mosaico
central
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“Todos somos pastores de todos”
Acompañado por más de 40 jesuitas mexicanos, quienes ocu-
paron las primeras filas de la parroquia de San Pedro Apóstol,
el Padre General no tardó en traer a colación al Papa Francisco
durante su homilía. Uno de los puntos fuertes del Papa, afirmó, es
haber provocado el regreso a la Iglesia de muchas personas que
se sentían alejadas de ella, “y han vuelto porque les hace sentir en
casa, amigos, perdonados”.
El año pasado, a unos días de su elección, el Papa Francisco con-
vocó a los sacerdotes a vivir su vocación pastoral oliendo como las
ovejas. Así lo recordó el P. Nicolás en una entrevista que le hicieron
en Madrid, en la que habló de los signos del Papa que han llamado
la atención de los fieles. Preparen bien las liturgias pero no se ape-
guen a los trapos, fue otra de las escenas resaltadas por el jesuita
palentino al ser cuestionado acerca de la elección de un sacerdote
formado en la espiritualidad ignaciana como nuevo pontífice.
En ocasión de la celebración del domingo del buen pastor, las
impresiones del Padre General resonaron en Tepotzotlán con apo-
yo de la doble imagen con la que, en su
reflexión, juega el Evangelio de Juan:
Jesús como pastor y como puerta del
redil, “dos imágenes que se sobreponen
para darnos la imagen de qué tipo de
pastor es Jesús y qué tipo de pastores
tenemos que ser nosotros”.
Y aunque la analogía parecía exclu-
siva para sacerdotes, aclaró a tiempo:
“todos somos pastores de todos”.
Jesús nos dio ejemplo de cómo sufrir
pero también de cómo vivir, de cómo
preocuparnos por los demás, resaltó.
Como en la parábola, agregó, es la
Iglesia entera la que es pastor, lo que su-
pone cercanía y conocimiento de unos y
otros, “ayudarnos mutuamente para vivir
en paz en el redil”, y provocar una sen-
sación de encontrarse “en casa, a gusto,
sin miedo”.
El Papa Francisco -siguió el P. Nico-
lás- ha subrayado la importancia de la
labor pastoral de la Iglesia y su preocu-
pación por los demás, un trabajo que
conoció de cerca por su experiencia
como obispo en Argentina. “Una per-
sona que sabe decir que no a sus conveniencias para atender
las necesidades de los demás es un pastor, es un pastor pleno”,
resumió al tiempo de explicar que en un mundo en el que muchas
personas se sienten solas y abandonadas, “esta capacidad de
darse a los demás es lo típico del pastor” y “en el pastor Dios
está presente”.
Frente a los errores y excesos que empañan el trabajo de la
Iglesia, las palabras del Padre General tienen un valor especial.
Todos en la Iglesia, señaló, “necesitamos pastoreo, todos necesi-
tamos a alguien que nos diga dónde nos aprieta el zapato, dónde
vamos descaminados”. “La Iglesia no es una Iglesia para ovejas
perfectas, no las hay, sino que es para nosotros, imperfectos, limi-
tados, que necesitamos ayuda; es una Iglesia de imperfectos para
imperfectos”, puntualizó.
Ejemplo de amor, fidelidad y entereza
Tras la misa y de regreso a su vestimenta tradicional, pantalón,
camisa y saco color negro, el P. Nicolás parecía desconcertado.
El oro barroco que le rodeaba era desbordante, imposible de ser
asimilado sin la sensación de asombro. El pasmo pudo ser com-
partido, pero él lo confesó al iniciar el mensaje que dirigió para
El Bicentenario de la
Restauración de la Compañía
de Jesús es “ocasión de
examinar con rigor y humildad
nuestros desaciertos y
nuestros errores” y momento
propicio para evocar el
“legado de amor y fidelidad a
la Iglesia y a su patria” de los
jesuitas que regresaron
a la nación en ciernes.
inaugurar la exposición sobre la contribución de los jesuitas a la
edificación del México mestizo.
“Estoy todavía apabullado por este barroco que me he encon-
trado aquí, en esta iglesia; es bellísimo, supera por mucho al ba-
rroco que he visto en otros sitios”, comentó en una atmósfera que
describió “luminosa y cálida, sobreabundante como la Gracia, una
evocación de la Gloria eterna que brota de una imaginación senso-
rial entrenada en la práctica de la cuarta semana de los Ejercicios
Espirituales”. Al pie de lo que fue el altar del templo de San Fran-
cisco Javier, el Padre General exclamó: “aquí tenemos mucho de
nuestro corazón”.
Tepotzotlán recibió a los primeros jesuitas en 1580, ocho años
después de su llegada a la Nueva España. En ese entonces, con-
fluían allí tres culturas originarias: la náhuatl, la otomí y la mazahua.
Fue hasta 1586, luego de ser acogido el trabajo de la Compañía de
Jesús con niños y adolescentes indígenas -quienes eran instruidos
en letras, música y, naturalmente, en la doctrina cristiana-, que el
colegio noviciado de la orden fue trasladado a dicha localidad, don-
de fue su sede definitiva.
En la época virreinal, los jesuitas se
dedicaron al conocimiento de las cos-
tumbres y las lenguas indígenas, así
como a la formación espiritual y hum-
nística, siendo el arte un elemento de
gran importancia en su proyecto apos-
tólico. De ello, aseveró el P. Nicolás,
da cuenta el esplendor de la que fuera
Iglesia de San Francisco Javier.
Siguiendo las indicaciones de San
Ignacio, relató el Padre General, los
jesuitas de la Nueva España supieron
adaptarse a los tiempos, los lugares y
las personas de aquel entonces, ade-
cuando su misión a las urgencias his-
tóricas patentes en la época virreinal, a
saber, “la construcción de un espacio
común, el tejido de lazos entre sus ha-
bitantes -indígenas, mestizos y criollos-
y la formación de una dirigencia social”.
La raíz, subrayó, está en San Ignacio,
quien siempre consideró importante
partir de la realidad para discernir lo
mejor a realizar, en libertad.
En su trabajo, expuso el P. Nicolás,
los miembros de la Compañía de Jesús “se entregaron con sincero
cariño al servicio de esta tierra y sus habitantes con la mira puesta
en el anuncio de la palabra evangélica”, a fin de “hacer presente
la realidad de este suelo y sus pobladores en la conciencia uni-
versal”. Una vez desterrados, abundó, continuaron “velando por
el destino de su patria”, desde la lejanía, y dedicaron sus obras
a “reivindicar la grandeza de las civilizaciones prehispánicas y la
dignidad de los indígenas vivos”, lo que derivó en la “construcción
de una memoria común” y en la “articulación de un entramado de
lazos de concordia”, de modo que Tepotzotlán -abrevió- repre-
senta un sitio emblemático para “recordar la participación de los
jesuitas en la construcción de la nación mexicana”.
De acuerdo con el Padre General, México fue una tierra que los
jesuitas novohispanos expulsados en 1776 nunca dejaron de año-
rar. Tras la restauración de la Compañía de Jesús en 1814, los
religiosos de esta orden volvieron a México en 1816, no obstante,
a su regreso se enfrentaron a la incertidumbre de la Guerra de In-
dependencia, así como a continuas dificultades que tuvieron que
afrontar, ya ancianos, debido a la lucha que atravesaba la flore-
ciente nación por encontrar su rumbo.
En una carta dirigida a toda la Compañía de Jesús el 14 de
noviembre de 2013, día de la fiesta de San José Pignatelli -figura