96 Otoño - Invierno 2011 La periferia de las élites y aun la de carácter popular es, en buena medida, producto del empobrecimiento social del centro. Esta cuestión se manifiesta en la precariedad existente en términos de dotación de servicios orientados a la habitabilidad de los sectores populares: […] 76% de las edificaciones se destinan a vivienda […], de las cuales 87% está en régimen de alquiler. El 68.6% de estas viviendas ocupa edificios construidos durante el siglo xx, mientras que el 31.4% restante son edificios históricos que en su mayoría datan de los siglos xvii y xviii. 32% de las viviendas carecen de cocina, el 55.4% tiene baño integrado y en el 44.6% restante no se identifica el cuarto de baño (en algunos casos se trata de edificios donde el sanitario es compartido) y el 27.4% de estos inmuebles ni siquiera posee sanitario. 27.8% de las viviendas carece de agua potable, 22.2% tiene problemas de drenaje; 19.6% no cuenta con ventilación ni iluminación natural y 38.1% tiene problemas de humedad (Montero, 2002). Sin embargo, la condición de precariedad de la mayoría de los habitantes del área central, no sólo es resultado de la inserción de los sujetos en la pirámide del ingreso sino un proyecto socioespacial: exacerbar la relación pobreza/deterioro para asegurar la posibilidad de un cambio concertado que ponga en marcha y materialice una renovación urbana altamente rentable para los propietarios del patrimonio inmobiliario (Álvarez Mora, 2008: 16). De acuerdo con Alfonso Álvarez Mora, el Centro histórico es un “espacio de acogida”, donde se rentabiliza la pobreza, donde se concentra a una población para que disponga de una vivienda que, en realidad, ha dejado de serlo, habiendo perdido, incluso, la posibilidad de alcanzar una mínima dignidad, ya que el precio que se paga por esa acogida, aparte del alquiler exigido, es la ausencia de cualquier tipo de inversión en viviendas y servicios y la renuncia al reconocimiento de derechos. Justo esta falta de inversión pública y privada en los servicios necesarios para el habitar digno, es una condición apropiada para acelerar, en un horizonte de mediano plazo, los cambios urbanísticos que aseguren su reconversión en un lugar desde el que se realicen, al máximo nivel, las rentas urbanas que promete su localización central (ibid.). Dada la irregularidad de la tenencia de los predios,8 que remite a la condición prevaleciente en los asentamientos populares periféricos; el carácter supuestamente oneroso de la expropiación pública y la ausencia de políticas crediticias eficientes, promueven el binomio pobreza-deterioro y refuerzan la dinámica de tugurización y el despoblamiento del centro histórico. Como puede observarse en el gráfico siguiente, el abandono poblacional del Centro histórico se fue acelerando a partir de la reestructuración urbana, iniciada en los años cuarenta, al tiempo que la periferia incrementaba su peso demográfico. Como afirma Álvarez Mora, el abandono de habitantes se acompaña de la eliminación y desaparición por siempre de aquellos equipamientos y servicios que han estado vinculados estrechamente con la existencia de las viviendas, de la residencia popular de modo que fuese imposible volver a habitar el espacio residencial abandonado y reconvertido en lugares terciarios (ibid.: 18-19). Despoblamiento del Centro histórico (en miles) Año 1978 1980 1985 1990 1995 2000 2005 2010 Habitantes 340 200 110 95 81 65 57 50 Fuente: Ayuntamiento de Puebla. 8 Muchas de las vecindades y propiedades, en especial en los barrios del norte y del oriente de la ciudad, los más degradados, están intestadas tras la muerte de sus propietarios. […] 76% de las edificaciones se destinan a vivienda […], de las cuales 87% está en régimen de alquiler.
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