Rúbricas 2

67 La globalización desigual y América Latina La globalización no ha operado hasta ahora con la misma amplitud e intensidad en todos los ámbitos. El grado de integración de mercados varía de forma considerable, según su grado de liberalización y del papel que desempeñan los Estados-nación y las grandes corporaciones internacionales. Es muy elevado el grado de globalización de los flujos financieros, del crimen organizado, de los mercados de información y entretenimiento, y de las aspiraciones de consumo; un poco menor el del comercio y las inversiones, y muy reducido el de los mercados laborales, a pesar del descenso de los costos de transporte de personas. La globalización es una realidad innegable e inevitable, fuente de grandes beneficios y oportunidades en el terreno político, económico, social y cultural, al permitir la difusión de la democracia, la integración de mercados y la amplia e instantánea transmisión de información, opiniones y valores entre personas de todo el mundo. Pero al mismo tiempo, los procesos de globalización con escasa regulación, como han ocurrido hasta la fecha, presentan consecuencias indeseables y amenazan la cohesión de las sociedades, pues tiende a predominar la ley del más fuerte, y las inequidades, a perpetuarse e incluso a acentuarse. El problema se agrava ante la falta de estructuras institucionales gubernamentales internacionales apropiadas. Como señaló el informe del Centro de estudios del futuro de la ocde (2000), La sociedad creativa del siglo xxi, desde la distancia prevalece a menudo la imagen de una sociedad mundial cada vez más uniforme. En casi todas las ciudades del mundo están presentes los mismos hoteles, restaurantes, películas, productos y marcas. La homogeneización mundial no es sólo superficial. La esperanza de vida de las sociedades, las tasas de fecundidad, los procesos de urbanización, las tecnologías en uso, las formas de emplear el tiempo libre se aproximan más entre los países. Como consecuencia de estos cambios pierde importancia la familia nuclear, se fortalece el papel de la mujer en la economía y la sociedad, y se generalizan los patrones de comportamiento sexual y las aspiraciones democráticas y de derechos. Pero esta aparente convergencia está marcada también por una creciente diversidad en las esferas económicas, sociales, tecnológicas y culturales. Las personas nunca habían tenido tal cantidad de opciones de consumo de bienes y servicios. Incluso en áreas tradicionalmente públicas, como educación, salud y seguridad, las alternativas se han incrementado de manera notable y su operación se ha descentralizado. La integración de mercados y su mayor libertad y énfasis en la competitividad promueve la eficiencia, pero no la equidad. El libre mercado no está necesariamente al servicio de la sociedad. Cuando el mercado va demasiado lejos y los gobiernos descuidan sus efectos sociales y políticos, los impactos positivos de la globalización se difunden de manera desigual, y concentran el poder, la riqueza y el bienestar en un grupo reducido de países y personas, en detrimento de los demás. La desigualdad entre países ha aumentado de forma significativa en los últimos 40 años. Hoy, más de 80 países todavía tienen ingresos per cápita inferiores a los de hace uno o dos decenios. La brecha entre los ingresos y las aspiraciones de vida, fenómenos ambos que acompañan a la globalización, crece día con día y se convierte ahora en uno de los mayores factores de conflicto internacional. Se estima que 120 millones de personas emigraron a los países desarrollados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y que en los últimos años esos flujos se han seguido acelerando, en particular hacia Estados Unidos, Canadá, Alemania, España y Australia. Al mismo tiempo, las remesas de migrantes se han elevado con rapidez; para 14 países ya significan ingresos de más de 1 000 millones de dólares al año, encabezados por la India y México. El informe de desarrollo humano 1998 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) pegó en el blanco de otra grave paradoja al dedicarse a las desigualdades internacionales en el consumo. Su tesis básica fue que el mundo no necesita consumir menos, sino de manera diferente, más equitativa; que más de una cuarta parte de la población del planeta no logra satisfacer sus necesidades fundamentales y que remediar este problema podría requerir un volumen de recursos relativamente modesto, si el mundo se pusiera de acuerdo. Sin embargo, el reto es formidable y creciente dada la incorporación al mercado y al consumo de un número en rápido ascenso de habitantes en Asia, África y Latinoamérica entre 2000 y 2010. El informe examinó los factores que explican el consumo en la “aldea global”, sus enormes y crecientes desequilibrios internacionales y sus efectos sobre el ambiente, que castigan en particular a los países pobres. El diagnóstico ha cambiado un poco en la última década, pero no demasiado. Como se ha demostrado repetidamente en foros mundiales de la onu y de organismos financieros internacionales, incluyendo las recientes reuniones de Cambio Climático en Cancún, (2010) y Durban (2011), pero cada vez más en las calles del Mundo –Túnez, Cairo, Madrid, Nueva York o Ciudad de México– hay un descontento permanente respecto de la globalización y la socialización de los costos sociales derivados de un sistema intrínsecamente injusto. Sus efectos positivos se califican o ponen en duda debido a las disparidades sociales en aumento y a la incapacidad de la comunidad internacional de atender desafíos crecientes. Ocurre una dicotomía cada vez mayor entre las élites, las emergentes clases medias y el resto de la población que amenaza o fractura la cohesión social, durante muchos años base de estabilidad. Hay poco diálogo entre estos grupos. Las clases medias digitalizadas e, incluso, los estratos de menores ingresos con

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