Página 7 - enero2014

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mosaico
central
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La atemporalidad del ahora como parte
fundamental del ser
Por Mtra. Edith Hernández Durana, diseñadora de la Dirección de Comunicación Institucional
Ilustración: Edith Hernández Durana
El tiempo permanece constante en su transitar, sin ser él
mismo algo temporal. El tiempo, absolutamente abstracto, es
absorbido en lo absolutamente concreto. Apenas lo hemos nom-
brado e inmediatamente estamos pensando en pasado y futuro,
todo interpretado desde el ahora (el
ya-no-ahora
del pasado y
el
todavía-no-ahora
del futuro). Visto así, el tiempo se presenta
como la sucesión de
ahoras
, instantes que apenas nombrados
desaparecen para dar incansable cabida a otros.
El tiempo no
es,
se da. ¿Dónde se da el tiempo? El tiempo
no puede darse sin el
animus
, sin el alma, sin la conciencia, sin
el hombre. Sin embargo, el tiempo no es producto del hombre
como tampoco el hombre es producto del tiempo. Aquí no se da
ningún hacer. Se da sólo el dar. Ambos se copertenecen.
Entonces,
somos
en el tiempo y desde el tiempo. Pero, ¿cómo
es nuestra relación con el tiempo? Hoy, nos enfrentamos a la
cultura de la desesperanza cotidiana, experimentamos la con-
tingencia y la dependencia del destino. Pareciera que aspectos
de la vida humana y social, escapan de nuestras manos y son
percibidos como inamovibles. Frente a esta desesperanza, se
presenta la utopía, la cual inspira desde el futuro prácticas y re-
laciones concretas en el presente.
Asumir la posibilidad de enunciación de otras realidades sin
justificarlas, esto es, sólo por el deseo de crearlas, le otorga al
futuro un poder que no tienen los otros tiempos, y sin embargo,
aunque nos concierne, el futuro es ausencia -como el pasado-
porque jamás comienza. De ahí la importancia de vivir el aquí y
ahora, ser conscientes de la relación que establecemos con el
tiempo, con nuestro tiempo, el que hemos creado para nuestra
vida, el que respiramos y en el que habitamos. Pues no existe
otro momento en el tiempo salvo el que está aconteciendo ahora.
El ahora, resulta una experiencia estimulante y un lugar co-
mún, pues todos hemos vivido un momento exaltado. Si medita-
mos sobre el asunto, nos daremos cuenta que es durante esas
intensas experiencias donde existimos totalmente en el presen-
te. Luego, podemos maravillarnos de todo lo que logramos y de
lo bien que nos sentimos. Por más que reflexionemos una vez
que concluyó la experiencia, no podemos decir cuando comen-
zó ni cuando terminó, es ahí donde el ahora se vuelve atemporal.
Por ello, sumergirnos en sucesivos
ahoras
resultaría un ejercicio
estimulante para nuestra ya cansada cotidianeidad, descubrien-
do el impacto de concentrarnos en la tarea y no en el tiempo,
en pocas palabras descubriendo el poder de la atemporalidad.
Lo anterior se complica cuando advertimos que
nuestro
tiempo
no es el único. Existe una compleja constelación de
tiempos, mismos que de manera arbitraria determinan y deli-
mitan al nuestro, condicionando nuestro modo de vida y redu-
ciendo los espacios para la acción y decisión individual. Resulta
difícil sustraerse de los tiempos socialmente establecidos, por
ejemplo, despojarnos de la carga emotiva que conlleva pertene-
cer a una generación y no a otra; dejar de lado la condición que
se nos ha impuesto a través del llamado tiempo o edad biológica
y que nos confiere a realizar determinadas prácticas en deter-
minados lugares; el calendario laboral… en fin, somos hijos de
nuestro tiempo, y pareciera que los momentos de sustracción a
éste, están sujetos a los periodos de ruptura, donde el afán de
control sobre el mismo desaparece.
Así, nuestra relación con el tiempo es sensible y emotiva pues
determina nuestro ser y actuar. Tener conciencia de la forma
en que llevamos esta relación nos permite reflexionar acerca de
quiénes somos, cómo vivimos y cómo queremos vivir. Dicho
de otra forma, el
ser en
y
con
el tiempo, puede entenderse a
partir de la relación entre pasado y futuro, en el análisis de la ela-
boración de experiencias del pasado en una situación concreta,
y su concreción como esperanzas, pronósticos y expectativas
discutidas en el presente-futuro. Esto es, el tiempo del ser tran-
sita generalmente entre la experiencia y la expectativa, siempre
proyectadas desde el presente (presencia plena).
Lo anterior, sin embargo, sigue siendo sólo una forma de ver
el tiempo, una imagen más. Otras percepciones resultan válidas
también y quizá más prácticas. Aquí se apuesta a lo siguiente: si
prestamos atención a cada instante y dejamos de lado las exi-
gencias externas, concentrándonos en actividades significativas
para nosotros, entonces entablaremos una nueva relación con
el tiempo.
Dentro del tiempo hay otro tiempo
quieto
sin horas ni peso ni sombra
sin pasado o futuro
sólo vivo
Octavio Paz