Página 14 - enero2014

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formando el
mosaico
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P
ronunció un par de palabras, y los contornos de las cosas
se difuminaron. Todo alrededor de ella se hizo niebla. Cas-
cada de humo blanco que caía a su alrededor y la bañaba.
Fluir interminable que le acariciaba hasta el último retazo
de su piel estremecida. Alzó una de sus manos: no pudo verla,
como de costumbre. Sabía que estaba entera, que su cuerpo es-
taba ahí pero esa niebla tan espesa le ocultaba todo. Cerró los
ojos; eso hacemos cuando sale lo que no puede entrever nuestra
razón a nuestro encuentro. Ese lapso que duraba siempre con los
ojos confinados al negro de sus párpados cerrados, nunca podía
descifrarlo. Nunca sabía si era de horas o segundos. A veces lo
sentía de años. Algo, en algún instante perdido, la obligó a abrir la
mirada: chorros de vapor que devenían en formas turbias, etéreas.
Repentinamente pero poco a poco, el humo endurecía, formando
a su alrededor un cuarto triangular lleno de tuberías. Tres muros
bañados de penumbra y al centro bajo la lámpara, ella, de cara a la
única puerta que pecaba de ser roja. Se abrió. Un hombre apareció
del otro lado.
-¿Cuánto tiempo ha pasado?- preguntó ella. El hombre entró
al cuarto. Se quitó las gafas, se metió las manos a las bolsas del
abrigo. -Sabes que no puedo responderte-. Se hizo el silencio. Un
lapso incomprensible, uno de esos silencios que no duran segun-
dos ni minutos sino lo que tienen que durar
-He vuelto- dijo ella, -una vez más-.
-¿A dónde?- preguntó el hombre. -Más bien, a cuándo- corrigió
ella, -He vuelto a mi tiempo, a mi época-. El hombre encendió un
cigarro, -Me alegra ver que no dejaste nada atrás-.
La locura del instante
Por Guillermo Guadarrama Mendoza, alumno de la Licenciatura en Literatura y Filosofía
-No hay atrás, no hay adelante- dijo ella. El hombre la miró sin
comprender. Casi nadie había vuelto completo tras hacer viajes tan
largos en el tiempo. Por lo general la locura volvía con ellos. Ella
había sido la última crononauta, y su viaje había durado quince
meses. Así lo había querido. Era el viaje intertemporal más largo
jamás llevado a cabo.
-No hay atrás, no hay adelante- repitió. –Tantos años de quebrar-
me la cabeza…de escarbar en los sepulcros del pasado, de querer
ver en qué azotarán las aguas del presente. Tanto nadar contra co-
rriente. Tanto caer para jamás llegar en realidad hacia el futuro.-
-No me digas…hemos estado perdiendo el tiempo- Había un
rastro evidente de decepción en el rostro del hombre.
-¡No hay tiempo!- explotó ella cual volcán de frustración que no
pudo aguantarse. -¡No hay adelante ni hay atrás!-.
No tuvo duda, estaba completamente loca. Una víctima más del
viaje intertemporal. “Lástima” pensó, “era nuestra última esperanza”.
Habían creado aquella máquina para volver y corregir lo que se había
hecho mal en el pasado, y para prever las consecuencias de lo que
se estaba haciendo en el presente. Sin embargo nunca terminaban
de arreglar las cosas, y todo lo que veían en el porvenir resultaba ser
siempre diferente cuando le llegaba el tiempo. Ella había sido el últi-
mo intento. Comenzó a cerrar la puerta, con la mirada baja de tanto
que le pesaba la resignación. Ya no se asomaba nada al otro lado de
la puerta más que una franja negra y delgada cuando se detuvo: una
última frase de ella lo paró en seco.
-Tantas ganas de vivir de nuevo ese relato que llamamos pasa-
do, y nunca pude escabullírmele al presente-.
Ilustración: Fernando Pérez Méndez, alumno de la Licenciatura en Diseño en Interacción y Animación Digital