95 Los fenómenos asociados a esta perspectiva se pueden explicar a partir del momento en que la organización del espacio urbano no vuelve visible ni inteligible el lugar de cada uno en relación con el de todos, lo que se manifiesta en la fragmentación de la sociedad. Los que tienen más ignoran a los que tienen menos y se reagrupan para vivir entre ellos en zonas urbanas de alto costo social. Se puede hablar de una segregación activa, producto de la estigmatización y rechazo por parte de los sectores dominantes, aplicada a grupos étnicos, minorías culturales y sectores pauperizados. Sin embargo, también de la autosegregación y autoencierro de las clases medias y altas, y cada vez más, también en sectores de bajos ingresos, en espacios protegidos, lo que representa una forma de repliegue frente a la percepción de la inseguridad urbana, que deviene en una urbanización mediada por el miedo y la desconfianza. Se trata en suma, de la ocurrencia de formas emergentes de repliegue comunitario y distanciamiento material y simbólico como mecanismos de defensa frente a la amenaza real o latente. Tales comportamientos se justifican, sea porque se corresponden de manera natural a la sociedad abierta en red, soporte estructural de la forma dominante de mundialización económica (Castells, 1989; 2000); a un conjunto de cambios culturales que tiene como sujeto al individuo diferencialmente desocializado (Bauman, 2002) y al desarrollo mismo de la modernidad que produce y multiplica las diferencias (individuales y colectivas), en el marco de dos tipos de lógicas: las lógicas de reproducción y de resistencia, y las lógicas de invención o de producción de la diferencia, cuestión que se potencia en una suerte de hipermodernidad contemporánea7 (Wieviorka, 2003). 7 Los procesos de diferenciación, las distintas expresiones de distanciamiento y los diversos campos de antagonismo social, dice Wieviorka, “no son la expresión de una crisis provisional, un momento de retroceso de la modernidad y del triunfo no menos provisional de las tradiciones, sino la marca de una nueva era, en la cual los procesos de fragmentación cultural, de descomposición y recomposición de las Puebla: Exclusión y apropiación del espacio en la ciudad dispersa La articulación compleja de ambas formas se manifiesta en los actuales comportamientos urbanos que, en el caso de Puebla, están mediados por la índole de las relaciones de poder constituidas históricamente y en las que la integración urbana sólo parcialmente es resultado de la planeación y la normatividad formal. La integración urbana, más que un derecho se constituye, en la práctica, como tema de negociación y como motivo de confrontación, subsidiarios de la correlación de fuerzas en la relación de los actores sociales. La integración social resultante, es decir, el tejido de relaciones a partir de los cuales esos actores producen y reproducen su historicidad, también es un proceso dominado por un orden frecuentemente yuxtapuesto y a veces subversivo de los arreglos formales situados en la esfera del Estado y el mercado. En estos arreglos, en contrapartida juegan un papel de primer orden las adscripciones primarias, lo mismo entre las élites que en los sectores subordinados. En el proceso de integración social, la contradicción, la solidaridad y la conflictividad devienen en relaciones explícitas a partir de las cuales el espacio urbano se configura como espacio de libertad y dominación, de expropiación y resistencia. identidades son procesos decisivos. Hay que dejar de decir que nuestras sociedades pasan de la tradición a la modernidad, lo que era el discurso evolucionista por excelencia; hay que decir que nuestras sociedades son cada vez más modernas cuando viven tensiones crecientes entre la razón y las identidades culturales que producen, y no solamente que acogen o reproducen” (2003: 23). Los exiliados del Centro histórico Siguiendo la tesis de Edward Soja (2008), el conjunto de transformaciones en la configuración espacial, como las que sufrió la ciudad de Puebla en su proceso de modernización, profundizó la segregación social que la había caracterizado desde su propia fundación. Tal proceso derivaría en una acentuada diferenciación de los distintos espacios geográficos no sólo en términos de su dotación de servicios urbanos y de condiciones de acceso a la centralidad, sino en la configuración de identidades sociales diferenciadas y a veces confrontadas cuyos dispositivos serían referentes para la disputa por el derecho a la ciudad. Por una parte, un sistema habitacional de los integrados a esta economía formal, como los fraccionamientos para el pequeño sector de clase media alta y alta, las colonias populares para los sectores medios (configurado por un multiforme conjunto de fracciones que guardaban entre sí grandes diferencias de ingresos y adscripciones en la estructura del empleo) y las unidades habitacionales para los trabajadores (obreros y empleados públicos) que participan del régimen de seguridad social. En todos ellos, se fue consolidando un comportamiento favorable a la suburbanización residencial que supuso una gran inversión del prestigio de los lugares en la zonificación concéntrica del espacio urbano (Soja, 2008: 128). Por otra, la compleja trama de barrios y colonias populares del Centro histórico en los que se fue profundizando una relación paradójica entre centralidad espacial y exclusión social (Álvarez Mora, 2006). Los planes oficiales no proponen esfuerzos mayores para favorecer la integración social de los lugares centrales, lo que ha configurado al centro como el complejo espacio de los exiliados simbólicos. En ese sentido operaron (como hoy), las decisiones orientadas a la producción del espacio periférico.
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