Rúbricas 7

10 Primavera - Verano 2014 En el mundo entero hay grandes sistemas de poder que igualmente se manifiestan no sólo a través de armamentos sino de manipuladoras propuestas ideológicas, de decisiones unilaterales, de capitales económicos, de alianzas estratégicas que sólo buscan sus propios intereses… Poderes que se concentran en unos cuantos países que permiten, a quienes los poseen, convertirse en los dueños del planeta, como bien sabemos, más allá de las instancias que los pueblos han creado con la esperanza de lograr un orden mundial más justo, como la Organización de las Naciones Unidas. La mentalidad tecnoglobalizante del sistema neoliberal que impera y los muchos poderes que confluyen en nuestro mundo de conflictos generalizados han ido generando caldos de cultivo propicios para los regímenes represores y totalitarios basados en una visión reduccionista y unilateral del sistema económico, como eje central de sus decisiones, dejando a los Estados ejercer todo el poder sin divisiones ni restricciones. En palabras del propio Alain Touraine, “en este mundo totalmente instrumentalizado y en gran parte autoritario, en donde la fuerza de la globalización y la hegemonía parecen dominarlo todo, ¿cuál puede ser el principio de universalismo, que no sea sólo la expresión de una racionalidad instrumental, sino un principio de moral universal que guíe la conducta humana?”2 El “mal común”, así llamado por Ignacio Ellacuría, representa este absurdo que hoy vivimos. Es “un mal histórico, radicado en un determinado sistema de posibilidades de la realidad a través del cual actualiza su poder para configurar maléficamente la vida de los individuos y grupos humanos. Se trata de una negatividad encarnada y generada en y por las estructuras sociales, que niega o bloquea la personalización y humanización de la mayoría”.3 Curiosamente, como más de alguna vez lo señaló el Padre Pedro Arrupe, “el hombre tiene la oportunidad de dar respuesta a los graves problemas de la humanidad, pero no quiere”. Esta afirmación, sin duda, nos mete de lleno en el corazón del problema que orienta nuestros debates: ¿Qué relación existe entre el ser humano y el poder? ¿Quién domina a quién? ¿Qué se requiere para que el poder sirva al hombre y no para que unos cuantos se sirvan del poder? ¿Cuál podría ser el nuevo orden mundial que asegure la sana convivencia entre los pueblos? Se trata de verdaderos dilemas, en última instancia, éticos, pero que necesitan justamente una iluminación desde la sociología, la política, la economía, la filosofía, la teología. El poder no es ni bueno ni malo; es una cualidad de la realidad y, por ende, del ser humano, cuya máxima expresión es la del amor, como el poder para entregar su vida al otro, incluso hasta la muerte, como señala el Evangelio. 2 Conferencia de inauguración del año académico 2009, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. 3 Ellacuría, Ignacio, “Justicia, política y derechos humanos” en Estudios Centroamericanos, marzo, 2013. Pero la pregunta sigue presente: ¿por qué el hombre no quiere solucionar los grandes problemas que él mismo ha creado, como la hambruna, el crimen organizado, los abusos dictatoriales, las discriminaciones raciales, las agresiones de género, el tráfico de personas? ¿Es cuestión de poder o de querer? ¿Es cuestión de “sujetos” o de “estructuras”? ¿Se trata de construcción de modelos económicos sobre la base del beneficio de unos cuantos, como nuestro actual sistema neoliberal, o de cuestiones que dependen de la libertad de las personas? ¿Nos tendremos que resignar a una pasividad mortecina? El reto vuelve a ser “encontrar la palabra verdadera” –como afirman los zapatistas– que pueda orientar el rumbo del planeta. Es necesario formular los dilemas civilizatorios que puedan generar esperanza en una humanidad que cada día está más carente de ella, ¿de algún lugar del baúl de los recuerdos, podremos sacar restos de utopía que revivan los ánimos de este mundo cada día más convulso? Esta es una de las grandes tareas de este foro: comprender el nuevo territorio de las relaciones sociales, identificar tanto los procesos de dominación como los nuevos espacios de libertad que parecen avizorarse en el horizonte. El poder, además, está íntimamente ligado con la libertad. ¿Se puede decir que México es un país libre cuando el 80% de sus decisiones más importantes tienen que ser sometidas a los intereses del G-8? ¿Se puede decir que somos libres como mexicanos cuando la corrupción, los poderes fácticos, los consorcios de los medios de comunicación, desde la llamada teledemocracia nos dicen por quién votar –como en las elecciones pasadas– o a quién condenar –como es el caso de las protestas de los maestros–? ¿Puede ser libre un país en el que más del 50% de su población es pobre? ¿Puede hablarse de libertad cuando el 43% de los mexicanos de 15 años o más no cuenta con una educación básica completa? ¿Qué es realmente el poder? La realidad es poderosa, como afirma Zubiri; más que las personas. Ella muestra la finitud del ser humano; sus límites. El hombre no lo puede todo; el hombre es gigante poderoso, pero sólo si está montado sobre los hombros de la realidad. El problema es cuando pierde la cabeza y se cree que Él es el dueño del poder; cuando se engolosina con lo que “puede” y se deja arrastrar por la hybris o el mareo del poder, como lo señalaron los griegos; cuando decide usar su capacidad, su dynamis, para sus propios intereses. El ser humano no puede usar a discreción el poder, como si fuera su soberano absoluto, pues sin duda, tarde o temprano, se le revertirá. Lo vemos con la grave crisis ecológica en la que estamos inmersos. Nos fuimos de bruces… Ya lo ha dicho también el Papa Francisco al afirmar que “la crisis actual no es sólo económica y financiera, sino que tiene sus raíces en una crisis ética y antropológica. Seguir a los ídolos del poder, del provecho, del dinero, por encima del valor de la persona humana, se ha vuelto una norma

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