121 social toda de México, es una presencia incómoda a la que se le ha negado el ejercicio pleno y libre de derechos a partir de dos estrategias de invisibilización: “poetizarlo” al nivel de la sacralización para volverlo inalcanzable o bien convertirlo en un personaje humorístico y a menudo ridículo a partir de la exhibición de sus infructuosos intentos por encajar en una sociedad occidentalizada. Por ambas vías el resultado ha sido el mismo: la exclusión del indio real de la vida real en nuestro país. II. En el segundo capítulo Javier Hernández da cuenta, primero, de la importancia que la revista Orígenes tiene en el proyecto literario de Lezama y, después, del papel que le asigna en él a México y lo mexicano. Concebida como un instrumento de renovación de la cultura cubana, Orígenes se convirtió en el centro gravitacional de un conjunto de artistas que, bajo el indudable liderazgo de Lezama, pretenden reivindicar la noción de un quehacer cultural renovador capaz de fundar una nueva cubanidad; cito: “la meta editorial de Orígenes es anteponer la dignidad de la “expresión” (de la “fuerza creacional”) a la inmoralidad de la actitud simplista o simplificadora; utópica y trascendental, su cometido es transformar el paisaje habitual para divulgar aquello que salva la integridad nacional y la “dignidad de la patria” y garantiza el perfeccionamiento de las artes plásticas, la literatura, la investigación histórica y la etnografía”. Al igual que el “Coloquio”, Orígenes tiene también, pero de un modo más evidente dado su carácter colectivo y sus multiplicadas posibilidades de influencia en el espacio público, un propósito político que a lo largo de los 44 números que durante 12 años publicó fue cumpliendo, convirtiéndose a decir de Remedio Mataix en el “eje central de una especie de revolución pacífica donde la palabra y la pluma volverían a desempeñar un papel fundamental en pos de concretar ese estado ideal concebido como meta común”. Tal proyecto supuso enunciar una nueva estética definida por negación respecto de los modos y formas culturales privilegiadas en la Cuba de las proximidades del medio siglo xx, arraigadas en una concepción del arte que escinde la vida y la cultura; además, Orígenes propone un nuevo canon de la literatura y las artes plásticas, canon alejado de los nacionalismos y abierto al futuro y a la universalidad. Así, en la primavera de 1947, el número 13 de Orígenes con su “Homenaje a México” viene a jugar un papel estratégico en la tentativa lezamiana de dinamitar con Orígenes el status quo cultural cubano; lo dice Hernández Quezada cuando, tras recuperar las tesis de Adriana Katzenpolsky, subraya que [...] en una publicación como [esa], en la que la difusión de lo universal es prioritario, el dar a conocer los textos de autores no cubanos contribuye a mejorar las condiciones culturales del espacio insular […] Volcada hacia el exterior, Orígenes sintetiza las preocupaciones éticas de un escritor metacubano. Cosmopolita, rescata lo mejor del ayer (de la “tradición”) y se solidariza con la cultura hispanoamericana, inaugurando un espacio supranacional en el que algunos de los escritores más importantes del siglo xx son publicados. La cultura del México “continental” que Lezama Lima presenta en ese número simboliza “lo singular, lo relevante, entre otras razones porque la diversidad de sus manifestaciones artísticas comunican “la claridad y el decoro de la expresión y de la sensibilidad” y ganan con ello [...] “la total estimación de los otros pueblos de América” […] “lo mexicano como paradigma es un todo modélico, referencial, contrastivo, que debe ser divulgado para que el cubano, como los otros pueblos de América, estime las cualidades de la sensibilidad y descubra el modo en que sus creadores retornan a una gran tradición cuando ya en Europa se muestran los signos del debilitamiento y de la imposibilidad”. Así, a cuenta de esas características modélicas del arte mexicano desfilarán por las páginas de Orígenes, en su número 13: Alfonso Reyes, Ermilo Abreu Gómez, Alí Chumacero, Efraín Huerta, Clemente López Trujillo, Gilberto Owen, Octavio Paz, Justino Fernández y José Clemente Orozco; y en números posteriores lo harán: José Revueltas, Rufino Tamayo, José Luis Martínez y Carlos Fuentes. Hoy podemos advertir con mayor claridad que la nómina de los mexicanos en Orígenes, aunque la reiteración de algunos nombres a lo largo de los años exprese afinidades electivas muy claras –Alfonso Reyes en especial–, no se circunscribió a una sola escuela o capilla ideológica, sino que pretendió dar muestra del amplio espectro creativo de mediados del siglo xx en nuestro país, muestrario de posibilidades que Javier Hernández nos invita a leer como una continuación de las reflexiones sobre la sensibilidad “continental” iniciadas por Lezama en el “Coloquio”. III. Algo distinto ocurre en el tercer capítulo de este libro, dedicado a la reconstrucción del viaje que Lezama Lima realizara a México en octubre de 1949, periplo que Javier nos presenta como un viaje doble: el viaje de Lezama hacia el encuentro consigo mismo, al mismo tiempo que su incursión en las entrañas de un país que previamente ha idealizado.
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