Rúbricas Número Especial 2

12 Número especial, otoño 2013 ausencia de lugar, y la experiencia cotidiana para muchas y muchos jóvenes de ser redundantes, de no caber, de estorbar, de ser incómodos. El futuro dejó de ser una palabra significativa, se convirtió en un lujo, en una palabra borrada en los sociolectos juveniles. Las instituciones, la sociedad, los medios de comunicación, las madres y los padres, las y los maestros, continuaron, pese a las evidencias del colapso social, en su obstinada venta de “futuros” como mercancía de cambio para negociar con esos jóvenes cuyas miradas y preguntas escapaban y escapan a las capacidades instaladas y a la escucha de las instituciones, que, les dijeron, estaban para ellas y ellos. Silencio o estruendo ha sido la constante en estos años en los que los jóvenes emergen como un espejo retrovisor, como un síntoma del malestar social, como actores y protagonistas del devenir de la sociedad. Diversidad y diferencias desiguales Los jóvenes no constituyen un todo homogéneo, ni una categoría universal, por mucho que compartan la experiencia en un mundo globalizado que amplía las ofertas al tiempo que achica las posibilidades de acceso. La comprensión de los universos juveniles, me parece, debe partir del reconocimiento de la tensión que opera esta paradoja: más y mejores medios para la comunicación, dispositivos tecnológicos cada vez más poderosos, “disponibilidad” de enormes recursos para la información y el conocimiento, aunados al empobrecimiento creciente de numerosas zonas del planeta, agravamiento de las condiciones de exclusión, a las que se suma la eufemísticamente llamada “brecha digital”, que condena a millones de jóvenes a nuevas formas de “analfabetismo” comunicacional y social. Por esto es fundamental partir de la diversidad de los mundos juveniles, para comprender las estrategias, condiciones, contextos y formaciones socioculturales en los que los sujetos experimentan y viven su condición de jóvenes. Más que intentar una tipología de los jóvenes en la sociedad contemporánea, me interesa colocar un esquema con el que he venido trabajando los últimos años, para no perder de vista la relación del contexto con las expresiones diferenciadas de las y los jóvenes. Así, planteo que hay cinco circuitos (no estáticos) que dan concreción tanto a la condición como a las culturas juveniles, según su lejanía o mayor cercanía con los procesos de incorporación social. a) El circuito de los “inviables”, por el que transitan jóvenes que carecen de cualquier tipo de inserción social y opción de futuro, que abundan en México, en Guatemala, en El Salvador. También en muchos países de África. Una juventud precarizada, desafiliada, sin opciones que constituye, por ejemplo, el inerme ejército de migrantes. b) El circuito de los “asimilados” a los llamados mercados flexibles, que caminan los jóvenes que han asumido las condiciones del mercado y que aceptan las lógicas y mecanismos a su alcance para incorporarse, con dificultades, a las dimensiones productivas de la sociedad. Jóvenes, por ejemplo, que aceptan el llamado 3d job (dirty, dangerous and deamining: sucio, peligroso, denigrante). c) Un tercer circuito, nada desestimable, es el que recorren los jóvenes que han decidido hacer una opción por el narcotráfico, la violencia, el crimen organizado, como formas de acceso y afirmación social. El circuito de la paralegalidad. En el México de hoy, por ejemplo, estos jóvenes han incorporado a su vocabulario la palabra “sicariar”, que nombra –sin nombrar– el trabajo de un sicario: matar. d) El circuito de los “incorporados”, en el que se mueven jóvenes que gozan –aún– de garantías sociales y formas de inserción laboral y educativa dignas. e) Y finalmente, un circuito de jóvenes en zonas de privilegio, conectados al mundo, con amplio capital social y cultural. Insisto en que este no es un esquema “puro”, ni una tipología de los jóvenes, sino un recurso para mantener en tensión analítica la heterogeneidad cultural de los universos juveniles con la desigualdad estructural. Es decir, no es lo mismo ser un joven punk que va a la universidad por muchas críticas que tenga, o experimente la misma incertidumbre que sus pares frente al futuro, que ser una joven punk migrante salvadoreña que no cupo en su país. La complejidad de las formas identitarias en los jóvenes no puede dejar de lado la dimensión de los anclajes estructurales. Toda diferencia es una diferencia situada. Sin embargo es fundamental asumir que el cansancio y el desencanto juvenil frente a las instituciones, los problemas que enfrentan, desborda el problema “cuantitativo” de la carencia de espacios o accesos. Aunque los datos son alarmantes, considero que pensar los problemas de los jóvenes exclusivamente en términos de exclusión o marginación de carácter económico, estructural, al margen del análisis cultural, pospone o aleja la posibilidad de someter a crítica reflexiva un “proyecto” que no parece capaz de resistir más tiempo. Intentaré ahora situarme en los territorios juveniles para marcar cuatro procesos que atraviesan la condición juvenil contemporánea: violencias, migración, tecnologías y activismo; que interrogaré a su vez con dos cuestiones que, a mi juicio son claves para aproximarse a una comprensión profunda de las y los jóvenes: la subjetividad y la socialidad, que entiendo como los jóvenes comunicándose y que distingo de sociabilidad, que encara la pregunta por los jóvenes organizándose.

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