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60 primavera - Verano 2010 La misma economía que en el siglo xviii nos sugería que la búsqueda del propio bienestar generaba el máximo bienestar social, en el siglo xx nos demostró que esto no siempre ocurre y que, justamente, la búsqueda del propio beneficio es lo que está provocando la posible devastación de la naturaleza. Hoy sabemos que cuando un recurso valioso es finito y toda persona puede disponer de él sin restricciones, éste se utilizará a una tasa excesiva, provocando su agotamiento (problema conocido como “La tragedia de los comunes”, nombrada así por Hardin Garret en 1968). En este caso, la búsqueda del propio bienestar no conlleva al máximo bienestar social. Y esto se debe al efecto de lo que se conoce en economía como externalidad. El concepto se utiliza para referirse al efecto secundario que tienen nuestras acciones sobre los demás. En el caso del cambio climático, las actividades productivas y de consumo están provocando externalidades negativas para la naturaleza. Cada vez que se produce un bien, se utilizan procesos, tales como la quema de combustibles, que generan gases que se van acumulando en la atmósfera y provocan el incremento gradual de la temperatura de la Tierra, porque los rayos del sol entran en la atmósfera pero no pueden escapar. Y si el responsable de generar estos gases no se responsabiliza de ese efecto secundario se producirá una mayor cantidad de gases de las que la atmósfera puede soportar. Ante esta situación, la economía ofrece mecanismos mediante los cuales el responsable de generar el daño también sea quien lo compense. Lo anterior se puede resumir en la sentencia: “el que contamina paga”. En el caso de un productor, este mecanismo se traduce en incorporar el daño provocado como un costo de producción, mismo que puede ser cuantificado y valorado en términos económicos con herramientas que la misma ciencia provee. Al ser cubierto dicho costo por el responsable, puede ser utilizado para compensar el daño causado a la naturaleza. Con este tipo de instrumentos se evita detener las actividades productivas y de consumo, mismas que son benéficas para el desarrollo económico, pero sin la degradación excesiva de los ecosistemas. Para tener una idea de la magnitud de dichos costos, el documento La economía del cambio climático en México (2009), elaborado por el doctor Luis Miguel Galindo (unam), resulta de mucha utilidad. El estudio proyecta los costos totales a la economía mexicana para los años 2050 y 2100. Bajo un escenario conservador,1 el estudio muestra que los costos de la inacción2 ascenderían a 3.7% como porcentaje del pib para 2050 y a 7.7% para 2100. En contraste, se estima que el costo de reducir las emisiones en 50% estarían entre el rango de 0.7% y 2.2% del pib para 2050 y entre 0.6% y 1.8% para 2100. Por lo tanto, en todo caso, el costo de mitigar las emisiones es menor al costo que enfrentaría el país si no se hace nada. Es evidente que es costo-efectivo llevar a cabo medidas para la reducción de emisiones. No obstante, para ello el primer paso es establecer una meta y comprometerse a cumplirla. En este sentido, podemos entender la trascendencia que se le ha dado a la reunión global de Copenhague de diciembre de 2009. En ella, se espera que se concreten acuerdos a nivel internacional que permitan establecer metas de reducción de las emisiones que están calentando el planeta. 1 Al decir “escenario conservador” nos referimos a aquél que supone una tasa de descuento de 4%. Galindo (2009) genera escenarios para tasas de 0.5, 2 y 4%. Una tasa de descuento nos permite valorar hoy el dinero que se recibirá en el futuro. Una mayor tasa de descuento implica que el dinero del futuro vale menos el día de hoy. En este caso, una mayor tasa de descuento implica que los costos del cambio climático serían menores que si consideráramos una tasa menor. Asignar una tasa de descuento es un tema complicado principalmente cuando se tratan de valorar recursos ambientales. En este sentido, justamente una de las principales críticas al trabajo de Stern (2007), el cual se elaboró con anterioridad al trabajo de Galindo (2009) y con el mismo fin, fue la elección de una tasa de descuento muy baja. Al elegir una tasa muy baja, se corre el riesgo de sobreestimar el costo que tendría el cambio climático y así justificar que los gobiernos destinen grandes recursos a las acciones de mitigación. Por lo tanto, elegimos el término “conservador” en el presente texto para disminuir el riesgo de sobreestimar dichos costos. 2 Es decir, de no adoptar una estrategia para reducir emisiones de carbono.

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