Página 8 - febrero2014

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mosaico
central
[ 8 ]
Mientras somos niños,
nos dejamos guiar, inocente-
mente, por el conejo blanco.
Curioso y más curioso….
después de muchos años
en los que nos vemos for-
zados a tomar decisiones,
cada vez más importantes
(que convierten nuestra vida
en esa caucus race en la que
damos vueltas absurdas),
descubrimos que esa capa-
cidad de asombro, esa ma-
gia que parecía conducirnos,
con hilos invisibles, a través
de paisajes maravillosos, de
mundos que contrarían la
lógica y el sentido común,
quedó atrapada en la madri-
guera del conejo.
Allá abajo, en ese under-
ground de imaginaciones
suicidas, de sueños ya olvi-
dados, se encuentra el sen-
tido de nuestra existencia.
Perdido entre danzas de
langostas, sonrisas sin ga-
tos y sombrereros que hacen
preguntas que no tienen res-
puesta: ¿en qué se parece
un cuervo a un escritorio?,
no importa que no tengamos
la menor idea. Así es la vida;
muchas veces no conoce-
mos las respuestas a las
preguntas más sustanciales.
Lo importante, en numero-
sas ocasiones, no es la respuesta, sino la capacidad de formular la
pregunta.
Lo mismo con ese “¿decido esto o decido lo otro?”, pareciera
que mientras más reflexionamos, menos acertadas resultan las
elecciones.
A veces hay que dejarnos conducir por el engaño de los ojos. Con-
tinuar esa caída interminable que nos lleva a lugares impensados.
Allá abajo.
En el fondo de ese pozo inmenso, subterráneo, infinito, siem-
pre existe una luz.
La luz que arroja la pequeña cerradura de una puerta a la que
solo se ingresa cuando nosotros cambiamos de tamaño.
C
ada decisión que to-
mamos modifica, de
una u otra manera, el
camino que atrave-
samos. Como si la vida fuera
un laberinto cuyas paredes se
desplazan, se cierran y abren,
según los pasos que damos.
Un enredo similar a un juego
de cartas el que ases, picas,
corazones y tréboles se man-
tienen ocultos y se nos revelan,
únicamente, cuando ya es de-
masiado tarde.
A veces, la ilusión de que po-
demos controlar nuestro entor-
no, a través de las decisiones
que tomamos, se ciñe como una
facultad indispensable para vivir.
Sin embargo, muchas veces,
el verdadero destino es el viaje.
Quizá, para ilustrar debida-
mente esta incapacidad (a ve-
ces deseada) para controlar las
circunstancias que circundan
nuestra vida, debemos remon-
tarnos a una “tarde dorada”,
crepúsculo acaecido un 4 de
julio de 1862, en el cual un ma-
temático de alma contrariada
y de pensamientos confusos,
durante un viaje en una barca,
relató a sus pequeñas acom-
pañantes (entre ellas, una niña
llamada Alicia), una historia tan
personal, tan venturosa y llena
del espíritu de la infancia, que
ni el más adusto de los adultos
puede, en muchas ocasiones,
descifrarla.
Y es que así es la infancia.
Un paseo en barco. Un viaje
a la merced de unas olas indi-
ferentes a nuestras opiniones.
Muchas veces, debemos dejarnos llevar por la voluntad imper-
turbable de la marea.
Las decisiones, en realidad, son responsabilidad de los adultos.
Imbricaciones de madurez. La ilusión de un árbol que piensa, in-
genuamente, que puede acariciar el cielo con sus ramas débiles.
Nuestra carrera, muchas veces, debe ser dirigida por un ani-
mal extinto. Por ese Charles Ludwig Do-do-dodgson. Ese dodo
que se revela como un director de orquestas que escribe la mú-
sica de nuestros actos.
Por Víctor Carrancá de la Mora, alumno de la Maestría en Letras Iberoamericanas
En la madriguera del conejo
Ilustración: Ma. Lissette Rojas Tejeda