Rúbricas 1

65 Comencé mi experiencia en las comunidades cristianas de base, en una práctica cristiana particular en un país, que en ese tiempo, los años setenta, estaba lleno de ilusiones, energía, esperanzas de lograr un cambio sustantivo hacia una sociedad más justa, verdadera y respetuosa del ser humano. La mayoría estábamos seguros/as de llegar a ser parte de esos “hombres y esas mujeres nuevos”, capaces de lograr hasta lo impensable, lo inimaginable, teníamos la fuerza para esto. Sin embargo, en el año 1973 nos vimos afectados/as profundamente por un golpe militar, violento y sanguinario que impuso el terrorismo de Estado, aumentaron aún más las desigualdades sociales, y los más pobres fueron los más afectados. Con la violencia y la fuerza nos arrebataron nuestros objetivos, nuestro claro camino de cambio. A pesar de esto, no nos quitaron la esperanza y la fuerza para continuar creyendo, y en muchos de nosotros/as jugó un rol central, fundamental, nuestra fe. Ésta fue indispensable para continuar con mayor ahínco en el camino que nos parecía justo, correcto, verdadero, aun con el miedo, el dolor por aquellos que perdíamos tan injustamente, que desaparecían tan sólo por creer en el ser humano. Mi primer recuerdo de esos tiempos es que siendo parte de una comunidad cristiana, comprometida y muy consecuente en su opción, algunos curas, religiosas, y laicos vivían en la población marginal, sufriendo las mismas necesidades que los pobladores. En una clara opción por los más pobres, opción que está implícita en todo el mensaje de Jesús y del Nuevo Testamento. A pesar de todo el dolor, miedo y angustia diaria, creo que fueron los años de mayor aprendizaje y fortalecimiento del compromiso cristiano, donde se vivía en una comunión hermosa entre todos y todas, pobladores, jóvenes, mujeres, niños, niñas, conformando grupos de cesantes para levantar el trabajo que dignifica, ollas comunes, todo tipo de organizaciones fortalecidas a pesar de la adversidad. Algunos/as soportamos la cárcel, la tortura y no nos quebrantaron nunca, porque estaba este fuerte compromiso cristiano, que con humildad, teníamos la certeza de que era el camino correcto. La fuerza de la fe, nos vigorizó. Así, fuimos asumiendo que hablar del compromiso social de un/a cristiano/a más allá de la oración y de la liturgia, es emprender el difícil camino desde una visión estructural de las cosas. Si nos preguntamos en qué mundo vivimos podemos saber qué tenemos qué hacer. Sin estar en la realidad no somos reales y nosotros los seres humanos cristianos tenemos que ser honrados con la realidad. El problema es que en la sociedad actual la realidad está encubierta especialmente por la eficiente tecnología de las comunicaciones que facilita la ignorancia, el silencio y, finalmente, el olvido. El sacerdote Ignacio Ellacuría decía que entre los muchos signos que hay, existe uno que es esencial, el principal, a partir del cual se han de entender los otros signos. No es que no haya otros, pero hay que entenderlo a partir de uno. ¿Cuál es? El pueblo crucificado que permanece a lo largo de la historia y que sólo cambia su forma de crucifixión. Hoy, en nuestra institución ong Raíces, vemos esa crucifixión en los niños y niñas explotados sexualmente que sufren una de las formas más extremas de violencia y abuso de poder por parte de un adulto, que los utiliza como objeto de compra y venta, mercantilizando su cuerpo, por medio de la coerción, rapto, engaño, seducción u otros. Trasgrediendo y violando todos sus derechos. Las diferentes expresiones de la escnna (comercio sexual, pornografía, turismo, trata), constituyen formas “modernas” de esclavitud donde un adulto también paga a terceros, proxenetas, quienes abastecen las redes de comercialización de pequeñas y pequeños. De este modo, el intermediario responde a las demandas del mercado, siendo los niños y niñas pobres los más vulnerables. Nuestra prioridad y opción está con y para ellas/os, no para “salvarlos” (como decía el maestro Paulo Freire, nadie puede salvar a otro, nadie se libera solo, los hombres se liberan en comunión), sino para proporcionarle oportunidades de manera que puedan visualizar un camino diferente, más esperanzador que les permita resignificar, reelaborar su historia, encontrando su propio camino. Asimismo, es nuestra obligación, denunciar, abrir cauces, mostrar esta realidad, no permitir la impunidad, hablar con la verdad. Así, en ong Raíces, muchos/as de nosotros/as, algunos no compartiendo la fe cristiana pero sí los valores, hemos asumido que la inspiración en la teología de la liberación es indispensable al abordar nuestra actual tarea: el compromiso con los niños/as más violentados en nuestro país. Referencias bibliográficas III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (1979), La Evangelización en el Presente y en el Futuro de América Latina, Documento de Puebla.

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