Página 10 - noviembre2013

Versión de HTML Básico

formando el
mosaico [ 10 ]
E
s difícil distinguir si el mundo, hoy, se sujeta con mayor ri-
gidez a una demarcación territorial (creciente, envolvente,
como esa presencia ominosa en “Casa tomada” de Cortá-
zar) o si en verdad existe un proceso de
globalización
que
nos permita, en un futuro, prescindir de las fronteras.
Cierto.El fenómenomigratorio(cuandoatiendeacausasexternas
que obligan a un grupo determinado de personas a abandonar su
lugar de origen) es un problema en aumento. Desde los llamados
“desplazamientos internos” hasta el tradicional cruce ilegal de las
fronteras, el caso es que, día con día, muchos son víctimas de una
diáspora inevitable que nos deja una pregunta: ¿Qué sucede con
la identidad del, llamémosle, exiliado?
El exilio y la pérdida de
identidad
La visión
posoccidental
determina que América Latina es
percibida (por las potencias occidentales) como una entidad
homogénea, indistinta e intercambiable cuya
identidad
deriva
del nivel de relaciones que se mantienen con el extranjero.
Pareciera que el concepto de
Latinoamérica
sólo puede existir
bajo el reconocimiento otorgado por el Primer Mundo. Lo mismo
sucede con África, Asia o el Medio Oriente, regiones confundibles
como si fueran una sola entidad foránea. Existen afuera de la
concepción occidental y, por lo tanto, existen en base al concepto
de
colonización
.
Esta perspectiva demuestra que la idea de
América Latina
emana,
de manera directa, de su relación con el proceso de
occidentalismo
;
es decir, nuestra significación geopolítica depende, invariablemente,
de los ojos con que seamos vistos por las potencias económicas.
Aquellos paraísos perdidos que acaparan las añoranzas de muchos.
La llamada
Trilogía involuntaria
del escritor Mario Levrero, pone
en manifiesto la influencia de obras kafkianas como
América
y
El
castillo
. En ellas, los autores exponen una visión abrumadora de
“la ciudad ideal”, como metáfora de una utopía posmoderna y el
desvanecimiento de identidad que sufren los personajes cuando
se adentran en ella. Estos escritores distinguen que los conceptos
de
ciudad
y
modernidad
implican un vínculo simbólico que
permite explorar el desarrollo de un país dentro de la perspectiva
(errónea) de la idealización.
En pocas palabras, se trata de una apología del exiliado. Aquel
que, como cualquier migrante, está obligado a escindirse del
mundo que lo rodea, por no poseer, en términos prácticos, un
sentido de pertenencia.
En el caso de Karl Rossmann, el territorio americano (concebido
como el país de las oportunidades), termina por alienarlo por
completo (no es extraño, por ello, que la novela también se titule
El desaparecido
). La América kafkiana presupone la formación de
una promesa que nunca va a cumplirse: Karl es un esclavo de su
exilio, condenado a la humillación. Durante su recorrido sobre la
Tierra Prometida, Rossmann descenderá, gradualmente, de nivel.
De habitar en la aristocracia con su tío, pasa a ser un ascensorista
y de ahí, el criado de una señora.
Lo mismo sucede con los personajes de Levrero. En
La ciudad
,
primera novela de la
Trilogía involuntaria
, el protagonista (un
ser anónimo) parte (sin motivo aparente, llevado casi por hilos
invisibles) de un lugar que tampoco tiene nombre para llegar a
otro igual de desconocido. Se trata de una ciudad donde lo único
real es la presencia de “La Empresa”, una entidad ominosa que
controla, al parecer, las actividades de todos los habitantes del
lugar. Una entidad comparable, sin duda, al Castillo kafkiano y, tal
vez, a ese concepto enaltecido de Norteamérica.
A lo largo de
La ciudad
, subsiste un efecto de perpetua alienación
o, si complace el término político, un sentimiento de destierro. De
la misma manera, el migrante, al salir de un lugar indeterminado
(ese concepto homogéneo de, ejemplifiquemos, América Latina)
acepta su posición de
extranjero
cuando consiente ser trasladado
a un sitio impreciso, lejano, ajeno y, sobre todo, idealizado.
El cruce de fronteras implica
renunciar
a un nombre. Suprimir
la identidad. Convertirse, pues, en un sujeto “que viene del otro
lado”. Los grupos de inmigrantes se cimentan en la perspectiva
latinoamericana de pertenecer a un lugar que, por opresión del
occidentalismo hambriento, ha perdido su denominación.
Se transforman en entes anónimos.
Y como al dios hebreo, nadie debe profanarlos diciendo su nombre.
Por Víctor Carrancá de la Mora, alumno de la Maestría en
Letras Iberoamericanas
Ilustración: Edith Hernández Durana