Rúbricas 2

114 Otoño - Invierno 2011 Continuando con esta exploración conceptual, nos encontramos ahora con el término “cultura”. La Conferencia Mundial sobre Política Cultural, realizada en México en 1982, resulta ser el primer momento en donde se define la cultura desde un aspecto más amplio y donde se reconoce como “el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan una sociedad o grupo social”. Esto engloba, además de las Artes y las Letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. Esta noción de cultura marca un hito en la visión que se tenía de ella (como la alta cultura) porque tiene una mirada más holística, por lo tanto más amplia, diversa, inclusiva y dinámica. En otras palabras, nos encontramos ante un concepto distinto, donde la cultura es todo lo que hacemos, es todo lo aprendido a través de la socialización, es el comportamiento que se refleja a través de las tradiciones, costumbres, idiosincrasia, etc. y que surge en la medida que las sociedades evolucionan; por lo tanto, es una expresión cambiante, a la vez que es interdependiente, es un reflejo de la estructura económica y permite a los individuos, miembros de una sociedad, se distingan de los ajenos y, al mismo tiempo, se identifiquen con los propios, llevando de esa manera a la formación de una conciencia individual y social. Resumiendo lo anterior, la cultura debe entenderse como ese lugar de encuentro con los otros y con nosotros mismos, con la diversidad. Es, a su vez, un espacio de búsquedas colectivas y la plataforma de un proyecto futuro para los grupos humanos. Es así, como estos dos conceptos nos permiten entender con mayor facilidad el concepto de cultura ciudadana, entendida como el conjunto de comportamientos, valores, actitudes y percepciones que comparten los miembros de una sociedad urbana; que determinan las formas y la calidad de la convivencia, e influyen sobre el respeto del patrimonio común y facilitan o dificultan el reconocimiento de los derechos y deberes ciudadanos. En el ámbito cultural, estos tres elementos: ciudad, cultura y cultura ciudadana convergen de manera fructífera por medio de la gestión cultural. Sin embargo, referirse a la Gestión Cultural (gc) en nuestro país es, en muchos casos, manejarnos en el campo teórico, pues todavía no se percibe en lo cotidiano un ordenamiento sistemático de la actividad cultural (a pesar de los grandes programas, consejos, institutos e instituciones culturales) y esto lo indica la observación de los distintos organismos públicos (municipales, estatales y federales) y privados, encargados de la gestión cultural en México. Es necesario ejercer esta profesión como un trabajo en red, interdisciplinario y sistematizado entre los distintos actores, artistas, ciudadanos y organismos culturales. Para mí, una gestión cultural exitosa en una ciudad es aquella que trabaja para, con y por los ciudadanos. La gc no puede calificarse de exitosa si no mira las necesidades e intereses de la población y lo traduce en acciones de gc, que van desde la Promoción Cultural, Dinamización Social, Formación y Desarrollo Cultural; la protección, conservación y fomento del patrimonio, entre muchas otras. La gestión cultural es una profesión con métodos y técnicas para potenciar el gran muestrario cultural que nos ofrece cualquier ciudad, cualquier cultura, cualquier espacio físico, no solamente para la creación, gestión y desarrollo de eventos culturales (de cualquier tipo), sino del imaginario colectivo que se gesta desde el propio individuo, su familia, su barrio, su trabajo, empleo, desempleo, sus amigos, sus alegrías, distracciones, tiempos libres, sus miedos, sus espacios, etcétera. No podemos seguir obviando u olvidando la participación activa de la población desde el proceso de gestación de los proyectos culturales. Este modelo de gestión debe pensar que los ciudadanos también son creadores de su propia cultura y no meros observadores, espectadores o receptores de lo artístico. No debe quedarse en la comodidad que genera centralizar lo cultural a los artistas, productores y productos como únicos bienes culturales, sino que debe fomentar la creación, desarrollo, ejecución e intervención de los propios actores y en sus propios territorios. Hoy las ciudades mexicanas son más que grandes cifras de pobreza, violencia y desigualdad social. Dentro de sus propios laberintos multiculturales, los ciudadanos y gobiernos generan formas creativas para enfrentar los problemas y crean expresiones culturales originales, únicas y muchas veces irrepetibles, que reflejan y representan su mestizaje y diversidad de pensamientos y modos de ser. Los barrios y vecindarios, con asombro de muchos, con el paso de los años han retomado fuerza. Ahora, como antes, son los lugares de la vida social y generan en sus habitantes una imagen de identidad. Es en los barrios donde la cultura urbana juega un papel central para construir y reconstruir mejores condiciones para la convivencia social; se convierten en espacios públicos que dinamizan y cohesionan con mayor facilidad a su población. Estos espacios públicos no sólo cumplen funciones urbanísticas, sino también socioculturales y políticas. Para Juan Freire (Boletín de gestión cultural, núm. 16: Arte público, 2008) el espacio público es “cualquier tipo de entorno, contexto, plataforma que permite la relación abierta y multidireccional entre personas”. Por tanto, un espacio público debe cumplir dos requisitos: facilitar la comunicación (por su propio diseño) y tener reglas de gobierno que permitan un uso activo y compartido de los diferentes usuarios. Hoy son el lugar de la convivencia y de la tolerancia, pero también del conflicto y de la diferencia, e implican una condición principal para la vida de los ciudadanos. Es en el espacio público donde los valores, las lenguas, las culturas se encuentran, conviven y relacionan. Es así como el espacio público se vuelve un lugar fundamental para la convivencia, identidad, y cohesión social, y donde el arte público y los proyectos culturales juegan un papel esencial en la formación de ciudadanía, bienestar social y pertenencia.

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