Rúbricas Número Especial 3

7 PRESENTACIÓN Derechos humanos y acceso a la justicia: La dignidad de las personas frente a las formas de poder en México Los derechos humanos, el acceso a la justicia y el respeto a la dignidad de las personas son aspectos esenciales para cualquier obra de la Compañía de Jesús. Son su raíz, tal y como lo señala nuestra misión centenaria: el servicio de la fe y la promoción de la justicia. ¿Cuál es el origen de esta búsqueda? Basta con mirar alrededor para encontrar respuestas. Nuestra realidad actual se caracteriza por sus profundos y dolorosos contrastes y contradicciones, por sus estructuras que reproducen la inequidad y la pobreza, por la corrupción que envenena día con día la economía, la política, el medio ambiente y la sociedad, y por la violencia y el crimen organizado que imponen su propia ley. Paralelamente, se habla del derecho a una vida digna, a la alimentación, a la salud, a la educación, a la participación política, a la impartición de justicia –sólo por señalar algunos de los derechos básicos–. Como bien lo sabemos, enunciar y exigir los derechos ha sido un gran paso de la humanidad, pero sin duda no suficiente, pues para millones de personas el acceso a la justicia sigue siendo un sueño inalcanzable o un “servicio” demasiado costoso para su precaria condición. Como universidad jesuita, no podemos permanecer con los brazos cruzados cuando somos testigos de las arbitrariedades, los abusos y los crímenes que se comenten cotidianamente con total impunidad. Estamos, pues, hartos de respirar la injusticia en todos los ámbitos, pues, como afirma Martin Luther King: “una injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes”. Por eso, dar un paso más allá de la denuncia, sin duda, implica un cambio de paradigma que va contracorriente. De ahí que el tema de la defensa y promoción de los derechos humanos se haya convertido en una lucha social no exenta de riesgos. Bien lo supo afirmar Ignacio Ellacuría –jesuita promotor y defensor de los derechos humanos, quien pagó el precio de su valentía con su propia vida– que: “en un mundo donde reina la falsedad, la injusticia y la represión, una universidad que luche por la verdad, por la justicia y por la libertad, no puede menos de verse perseguida”. Desde esta perspectiva, no buscamos seguir alimentando a los poderes fácticos ni solapando los pactos entre las cúpulas de poder que luchan por mantener el status quo. Buscamos, justamente lo contrario: develar y denunciar las ideologías dominantes y ofrecer alternativas para la construcción de una sociedad más humana, más al modo del Reino de Dios. Esa es nuestra impronta. Y en busca de la verdad, nuestro horizonte. Lo anterior, sin duda alguna constituye un reto enorme a la inteligencia a fin de lograr ir más allá de los tópicos comunes o de las denuncias trilladas, hasta encontrar modelos alternativos que apunten a esas sociedades realmente fraternas, solidarias, justas. Así pues, desde esta mirada, ¿cuál debiera ser el papel de las instituciones jesuitas? El mismo Ellacuría concluyó que la universidad debe, formal y explícitamente, no sólo dedicarse al mejor logro de los derechos fundamentales de las mayorías populares, sino que, incluso, debe tener como horizonte teórico y práxico de sus actividades estrictamente universitarias, la liberación y desarrollo de esas mayorías. Y esto, de un modo preferencial. Esta premisa implica un cambio de visión pues nos lleva a comprender a la universidad y sus funciones de otra manera. El tema de la promoción y defensa de los derechos humanos se convierte así en el sentido y razón de ser de cualquier institución que pretenda enclavarse en la realidad, para responder a ella desde su vocación histórica y transformadora.

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