Página 6 - enero2014

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mosaico
central
[ 6 ]
ciente búsqueda de
le mot juste
. Por ello su labor literaria la asemeja
menos a la del velocísimo Hermes o a la del voraz Cronos, que a la del
áspero y perseverante Hefestos, cuyo martillo resuena implacable-
mente en las oscuras cavernas de la tierra. De modo que la aparente
contradicción que encierra la fórmula “apresúrate lentamente”, con la
cual se explicaría el relato de Chuan Tzu, se disuelve cuando leemos
sobre la dimensión temporal de la lentitud una suerte de ética, una
“ética de la forma” para decirlo con Paul Valéry que aconseja la pru-
dencia, pero una prudencia sagaz y no tanto la velocidad.
Este suave balanceo entre arrojo y moderación nos propone, en
el fondo, una forma alternativa de vivir el tiempo y, en consecuen-
cia, una perspectiva de vida, otra, regida más por la calidad que
por la cantidad. Nadie desconoce que a partir de la modernidad,
es decir, de la industrialización, el tiempo de los hombres se vio
subordinado al tiempo marcado por la producción,
de ahí en más no se conocerá sino el desen-
freno, que reduce los tiempos de “ocio” a
favor del trabajo, lo que dará lugar al
desquiciamiento; ello lo denunciaría
Chaplin desde el siglo pasado con
su característico humor crítico en
Tiempos modernos.
Hay quien
habla incluso de “la enferme-
dad del tiempo” como uno de
los principales padecimien-
tos de nuestra época.
Inmersos pues en este
régimen de continua ace-
leración que exalta la ra-
pidez, aunada al deseo
incesante de novedad que
todo lo vuelve prontamente
caduco, hablar de la lenti-
tud parecería un despropó-
sito; no obstante, valdría la
pena detenerse un momento y
reflexionar un poco sobre lo que
ésta podría aportarnos.
En primer lugar, diríamos, la lentitud
al ser una declinación del tempo, esto
es, una desaceleración, se convierte en una
suerte de escala, una aparente detención del flu-
jo del tiempo social; esta pausa posibilita la emergencia
de un ritmo, tal como sucede en algunos procesos fisiológicos tan
primordiales como la respiración o el latir del corazón. Y es por el
ritmo que el caos se vuelve cosmos, instaura un orden no sólo del
tiempo social sino del tiempo emocional, interior; es por ello que el
ritmo es una necesidad del espíritu.
Por otra parte, la lentitud, también sometida a moderación, al pro-
curar este acompasamiento de la vida, nos conduce a lo que Gas-
tón Bachelard llamaría gustosamente una poética del reposo. Esta
suspensión parcial del devenir del tiempo que ofrece tranquilidad es
la condición de posibilidad de la ensoñación del mundo: ver lo que ha
estado ahí siempre pero de otro modo, interpelándome en su aparecer
renovado. Este reposo dado por la lentitud resignifica el tiempo y me
abre entonces a la belleza del mundo y con ella al crecimiento del ser
y al ensanchamiento de la vida, porque toda ensoñación, dirá Bache-
lard, “nos enseña que la esencia del ser radica en el bienestar”.
D
icen que entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de
ser un hábil dibujante. Un día, el rey le pidió que dibujara
un cangrejo. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco
años y una casa con doce sirvientes. Pasaron cinco años
y el dibujo aún no estaba empezando. “Necesito otros cinco años”,
dijo Chuang Tzu. El rey se los concedió. Transcurridos los diez años,
Chuan Tzu tomó el pincel y en un instante, con solo un gesto, dibujó
un cangrejo, el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto.
Con este breve relato, Italo Calvino cierra su ensayo sobre la rapi-
dez, una de sus seis propuestas para el próximo milenio. ¿Pero en ver-
dad esta historia ensalza la celeridad? Curiosamente mientras la leía,
yo no dejaba de ver algo así como su negativo, su sombra: la lentitud.
Lo que sorprende de esta narración es, por un lado, la despropor-
ción entre la aparente sencillez de la tarea —dibujar un cangrejo—
y el tiempo que Chuang Tzu requirió para cumplirla, ¡diez
años! Por otro lado, la vuelca de tuerca que da el relato
cuando el cumplimiento del pedido acontece, pa-
radójicamente, en un instante. ¿Por qué Chuang
Tzu siendo tan diestro en las artes tardó dos
lustros para realizar el dibujo que terminaría
ejecutando en una sola y precisa pincela-
da? ¿De qué dependió la perfección de
su trazo? ¿Cuál es la rapidez que tanto
admira Calvino? ¿Dónde está la lenti-
tud en la que pienso yo?
El asunto parece ser una cuestión
de enfoque. Calvino centra su aten-
ción en el resultado, en ese golpe
maestro, mientras que yo observo
el proceso que condujo al resul-
tado final. En efecto, en términos
aspectuales, la fase terminativa de
la acción se precipita con magistral
destreza, pero a condición de haber
prolongado la fase durativa que vendría
a corresponder con lo que la retórica de-
nomina la
inventio
, pues es posible con-
jeturar que durante esos diez años Chuang
Tzu se dedicó con suma disciplina a meditar y a
planear su obra. Acaso, habría revisado y estudia-
do con extrema meticulosidad las diversas variantes y
formas anatómicas de los cangrejos. Habría, quizá, pasado
largas horas a orillas del mar contemplando sus movimientos, sus
gestos, sus sinuosidades, incluso, tal vez, habría pensado largamente
en su inmortalidad, que aspiraría a plasmar en el lienzo.
Diríamos que Chuang Tzu obró, en el fondo, bajo la máxima
festi-
na lente
, “apresúrate lentamente”, adagio que Calvino confiesa haber
adoptado como lema en su oficio de escritor, aunque atraído más bien
por sus peculiares, paradójicas, representaciones emblemáticas que
proliferaron con el humanismo renacentista, como la de una tortuga de
cuyo caparazón emergen unas velas de navegación, una liebre salien-
do de la concha de una caracol y entre las imágenes más célebres se
halla la de un delfín enroscado a un ancla, emblema que se convertiría
en el sello editorial del no menos célebre Aldo Manuzio como signo de
la indiscutible calidad con que confeccionaba sus libros.
El autor de
Las ciudades invisibles
, acepta que para lograr una bue-
na narración, aquella que concentra la fuerza y la concisión del estilo
poético capaz de producir el efecto de rapidez, se requiere de una pa-
Ilustración: Edith Hernández Durana
Festina lente
Por Mtra. Blanca Rodríguez Vázquez, académica del Departamento de Humanidades