Rúbricas 2

120 Otoño - Invierno 2011 revista Orígenes, de 1944 y la presencia que el arte mexicano tuvo en números posteriores, el viaje a México efectuado por Lezama Lima en octubre de 1949 y las formas que esa experiencia adquirió en Paradiso de 1966 y Oppiano Licario, publicada póstumamente en 1977; finalmente, Herández Quezada se detiene en la lectura de lo mexicano en el ensayo La expresión americana de 1959. Enseguida me referiré, por orden de aparición, a algunos de los aportes más sobresalientes que nos entrega Javier Hernández Quezada para facilitarnos la comprensión del proyecto literario de Lezama Lima y el papel eminente que México juega en él. I. “El coloquio con Juan Ramón Jiménez”, asegura Javier Hernández, es un texto inaugural del proyecto literario de Lezama Lima y en él México juega un papel clave en pos de formular una obra sustentada en la reivindicación del poder que el lenguaje poético posee para transformar la realidad, para re-fundarla; no obstante, la conquista de ese poder despliega sus implicaciones sobre todos los ámbitos de la vida; la experiencia y, más aún, la creación poética es para Lezama, a un tiempo: un pathos, una mística, una ética y, desde luego, un imperativo no exento de implicaciones sociales y políticas. En palabras de Julio Ortega, Lezama Lima “nos enseña que la poesía es algo superior a nuestras fuerzas, pero que esa demanda que ella hace sobre nosotros es una pregunta para nosotros mismos que espera lo mejor de cada uno. Es una literatura que va con la vida cotidiana y cultural latinoamericana”. Es precisamente en ese registro socio-político al que antes aludí donde la indagación de Hernández Quezada sobre la presencia de México en el “Coloquio” adquiere, para mi gusto, buena parte de su mayor interés. El México del “Coloquio” está concebido para jugar un importante papel contrastivo frente a la sociedad cubana de finales de los años treinta y en especial de la intelligentsia cubana, blanco que Lezama desea sacudir por el método de evidenciar el vacío abismal de un mito faltante, el de un insularismo positivo, así como a través de la propuesta de un horizonte otro; en palabras del propio Hernández Quezada: “los singulares planteamientos que Lezama Lima hace en el ‘Coloquio’ tienen por objeto proponer una teleología insular, que subraye la importancia social de la poesía y manifieste un programa moral, de alcances duraderos”. Por lo mismo estamos frente a esa propuesta ética, con la cual el escritor organiza “una expresión”: aquella que precisa el valor del arte y descubre viabilidades futuras (…) el “Coloquio” expresa el malestar de una generación que no encuentra soluciones de ningún tipo; pero al mismo tiempo, justo cuando Lezama Lima arguye que el estudio de lo insular integra “el mito que […] falta”, sugiere la necesidad de concebir un futuro distinto que recupere el “orgullo de la expresión”. Con ese propósito en mente, Lezama en su diálogo con Juan Ramón Jiménez configura a México como la encarnación del mito “continental”, que supone una sensibilidad fuerte y clara que se acredita en expresiones que se van configurando en el movimiento de la historia. Así, frente al aletargamiento social y artístico cubano, a su aislamiento inoperante y su propensión por una tradición maniáticamente repetida en fórmulas y formas, Lezama levanta como provocación ejemplar y prestigiosa la imagen formidable de un México que encarna, según sus palabras: “la internación, la vida hacia el centro, única manera de legitimarse”. La imagen de México que Lezama construye en el “Coloquio” está apoyada sobre dos pilares: la antropología de Frobenius y Spengler y la poesía de Alfonso Reyes; de los primeros recupera la armazón conceptual respecto de la evolución de las civilizaciones y en particular la caracterización que Spengler hace de la cultura mexicana; y de Reyes toma las expresiones de una sensibilidad poética que reivindica su historia, su tradición, sus altos vuelos y su pleno derecho a la universalidad. Lezama Lima –dice el autor– “resalta las características de la cultura mexicana [como] una cultura superior, impregnada de espíritu, cuya vitalidad deja ver diferentes etapas y cuya mención resulta determinante”, principalmente en el momento de bosquejar “el mito que […] falta”. Es necesario, por tanto, entender que Lezama Lima empalma los conceptos (…) sobre las “culturas inferiores y [las] culturas superiores” con los de “cultura litoral” y cultura “continental”, a fin de sugerir: 1) que Cuba es un país insular, pequeño, el cual tiene con otros el hecho puramente contraproducente “de vivir en medio de las grandes culturas sin participar interiormente en ellas, y 2) que México es un país continental, inmenso, en el que aparece una “tendencia fuerte y uniforme” que determina las prácticas simbólicas. De Alfonso Reyes toma dos textos, “Golfo de México” y “Visión de Anáhuac”, para elaborar una lectura de la poesía mexicana cuyos principales rasgos, “la estabilidad y la reserva” hacen de ella una expresión que “jamás de desubica o desarraiga” cuando da cuenta de la realidad; pero también la poesía de Reyes le sirve a Lezama Lima para enderezar su crítica contra el negrismo cubano y, en particular contra la poética de Nicolás Guillén, ante la que encumbra la figura del mundo indígena que traza Alfonso Reyes cuya finura, discreción y talante aristocrático son subrayados para censurar el carácter rimbombante, populachero y oficialista del negrismo poético cubano. Para salir airoso en tal polémica Lezama Lima hace trampa pues, como bien lo hace notar Hernández Quezada, toma por una constante lo que es más bien una excepción en las letras mexicanas del siglo pasado; primero presenta como normal la presencia del indio en la poesía cuando en realidad nunca llegó a constituir una tradición poética digna de nota, salvo de mala nota, pues –como bien nos lo hizo ver Monsiváis– el indio en las letras, como en la vida

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