Rúbricas 4

24 Otoño-invierno 2012 Introducción En estas líneas partimos de la base que el quehacer del diseño urbano/arquitectónico desempeña un papel social.1 En virtud de su evidente vinculación con éste, comenzaremos por mencionar algunas ideas acerca de la noción de desarrollo sustentable. Nuestros propósitos pudieran parecer ácidos en tanto provocación al discurso dominante sobre desarrollo sustentable, no obstante intentan aproximar alguna luz respecto a las relaciones entre los quehaceres disciplinarios y, sobre todo, con respecto al compromiso del diseño con el entorno natural, esencialmente para procurar un acercamiento a la felicidad de las personas destinatarias que supone. Dentro de algunos enfoques, por lo general, se menciona a la arquitectura como un arte más que como un satisfactor de las necesidades humanas enfocadas a la felicidad de las personas. Por eso, en estas líneas retomamos la noción de desarrollo sustentable a partir de la arquitectura moral y la mirada de la estética desde su papel comunicativo y sobre todo sensorial y no desde la visión tradicional como disciplina filosófica. Para esto recuperamos las ideas de estudiosos como Martínez Allier (1991), Wallerstein (1998), Morin (1997) y Maffesoli (1990 y 1993). A partir de ahí y debido al papel que desempeñan los hechos urbano/arquitectónicos en la carrera por alcanzar la felicidad de las mujeres y los hombres, van algunas inquietudes y provocaciones críticas que nos parecen de utilidad acerca de las relaciones entre desarrollo sustentable y diseño urbano/arquitectónico, cuyo discurso generalmente no apunta a la felicidad de las personas. Es decir, al desarrollo sustentable lo identificamos como parámetro mensurable de ascenso y su significado dentro de las relaciones de poder, y al diseño urbano/arquitectónico como un quehacer que supone ser un puente de liga entre necesidades y satisfactores espaciales que demanda recobrar su sentido humanístico.2 1 Coincidimos con Ricardo Legorreta, al recordar sus palabras en una entrevista donde apuntaba que el quehacer del diseño arquitectónico debía estar enfocado a la “realización de casas y edificios que hagan feliz a la gente, más que para que salgan en las revistas, porque la arquitectura es social”. Véase http://www.revistavivienda.com.ar/destacadas/arquitectura-y-felicidad 2 Desde una mirada biológica la noción de desarrollo significa fase previa; una condición de tránsito que va del sustantivo (desarrollo) al participio (desarrollado), que se entiende como el nivel superior. Este proceso de tránsito se emparenta con la connotación aritmética de progresión, menos a más, por eso, aritméticamente, el ascenso se mide según la normatividad y parámetros pertinentes al modelo específico. Una primera crítica que podría hacerse se relaciona con la naturaleza de esa normatividad, sus parámetros y su visión unilineal de corte cuantitativista. En segundo lugar está también la relevancia de la noción de desarrollo y los criterios de sustentabilidad enmarcados dentro de las relaciones de poder que se refieren a la imposición de “A” sobre “B”. Ya sea la imposición de una voluntad o, como el caso que nos importa, la imposición de un modelo. En tales relaciones de poder, con base en las diferentes correlaciones de fuerza que le favorecen, “A” desempeña la función de imponer, en tanto que “B” asume el papel de sometimiento, sea por coacción,

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