Rúbricas 4

25 ¿Modelo, aspiración o voluntad? El desarrollo sustentable es el modelo que “A” busca imponer sobre “B”. La imposición está representada por los países desarrollados (“A”) sobre los países subdesarrollados o en vías de desarrollo (“B”). Así, el modelo es “presentado” por “A” como una meta a alcanzar de apariencias aspiracionales inobjetables. Para los fines del diseño que aquí nos interesa, contextualizado dentro de nuestro país, creemos conveniente plantear algunas preguntas. Por ejemplo, acerca de la congruencia y viabilidad entre la aspiración y los parámetros del modelo, el origen de la normatividad que promueve y, sobre todo, acerca de la definición de los destinatarios, sus medidas y roles dentro de los procesos a los que el modelo remite. El afán de reflexionar en torno a esto no implica dar respuestas acabadas, se contenta con analizar el papel que juegan las formas arquitectónicas (y sus hacedores) que materializan la expresión de la correspondencia físico/social. Tal como mencionábamos, la noción de desarrollo que el modelo entiende como un estadio previo, implica sólo consideraciones de carácter mensurable. Pareciera que desde esa postura no hay cabida a la esfera de lo subjetivo que abarca todo lo inconmensurable en el mundo de la vida cotidiana y, en tal sentido, pareciera afirmarse en la liquidez baumaniana3 al sobreponer la cantidad por encima de la calidad, y la velocidad, aun en el amor, por encima del placer de la incertidumbre como reto (Bauman, 2005:137-201); sin cuestionar por qué la idea de la ciudad y el cambio social deben ser así. Se trata de un modelo económico (orientado hacia lo crematístico, según Martínez Allier, 1991) dentro del cual las personas sólo importan como sujetos o como estadística. La subjetividad pertinente a ellas –en donde se encuentra la felicidad– es un tema intrascendente que no se vincula con sus propósitos. En efecto, la felicidad que debiera ser la principal aspiración de todo modelo es una noción no mensurable. Como si acaso sólo las posesiones pudiesen ser tasadas como elementos trascendentales para un modelo que ve en el consumo un constituyente de aquella que parece encarnar la gran ausente en el ámbito analítico de la noción de desarrollo sustentable. O ¿acaso la noción de desarrollo sustentable incluye en algún sitio la felicidad, ya no digamos como meta, sino como variable a ser atendida, cuando su búsqueda represente el objetivo central de la existencia humana? Es claro que la felicidad tiene requerimientos que no pueden ser medidos, por lo tanto, el modelo en cuestión –si bien contempla varias dimensiones de atención– no parece apartarse de la visión lineal cuantitativista, lo cual plantea dudas de su pertinencia humanística. De ese modo llamamos a reflexionar acerca del sentido y la viabilidad del desarrollo sustentable como modelo en un país como México.Un país convicción o imitación. 3 La noción de liquidez como metáfora de la evanescencia de los acontecimientos de la modernidad y la mundialización. que marcha a contracorriente, por lo menos en dos de las pretensiones básicas del modelo, como la atención a las necesidades sociales y la equidad transgeneracional, y también en otras líneas centrales propuestas en diferentes foros en cuanto a lo económico, lo social y lo ambiental, en las cuales el país está reprobado. En México se puede observar cómo, desde hace más de treinta años, no se ha logrado una orientación que tienda a un crecimiento económico para aumentar el ingreso de la población, y en cambio sí se ha visto la reducción del espectro del empleo fijo y bien remunerado así como el incremento de la tasa de desempleo. Ahora bien, a la aplicación de políticas para abatir el empobrecimiento y la reducción de la deuda externa podemos observar que, lejos de que se detenga, ésta ha aumentado de manera violenta en el último sexenio, lo cual contraviene el deseo de no comprometer a las generaciones venideras.4 También, en cuanto a la atención a la pobreza pareciera cumplirse sólo en lo estadístico mediante el empleo de eufemismos clasificatorios de los tipos de pobreza, cuando el índice ha crecido, sobre todo en las comunidades indígenas y rurales. En lo que se refiere a la atención ambiental, que es otro de los planteamientos del modelo, en el país tenemos una lucha social y una cerrazón gubernamental permanentes relativas a proyectos nocivos.5 Si bien la prioridad de las recomendaciones del modelo es la equidad, sin duda inobjetable como todas las aspiraciones que plantea, no es suficiente garantía para que, aun comprometiéndose a cumplirlas, el gobierno en turno, la alcance. Sobre todo, cuando los países poderosos que desempeñan el papel de “A” quieren imponer a “B” lo que ellos mismos no se comprometen a cumplir. Además de esto, resulta delicado compartir la imposición, a sabiendas de que el costo estará a cargo de “B”, aun tratándose de conceptos de incuestionables intenciones. Por otra parte, la orientación del modelo deja ver que sus fines económicos, sociales y ambientales se colman en sí mismos, y que no advierten ninguna insinuación que permita vislumbrar que la felicidad pudiera formar parte de sus propósitos, al menos en términos operativos. Por tales razonamientos y partiendo de que la búsqueda de la felicidad es una necesidad ontológica creemos que quienes se dedican al diseño urbano/arquitectónico deberían estar comprometidos intrínsecamente y reflexionar si es 4 Y son esas generaciones a quienes se les ha borrado la posibilidad de un futuro mejor. 5 De esto dan cuenta algunos ejemplos como: la construcción de la presa La Parota (Gro.), el desarrollo turístico de Cabo Pulmo (BCS), las empresas canadienses de explotación minera, así como los contradictorios encarcelamientos de Rodolfo Montiel Flores y Teodoro Cabrera García (dos ambientalistas apresados en 1999 por defender su patrimonio) o el caso de la comunidad purépecha de Cherán (Mich.), los humedales de El Palmar en Sisal (Yuc.) y varios más en Sinaloa y Nayarit que se hallan en la mira de los desarrolladores turísticos privados.

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