciente y flexible. En este sentido, la biblioteca es una experiencia y no únicamente un lugar. Entrar a ella es una práctica de relación distinta con las personas, con el estudio, con el conocimiento, con el ruido y el silencio, con el tiempo, con uno mismo. Es un espacio vivo, un jardín en donde labramos la tierra y las cosas crecen, germinan. Un instante memorioso en el que dialogamos con lo contingente, un momento en donde pasan cosas que nos hacen distintos. La hospitalidad nos ayuda a acoger personas con aspiraciones relacionadas con su camino en formación, y que a partir de los elementos informativos construyen un universo de posibilidades y rutas. Hay que expresar que la biblioteca es una casa abierta, un refugio, un entorno seguro, un lugar humano en donde puedes sentir a los demás a tu lado y de tu lado. En donde las palabras, los gestos y las acciones de las personas, más que las paredes, son los que van habitando el espacio y construyendo una identidad colectiva acogedora. La hospitalidad conecta con la lectura y con un proyecto desde esta posibilidad de diversidad, que bien puede ser etiquetado desde la mirada externa de quien se aproxima al universo lector del otro, como “profesional”, de “ocio”, “por placer”. Sin embargo, la clave de articulación se configura como una mediación entre la biblioteca, su depósito y el visitante (digital o físico), es decir, más que un “servicio” es una conversación de posibilidades lectoras entre personas y órdenes. Conversar es una forma de abrirnos al otro y a un tiempo de descubrirnos a nosotros mismos. La biblioteca es un espacio para generar conversación, acto cultural por excelencia, que nos tiende un territorio nuevo, dispuesto a la co-creación. La conversación se da de muchas maneras: conversamos de forma verbal o sin palabras, conversamos con los presentes y con los que no están aquí, con los vivos o con los muertos, con los afines y los diferentes. Conversar es en sí mismo un signo de generosidad y de confianza, un gesto de validación del otro y de su argumento. El diálogo, el debate, la argumentación, la colaboración y el acuerdo son también posibles en un espacio como la biblioteca, el cual nos invita a conversar con el presente, con el pasado y el futuro. La biblioteca es en sí misma un espacio incluyente, dispuesto para todos en igualdad de condiciones y de oportunidades. Nos debemos a los que vienen, y a los que no vienen, pero que podrían venir. La riqueza de nuestros acervos tiene sentido en la medida en que cultivamos la confianza de nuestros usuarios. Un acceso seguro y amigable a contenidos validados por una tradición bibliotecaria, generada por un conjunto de expertos en el manejo de la información, nos hace un punto valioso de referencia para quien se formula preguntas y busca respuestas.
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