Página 17 - octubre2014

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tesela
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María Fernanda Mejía Sánchez, alumna de la licenciatura en Mercadotecnia
¿Cuántas serán las veces que hemos escuchado que somos
especiales, únicos e irrepetibles? Que debemos tener un talento y
es tanta la presión que sentimos que cuando entramos a momentos
nublados, no nos sentimos especiales. Nos cuesta trabajo saber
cuál es nuestro talento. Y en un mundo con tantas opciones y nu-
merosas variables, no es realmente nuestra culpa. A Giselle Alfaro
Andonie le cuesta identificar cuál es ese talento. Pero ¿qué si su
talento es el más infravalorado de todos?
Giselle no recuerda su infancia con una gran sonrisa en la cara
como la que tiene constantemente, era muy traviesa, recuerda ha-
ber mezclado pastillas y otras cosas para hacer sus “experimen-
tos”, pasar mucho tiempo con sus abuelos en sus zapaterías, y ju-
gar con barbies, sola la mayor parte del tiempo. Su familia siempre
ha sido importante para ella y aunque no identifica tener una familia
como una meta, las cosas que hace, la persona quien es ahora, en
parte es para que su mamá se sienta orgullosa, que sepa que todos
los sacrificios que hicieron por Giselle, valieron la pena.
Escoges una carrera basándote en lo que te gusta hacer, pero si
no sabes qué te gusta. Giselle escogió su carrera porque le gusta
viajar e interactuar con las personas, pero ella desconoce que su
talento está también ahí, en el servicio. El año pasado estuvo de
El talento más subestimado
Por Rolando Maroño Vázquez, alumno de Ingeniería en Mecatrónica
voluntariado jesuita en Chalco, una comunidad cerca al D.F. Es-
taba en su último año de prepa y todavía no decidía que haría,
cuando fue la semana jesuita en el Instituto Cultural de Tampico, y
tras la plática de una chica que había sido voluntaria, Giselle sabía
exactamente qué quería hacer. “Vas a perder tu tiempo” le decían
todos, “no perdí mi tiempo, decidí entregárselo a otros” identifica.
Vivimos en un mundo en el que hacemos todo por nosotros mis-
mos, y la psicología del otro queda relegada a segundo plano, y ella
está segura de que debe de haber algo más, otra forma de vivir.
Su experiencia en Chalco la cambió completamente y yo pude
notarlo, cuando hablaba de su infancia y su carrera se mostraba
tímida y un poco reservada, pero en cuanto comenzó a hablar de
su voluntariado, la fuerza, el coraje y la pasión por ese mundo
que se haya olvidado, emerge. Al principio ella no quería ir a Chal-
co, todos le decían que era peligroso o un basurero y ella prefería
hacer voluntariado con comunidades indígenas. Pero la conven-
cieron y así enfrentó la aventura. “Llegué buscando un Dios en el
cielo, y lo encontré en la tierra. En una realidad dolorosa, plagada
de carencias, e injusticias”.
El objetivo de la vida de Giselle, su meta, su principio fundamental
es ser feliz. Podrá sonar como
cliché
o como algo muy general, pero
es quizá el objetivo de todos, algunos mencionamos medios para al-
canzar esa felicidad, Giselle no.
No necesita decir medios. Lo vi en sus ojos y lo escuché en la
seguridad de sus palabras: “en el servicio encontré la felicidad”.
“En el servicio encontré la felicidad”