Rúbricas XIX La formación integral no es lo que crees que es 96 97 Rúbricas XIX Modelo de educación integral en el actual contexto de los dinamismos fundamentales de la persona: creatividad, criticidad, libertad, solidaridad, integración afectiva y conciencia de la naturaleza de nuestro actuar. En esta afirmación se pone de manifiesto una pluralidad de componentes que se integran en la educación jesuita y que orientan hacia una formación que va más allá de los aspectos técnicos, de capacitación para el trabajo o puramente intelectuales, para mirar su misión en un ser humano histórico y en desarrollo de sus potencialidades. Otra expresión de esta mirada multidimensional de la persona es el conjunto de afirmaciones que se articulan en el texto Características de la Educación de la Compañía de Jesús (1986), el que considera, como uno de estos atributos, “la formación total de cada persona dentro de la comunidad”. En este escrito se enumeran y describen aspectos intelectuales, tecnológicos, comunicativos, estéticos, físicos, religiosos y sociocomunitarios a cultivar, cuya finalidad es la “formación de la persona equilibrada con una filosofía de la vida, desarrollada personalmente, que incluye hábitos permanentes de reflexión” (p. 7). Como síntesis de lo anterior, el mismo texto propone, como meta de la educación jesuita, “ayudar al desarrollo más completo posible de todos los talentos dados por Dios a cada persona individual como miembro de la comunidad humana” (p. 6). Esta concepción de persona equilibrada fue abordada años antes por el P. Pedro Arrupe, SJ, en el documento Nuestros colegios hoy y mañana (1980), al describir al estudiantado que se quiere formar en cuatro claves, a saber: hombres de servicio según el evangelio, hombres nuevos, hombres abiertos a su tiempo y al futuro, y hombres equilibrados. Esta última característica la desarrolla de la siguiente forma: Es un ideal irrenunciable: todos los valores anteriormente citados –académicos, evangélicos, de servicio, de apertura, de sensibilidad ante el presente y el futuro– no pierden nada, antes se potencian mutuamente, cuando se combinan equilibradamente. No es el ideal de nuestros colegios producir esos pequeños monstruos académicos, deshumanizados e introvertidos. Ni el devoto creyente alérgico al mundo en que vive e incapaz de vibración. Nuestro ideal está más cerca del insuperado modelo de hombre griego, en su versión cristiana, equilibrado, sereno y constante, abierto a cuanto es humano (p. 5). Otra manera de expresar esta armonización es por medio de la declaración de las finalidades de la educación jesuita, mismas que designa con nombres latinos el P. Peter-Hans Kolvenbach, SJ, otrora propósito general de la Compañía de Jesús, quien a su vez recupera los planteamientos realizados por el jesuita Diego de Ledesma en el siglo XVI, a saber: utilitas, iustitia, humanitas y fides. De forma explicativa, Agúndez (2008) elabora acerca de la deseada relación de integración mutua y nunca de subordinación entre estas finalidades de la educación jesuita: […] en las finalidades pedagógicas de la enseñanza jesuítica, no es comprensible la utilitas (competencia práctica, excelencia profesional) sin la iustitia (compromiso social); ni aquella y esta sin la humanitas (maduración humana, formación de la “persona integral”, de la “persona toda”) y ninguna de las tres sin la fides (el anclaje dinámico en una opción radical de sentido de la persona y de la vida, que es al mismo tiempo directriz básica del comportamiento ético) (p. 606). Por su parte, cuando el P. Adolfo Nicolás, en su conferencia “Misión y Universidad: ¿qué futuro queremos?” (2008) desarrolla lo referente a la humanitas, plantea como horizonte las cuatro C’s que propone su antecesor, el P. Peter Hans Kolvenbach, SJ, como manifestación o fruto de este espíritu humanista en el estudiantado: Conscientes de sí mismas y del mundo en el que viven, con sus dramas, pero también con sus gozos y esperanzas. Competentes para afrontar los problemas técnicos, sociales y humanos a los que se enfrenta un profesional. Personas también movidas por una fuerte compasión. […] Compasión, con un guion que separa las dos partes de la palabra, indica algo muy profundo y muy humano: la capacidad de sentir como propio el gozo y el dolor de los demás; la capacidad de ponerse en su piel; la capacidad de acompañarles y ayudarles desde dentro de la situación; la constatación de que el otro, cualquier otro, especialmente el otro que sufre, es mi hermano o mi hermana. Esta compasión es el motor a largo término que mueve al compromiso: esta forma de amor en la que el ser humano no solo da algo, sino que se da a sí mismo a lo largo del tiempo (p. 12). Foto: Ibero Puebla Foto: ITESO Foto: Ibero Puebla
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