Página 12 - agosto2013

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formando el
mosaico
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Y
o no sé si la bondad es inherente al ser humano, pero no me
imagino un mundo sin gente que sea para los demás. Muchas
veces escucho gente cercana a mí, decir que el mundo es un
asco porque la gente sólo está esperando el momento ade-
cuado para abusar de los demás; que las cosas nunca van a cambiar
porque nadie hace nada por el otro, pero esas afirmaciones, al menos a
mí, no me constan.
Yo sí conozco mucha gente muy comprometida con
ser para los demás
,
y honestamente no me imagino el mundo sin gente siendo para la gen-
te. Lo que siempre le digo a esas personas que me dicen que las cosas
nunca van a cambiar, que nunca nadie hace nada por los demás, es que
si creen que el mundo es así, deberían suicidarse. ¿Qué caso tendría vivir
si las cosas nunca cambiaran; si el mundo sólo fuese empeorando? Si
efectivamente cada ser humano con el que nos topásemos fuese un ene-
migo y tuviésemos que andar cuidándonos de todos, no podríamos salir
a la calle, ni escribir sobre la bondad -como se hizo en este número de la
revista- por el simple hecho de que no la conoceríamos. Yo creo, porque
quiero creer, en la gente y en la bondad. No me imagino un mundo sin ella.
Hablando de bondad
Por Guillermo Guadarrama Mendoza,
alumno de la Licenciatura en Literatura y Filosofía
A
lo largo de la historia del ser humano y de su filosofía, se
han creado diversos métodos, procedimientos y sistemas
para tener un control sobre el conocimiento humano. La
epistemología se ha encargado de intentar determinar
cómo es que el ser humano conoce y qué de estas cosas que
conoce merecen ser llamadas verdades. Bien, me atreveré a de-
cir que pocas cosas han parecido ser ciertas e incluso han es-
tado al borde de ser llamadas verdaderas casi de inmediato, sin
estudiárseles tanto y sin embrollarse tanto la mente -o al menos
eso quisiera yo creer- como el hecho de que el ser humano ne-
cesita de amor y bondad para no acabar con su vida y con la de
los demás o de la especie entera.
Si buscáramos que todas las religiones del mundo se hicieran
una, lo más fácilmente identificable sería el factor amor/bondad
que todas ellas profesan. Buscarle un porqué a la situación resulta
innecesario cuando la respuesta está dada tan fácil.
En el mejor de los casos haríamos caso a dicha facilidad y guia-
ríamos nuestras vidas por el camino de la bondad, del
ser para
La bondad, el amor, y otros
valores de la bolsa
Por Daniel Benavides Mariño, egresado de la
Licenciatura en Comunicación
Ilustración: Edith Hernández Durana
los demás
, de amar al prójimo incondicionalmente; pues no ten-
dríamos que pensarlo dos veces al actuar, la bondad parece ser
siempre intuitiva. Sin embargo, el amor incondicional parece venir
con un contrato, el ayudar a los demás oculta muchas veces el
beneficio propio y el ser para los demás busca siempre que los
demás sean para uno. Este es el momento ideal para cambiar
la denominación de nuestra especie a
Homo Mercator
, puesto
que en su “racionalidad” no pudo separar a los valores de cam-
bio y la propiedad privada de lo que hace nuestra estancia en
la tierra algo más placentero. La bondad es —y me atrevo que ha
sido desde que se buscó y encontró una forma de administrar los
bienes y recursos— una moneda, que se da sólo a quien promete
devolverla de igual o diferente manera.
Podemos interpretar la situación de dos maneras. La primera, la
aparentemente menos deseada, implica aceptar el egoísmo intrín-
seco del ser humano, que quiere sobrevivir o que quiere sólo más.
La segunda sugiere asumirnos como organismos que cargan con
la maldición o que gozan de la bendición de
pensar
, asumir que
la vida es ya lo suficientemente confusa, ilógica y dolorosa como
para seguir ahogándonos en la marea de la fluidez mediática y
mercantil, y no agarrarnos fuertemente de lo que parece ser más
claro y obvio: el dar amor.