Rúbricas Número Especial 3

69 El papel de las universidades jesuitas en la construcción de una sociedad más justa para las mujeres y niñas Una de las construcciones simbólicas que más ha contribuido en la generación y perpetuación del sistema de género y, con ello, de las desigualdades entre los sexos, es la religión. En el campo latinoamericano, el culto preponderante es el católico, que gesta una forma particular de identidades de género. En específico, el marianismo es una construcción social que establece un conjunto de ideas sobre la posición de las mujeres en la sociedad, y si bien no ha sido necesariamente promovido –en exclusiva– por las autoridades religiosas, éstas han sido tolerantes ante él. Las características de este estereotipo son la semidivinidad, la superioridad moral y la fuerza espiritual. Como señalan Stevens y Soler, esta fuerza espiritual genera abnegación; “esto es una capacidad infinita de humildad y sacrificio” que se traduce en autonegación y paciencia infinita ante los hombres (Stevens y Soler, 1974: 20). Sin embargo, las raíces de la minusvaloración femenina dentro de la religión son más antiguas. Habría que remontarse a la concepción misma que nos hemos permitido tener de Dios, poniendo en revisión la teología tradicional –que es una “elaboración que los hombres hacen de lo Sagrado partiendo de su experiencia de hombres” (Boff y Muraro, 2004: 68)–, identificando y reconociendo, como lo plantean Boff y Muraro (2004) que el imaginario, el lenguaje, los símbolos, los ritos y los textos fundadores de este paradigma religioso traen la marca de la cultura masculina y patriarcal. Empero, a pesar de estas bases andróginas, el espacio religioso resulta una arena potencial para modificar las construcciones simbólicas de género. Para esto, habría que pensar a Dios de otra manera, reivindicando su lado femenino (Fernández, 2004: 16-17).6 Permitir que Dios sea también mujer abre nuevas posibilidades para el ser humano, restituye las cargas y bendiciones y las hace accesibles a este grupo. La pregunta es cómo integrar este cambio de paradigma dentro de las Universidades Jesuitas y preguntarnos, primeramente, si nos concierne tomar medidas al respecto. La respuesta del padre Fernández es afirmativa (2004: 1626). Para él, corresponde al equipo docente y al alumnado universitario de inspiración cristiana sostener “una práctica, una comprensión y un discurso alternativo a los rasgos socioculturales que dificultan la educación en derechos humanos”, asumiendo una postura crítica ante aquello que impide la Justicia del Reino. Encontramos directrices en este sentido también: dentro de los documentos rectores de la Compañía, en el llamado a establecer relaciones justas con Dios, con las demás personas 6 Según David Fernández, por la injusta y errónea idea de la superioridad del varón sobre la mujer y su justificación teológica, “el mundo ha perdido el respeto por la dimensión femenina de la vida” (Fernández, 2004: 16). y con la creación a partir de profundizar en el servicio de la fe y la promoción de la justicia; y desde el apostolado intelectual que buscaría profundizar en el entendimiento de los mecanismos e interconexiones entre los problemas actuales (Congregación General 35, decreto 3), como sería, en este caso, las desigualdades de género. Recordemos que ya desde la Congregación General anterior se invitó a los Jesuitas a escuchar la experiencia de las mujeres para apuntalar cambios orientados a modificar las estructuras de injusticia en nuestras sociedades (Congregación General 34, decreto 14). La misión de las instituciones educativas confiadas a la Compañía de Jesús –“formar hombres y mujeres para y con los demás”, que además “generen y divulguen conocimiento y tecnología que contribuyan a la creación de un mundo más humano, justo y sostenible” (Plan Estratégico ausjal, 2011-2017: 11)– implicaría la formación de personas profesionales y comprometidas para que las mujeres, sobre todo las más vulnerables y no sólo las privilegiadas, puedan a acceder a la justicia, contribuyendo a la creación de condiciones sociales e institucionales que garanticen este derecho. Peter Hans Kolvenbach ya señalaba que “el conocimiento no es neutro, porque implica siempre valores y una determinada concepción del ser humano” (2001: 22). En este punto entonces, si la universidad no se da a la tarea de reflexionar y deliberar un cambio de paradigma orientado a cuestionar los roles de género; reivindicar el poder de lo femenino; y velar por la promoción de los derechos humanos de las mujeres, se está abonando en la continuidad de una visión que ha causado mucho daño a la mitad de la humanidad. La universidad es, pues, un espacio privilegiado para propiciar cambios en las actitudes, valores y acciones que promuevan la justicia de género. “La universidad debe sentirse interpelada por la sociedad, y la universidad debe interpelar a la sociedad”, indicaba el Padre Kolvenbach (2001: 21). Hasta aquí, la argumentación que hemos seguido nos conduce a apuntalar al derecho de acceso a la justicia de las mujeres y niñas como una deuda pendiente en nuestra sociedad, y a resaltar el papel que las universidades jesuitas pueden tener en la modificación de la visión androcéntrica en su papel de “agentes de cambio social y de responsabilidad para con la sociedad” (Plan estratégico ausjal 2011-2017: 16). Para esto, proponemos una serie de acciones institucionales que se orienten a impulsar este cambio de paradigma, retomando algunos mecanismos que han sido adoptados por algunas otras instituciones educativas: » » Realizar una serie de diagnósticos que permitan dar cuenta de las desigualdades presentes en los espacios universitarios entre hombres y mujeres: uno de ellos de Cultura Institucional con Perspectiva de Género;7 otro para identificar discriminaciones y 7 Diagnósticos de este tipo se han realizado ya en otras instituciones, como la Universidad Autónoma de Madrid (2011) y en la Universidad Nacional Autónoma de México (2012). También hay algunas recopila-

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