Rúbricas Número Especial 2

15 sus identidades, sino también las comunidades de origen (o puntos de expulsión), las comunidades de llegada, ciudades y una transformación en los estilos de vida, formas de consumo y visiones del mundo. Hoy, en el continente americano, cuatro de cada diez migrantes son jóvenes.1 Se van porque no encuentran lugar, por las altas tasas de desempleo, por la falta de oportunidades, por miedo a la violencia, “porque no les queda de otra” (como me han dicho muchos de ellos). Me centraré en la migración juvenil no autorizada, que se convierte en una llamada de atención al sistema, al modelo sociopolítico y económico; señala un fracaso, un quiebre, una angustia vital. Migrar es para muchos jóvenes la única opción. Quisiera destacar aquí un problema que me parece relevante: el de la extrema vulnerabilidad de estos jóvenes. No son ciudadanos con plenos derechos en sus países de origen y es muy difícil que adquieran ciudadanía plena en los países o lugares de llegada; esto significa que la experiencia cotidiana es siempre la de un déficit de derechos, que deviene en la permanente sensación de ser redundantes. El gran drama en todo esto es la ausencia de pertenencia tanto legal como social. Los nómades son percibidos como amenaza en muchos de los lugares de llegada y sometidos a procesos vejatorios y discriminantes; o, convertidos en carne de cañón por el crimen organizado y la trata de personas, como ha ocurrido con los migrantes centroamericanos que cruzan por México hacia Estados Unidos. La migración no autorizada se ha convertido en un riesgo mortal para muchas y muchos jóvenes. La inestabilidad en estos mundos juveniles es la moneda de cambio cotidiana y algo que ha llamado poderosamente mi atención es el recurso de la creencia. A través de mi trabajo etnográfico he podido constatar la recurrencia y el fervor hacia dos figuras a las que se invoca en el trance de cruzar a la mala: Juan Soldado y la Santa Muerte, también conocida como Niña Blanca. Juan Soldado, personaje complejo, fue un soldado raso del Ejército Mexicano y acusado injustamente de violación. Hoy erigido por el fervor popular como santo y milagrero. Al santo sin papeles se le pide el único milagro de cruzar sin que los agentes de la “migra”, es decir la policía migratoria, los detenga. La estampita de Juan Soldado se convierte en amuleto protector y compañía para un viaje que no saben cómo terminará. La Santa Muerte, cuyo culto se ha expandido rápidamente de sur a norte, precisamente por los procesos migratorios, juega un papel central en la experiencia de indefensión de los jóvenes migrantes. Algunos de 1 De los 660 mil mexicanos que abandonaron el país en 2011, poco más de 450 mil fueron jóvenes entre 15 y 29 años de edad. éstos me han dicho que entregan su penosa travesía a su “santa” para obtener su continua protección. El glamour del nómada derridiano se aleja de la realidad que experimentan cotidianamente estos jóvenes que deben hacer del desarraigo una condición de vida para la que encuentran pocas ayudas para confortar el desamparo y la ansiedad frente a un futuro incierto. No es entonces extraño que, vinculados a la migración, aparezcan, se reconfiguren, se expandan cultos y devociones capaces de ofrecer un trocito de esperanza. En el caso concreto de las y los jóvenes migrantes, la biografía se constituye en una historia compleja de desapropiaciones, historias en las que la realidad, los contextos, se imponen como condición tan inestable como tiránica, tan imprevisible como angustiosa, lo que deja poco o ningún margen para la agencia y, por consiguiente, para una acción sustentada en la anticipación de “posibilidades” y en especial anula o disminuye el peso de los “capitales” de los que un joven se siente portador o poseedor. Culturas enredadas Muchas cosas cambiaron a lo largo de la primera década del siglo, entre ellas, el aceleramiento tecnológico tanto en lo referente a lo soft como a lo hard, tanto en los dispositivos de soporte como en las lógicas de los consumos propiciadas por estos soportes. No es mi intención discutir el conjunto de maravillas tecnológicas que, de maneras diferenciales y desiguales, han impactado el mundo que conocemos, sino el de interrogar a través de estos dispositivos la cultura que emerge, las nuevas subjetividades juveniles. La red y sus intrincados y rizomáticos laberintos constituyen un espacio privilegiado para analizar la configuración de “mundos” juveniles en los que es posible aprehender dos cuestiones claves: la agencia y la subjetividad. De cara a los desafíos que plantean las transformaciones en las culturas juveniles, voy a centrarme en tres cuestiones centrales: a) El fortalecimiento del yo-autor que desestabiliza el monopolio tanto de los saberes “legítimos”, “autorizados”, como el de los centros de irradiación o emisión “acreditados”. Los blogueros, los cibernautas no piden permiso. Se trata de un espacio en el que los jóvenes acceden a una posición de autoridad, de empoderamiento desde un “yo” que sin timidez asume los riesgos de su enunciación. Indudablemente puede contra-argumentarse que hay problemas y que en muchos casos, los “sitios” o lenguajes del blog terminan por reproducir esquemas antidemocráticos, excluyentes, racistas y xenofóbicos, esto es cierto. Pero incluso, en estos umbrales

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