Página 7 - agosto2013

Versión de HTML Básico

mosaico
central
[ 7 ]
Ante los diferentes posibles matices que puede tener esta
frase y las diversas interpretaciones a las que conduce, la muerte de
Dios plantea el ocaso de todas las certezas, el ocaso de cualquier
verdad absoluta que nos sirva como referencia para calificar o des-
calificar lo que es bueno o lo que es malo.
Un mundo sin objeto -sin un para qué- absurdo en ese sentido a
cualquier interpretación metafísica que se le quiera dar, obliga a la
creación de toda una estructura que sustituya al paradigma de un
sentido trascendente, la cual, sin embargo, no deja de ser constructo
humano y por lo tanto relativa, temporal y desechable, donde -como
dice Sartre- soy «yo mismo quien en resumidas cuentas crea los
valores a fin de adaptar sus acciones a las exigencias de esos valores
[…] descubro inmediatamente que soy yo mismo quien confiere al
despertador el poder de llamarme a levantarme, yo mismo quien
confiere al letrero el poder de prohibirme marchar sobre las flores o
entrar en la propiedad, yo mismo quien confiere a las órdenes de mi
jefe la importancia que tienen… »
2
.
Fundado en esta perspectiva, podría inquietar la pregunta que interroga
por el modo en que una persona no creyente puede dar un sentido
pleno a su existencia, y cómo es posible que evite cualquier postura
de egoísmo -que no responda al más básico principio de supervivencia
personal- e incluso sea capaz, en determinadas circunstancias, de dar
su vida por otro; en otras palabras -y para parafrasear el texto que
sirve como principal fuente de este artículo-: ¿Dónde encuentra el no
creyente la luz del bien?
3
El hombrenacedentrodeunaculturaparticular que lovadeterminando
poco a poco, que va definiendo múltiples aspectos de aquel ente que
Un fundamento ético en la visión del
no creyente
en el día de su nacimiento -salvo los naturales desarrollos prenatales y
los muy básicos instintos- era una tabula rasa, una hoja en blanco; en
ese sentido se podría afirmar que en un principio es ser humano sólo
en posibilidad, y es en contacto con otros seres humanos que se va
construyendo, se va humanizando; siendo no sólo un ser sociable sino
social en el más completo sentido del término.
Afirma en ese sentido, Umberto Eco, que «como también nos
enseñan las más laicas entre las ciencias humanas, es el otro, su
mirada, la que nos define y nos forma. Nosotros –así como no
lograremos vivir sin comer o sin dormir– no lograremos entender
quiénes somos sin la mirada y la respuesta del otro»
4
.
Así, el no creyente al no tener ninguna referencia extraterrena,
al suponer la no existencia de una vida después de la muerte, todo
sentido posible lo hallaría en el aquí y en el ahora, en su relación con
los demás, por lo que más allá de enfrentarse en el final de la vida a un
vacío absoluto -de precipitarse de modo inevitable a la nada-, puede
tener la certeza de su continuidad en la realidad tangible de aquello
que le rodea: en aquellos que sobrevivirán a su propia extinción.
«Y es el sentido que ha empujado a muchos no creyentes a morir
bajo tortura con tal de no traicionar a sus amigos; a otros, a dejarse
contagiar para curar a los apestados. Es también a veces la única
razón que lleva al filósofo a filosofar, al escritor a escribir: dejar un
mensaje en la botella para que de alguna manera aquello en lo que
se creía, o que nos parecía bello, pueda ser creído o parezca bello a
los que vendrán»
5
.
Porque sería entonces en el otro, en su existencia, donde de modo
más profundo encuentro el sentido de la mía propia, y en su rostro
-su mirada- el fundamento de toda relación de respeto hacia él.
1
Nietzsche, Federico.
Así hablaba Zaratustra
. Época, México, 1987. p. 10
2
Sartre, Jean-Paul.
El Ser y la Nada
. Losada, Buenos Aires, 1972. p.83
3
Pegunta alrededor de la cual gira la última parte de la discusión epistolar entre en
Cardenal de Milán Carlo Maria Martini y Umberto Eco, publicada en la revista
Liberal
y después recogida en: Eco, Umberto y Martini, Carlo Maria.
¿En qué creen los que
no creen?
Taurus, México, 1997
4
Ídem
, p. 107
5
Ídem
, p. 110
Ilustración: Edith Hernández Durana
Por Arq. Eduardo Funes Cacho, académico del Departamento de
Arte, Diseño y Arquitectura
«En otros tiempos se consideraba como la mayor blasfemia la
blasfemia contra Dios, pero Dios ha muerto y con él sus blasfe-
mos. Actualmente, lo más espantoso es blasfemar de la tierra
y tener en mayor estima las entrañas de lo impenetrable que el
sentido de la tierra».
Federico Nietzsche.
Así hablaba Zaratustra
1