Rúbricas 5

58 Primavera-verano 2013 para tener éxito en la intervención nutriológica con los niños, particularmente con el área de psicología, ya que mediante su intervención se puede conseguir que tanto los padres como los hijos se involucren en el tratamiento y, de esta manera, no lo abandonen fácilmente. Y es que hay que tomar en cuenta que los niños necesitan el apoyo de sus padres y del resto de la familia para que puedan apegarse a un tratamiento. Dicho apoyo implica que todos estén dispuestos a modificar sus hábitos alimentarios y seguir las indicaciones que se les den. En la mayoría de los casos, los padres llevan a sus hijos a la consulta pensando que el sobrepeso o la obesidad de éstos no es problema suyo y, por lo tanto, no están dispuestos a modificar su manera de comer. El hecho de que los padres no modifiquen su forma de alimentarse, implica que los niños tampoco puedan hacerlo y, por consiguiente, fracasen en el intento de bajar de peso. Resulta muy difícil para ellos apegarse a un plan que incluye únicamente comida saludable, mientras el resto de la familia come todo y a todas horas. Los padres no piensan en esos momentos que ellos son, en gran medida, responsables de la situación en la que se encuentra su hijo; ya que son ellos quienes le han enseñado qué, cómo, cuánto y a qué hora comer. Y quizá, más que enseñarles le han transmitido la forma de hacerlo. Por lo tanto, para que los niños con sobrepeso y obesidad mejoren su condición es necesario que los padres y el resto de la familia asuman el rol que les toca en este proceso y estén dispuestos a modificar sus hábitos de alimentación, y es importante recalcar que dicha modificación de hábitos es imposible de lograr sin el complemento de la terapia de modificación de la conducta. La otra cara de la obesidad Como resultado de los malos hábitos de alimentación y de actividad física, en los últimos años la obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas, al igual que la incidencia de enfermedades asociadas a ella. A pesar de que ahora existen más conocimientos sobre sus causas, se siguen teniendo resultados muy pobres en las intervenciones diseñadas para su manejo, tanto en lo que toca a la pérdida de peso como en el mantenimiento de esa pérdida. Un manejo del peso será exitoso cuando incluya un compromiso de por vida, de comportamientos que nos lleven a tener un estilo de vida saludable, enfatizando la formación de hábitos correctos de alimentación acompañados de actividad física habitual. Las modificaciones en la ingesta de alimentos y ejercicio siguen siendo las metas de un tratamiento efectivo, pero son difíciles de iniciar y de ser sostenidas a largo plazo. Los datos disponibles indican que los programas de reducción de peso obtienen pérdidas sostenibles muy pequeñas. La Asociación Americana de Dietética menciona que se puede encontrar una disminución de peso después de 4 a 5 años de entre el 3% y 6% del peso inicial. Los pacientes con obesidad o con sobrepeso tienen, como parte muy importante de su tratamiento, o a veces la única, el tratamiento dietético. Sin embargo, según lo reportado en la literatura, el apego a la dieta es muy pobre, de hecho se reporta que las posibilidades de bajar de peso sólo con dieta en pacientes con obesidad es cerca del 0% debido a que no pueden seguir un régimen dietético (Mahan, 2005). Sabemos también que la etiología de esta enfermedad está conformada, en gran medida, por causas emocionales y psicológicas. La regulación del balance energético en humanos puede verse alterada por la poderosa influencia de estados emocionales y procesos motivacionales. Las perturbaciones emocionales a menudo precipitan episodios de sobrealimentación (Vargas, 2002). En personas deprimidas o ansiosas, la comida puede tener una función compensatoria, lo que las hace ganar peso. Entre los motivos que más contribuyen a la alteración del comportamiento alimentario se encuentran los de búsqueda de estimulación y manipulación. La inestabilidad emocional, caracterizada fundamentalmente por depresión en algunas personas, por ansiedad en otras, y por una fuerte tendencia al aislamiento social y a la soledad, está asociada a la obesidad, y ésta, a su vez, puede determinar un cierto grado de inestabilidad emocional. De esta forma, encontramos que la obesidad puede ser causa y consecuencia de dicha inestabilidad (Garrido, 1996). Sin embargo, es importante revisar otras interpretaciones en las que el patrón de comportamiento de la persona con obesidad obedece a condiciones relacionadas con autoestima baja, alteraciones del autoconcepto y trastornos de la personalidad, cuya resolución requiere un tratamiento especializado en el que se considere a la obesidad como una más de las manifestaciones de la alteración emocional. El concepto del sí mismo es el resultado, entre otros factores, de las expectativas sociales que cada sujeto ha internalizado. Cada cultura moldea una imagen ideal que se espera sea cumplida por aquellos que viven en ella, por lo que el concepto del sí mismo va de acuerdo con los patrones de la sociedad en la que vive cada persona. Una disminución en la autoestima, que está formada por la percepción de ser o no aceptados y reconocidos por el entorno, condiciona un aumento en manifestaciones tales como aislamiento y comportamientos de autogratificación. En cada persona la manifestación puede ser diferente, pues mientras en unos el síntoma puede ser un aumento en la ingesta de alimentos, en otros puede ser el aislamiento, o el uso de drogas, alcohol o ambos. La elección probablemente depende de la manera en que se conformó la personalidad global del sujeto, de las áreas libres de conflictos y de los patrones culturales respecto a la permisividad o castigo del comportamiento. En el proceso educativo, la cultura y la relación afectiva le dan un sentido especial a la comida; el hábito de alimentación es en ocasiones una representación del vínculo afectivo de quienes intervienen, entendiéndose que entre más comida se ofrezca mayor es el afecto.

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