Roberto Ignacio Alonso Muñoz
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Para hacerle frente a un mundo globalizado y servir de apoyo en
las sociedades con aspiraciones democráticas, la educación de inspira-
ción cristiana está obligada a traducirse, en palabras del presidente de
AUSJAL
, en «levadura humanizadora». De lo contrario, además de fa-
llarle a la sabiduría para leer los tiempos que la ha diferenciado, pasaría
por alto una oportunidad para contribuir en la construcción de estructu-
ras justas y equitativas.
Mensaje que irradia
A manera de cierre resulta apetecible un mensaje inexcusable a la hora
de reflexionar sobre la importancia y la trascendencia de una educación
de inspiración cristiana. Son las palabras ya referidas de Ignacio Ellacuría,
quien aterrizando el modo de proceder las exigencias del servicio de la
fe y la promoción de la justicia, dice: «La universidad es una realidad
social y una fuerza social, marcada históricamente por lo que es la so-
ciedad en la que vive y destinada a iluminar y transformar, como fuerza
social que es, esa realidad en la que vive y para la que debe vivir» (cfr.
Kolvenbach, 2001: 57). Así, el servicio de la fe y la promoción de la
justicia encuentran cabida en el quehacer educativo.
La inspiración cristiana, acota sabiamente Luis Ugalde (2003), no
ha de servir más para defender a los propios y condenar a los ajenos. La
inspiración cristiana debe ser un puente para reconocer al otro como
otro en dignidad, identidad e igualdad de oportunidades.
La humanización, hoy más que nunca, ya no puede ser entendida
sino como pluralidad en diálogo. Formar en valores que promuevan y
respeten este ideal es un reto permanente para toda institución educati-
va que desde la inspiración cristiana sepa y quiera discernirlo porque,
cabe destacar, en el cambio de época, el simple deseo de constituirse
como Estado democrático es ya una expresión contracultural.