123 el barroco americano, el autor logra resumir la peculiaridad y potencialidades del modo de proceder sociocultural latinoamericano, y especialmente mexicano, a lo largo de su historia; dice: En primer lugar, el barroco americano incluye la “tensión”, es decir esa marca combinatoria que, al alcanzar la forma unitiva, activa el contrapunto y sus nexos. En segundo lugar, incluye la categoría del “plutonismo”: categoría cultural que, al ser un correlato de la tensión, disuelve y unifica los fragmentos. Resumiendo: el barroco americano, a diferencia del europeo, es el instalado original, ese “arte de la contraconquista” que se enreda y centuplica (…) al indagar en los precedentes simbólicos e involucrar discursos peculiares, muebles y utensilios novedosos, estilos de vida e intereses diferentes, religiosidad y gastronomía híbridas que emanan una existencia integral, fina y profunda. Y la segunda cita, tomada de Saul Yurkievich, que es una suerte de exégesis de la anterior, más la insinuación sobre la misión que sólo América puede cumplir para bien de la cultura universal; dice así: La pujanza integradora, la capacidad de anexar y amalgamar […] parece confirmar el auspicioso vaticinio de Lezama. A semejanza de su obra de creación imaginaria, Lezama Lima concibe a América como voracidad sincrética, como un gran estómago capaz de asimilar manjares de cualquier origen, todo lo que incite su apetito: América digesta, apta para participar en el festín de todas las culturas, la de la digestión universal, metamórfica, dotada de la máxima potencia furtiva y asimilativa. En el orbe americano, en su historia y en su misión, México juega para Lezama un papel preeminente; es el espacio gnóstico por antonomasia donde tiene lugar (parafraseando a Carmen Berenguer) “lo otro sagrado, lo invisible, lo irreal, la infinitud [que] busca su momentánea transparencia, el signo en la materia, o ya la posibilidad en la infinitud”. El libro de Javier Hernández Quezada termina con un ilustrativo anexo sobre el vínculo histórico que, no sólo por razones geográficas, ha unido a Cuba y a México. No quiero poner el punto final sin ponderar como se debe el aparato crítico de este libro, cuya riqueza y amenidad significan mucho más que el cumplimiento cabal de las responsabilidades intelectuales de un investigador, pues en este caso el aparato crítico bien puede leerse como una entidad autónoma que ejemplifica y rinde homenaje a uno de los rasgos más característicos de la inteligencia y la obra de Lezama: la avidez por el conocimiento y sus múltiples formas, el impulso antropofágico que se lanza al gozoso festín de la cultura universal para hacerla entrar al horno transmutativo del que han de nacer nuevas y, ojalá, mejores realidades. Quede aquí constancia de mi reconocimiento y gratitud a Javier Hernández Quezada también por ese “otro” libro. Noé Castillo Alarcón, director general del Medio Universitario, de la Universidad Iberoamericana, Puebla.
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