Alejandro Meneses
145
pero calculada, cómo fue que sus historias, sus reclamos, sus imprope-
rios, sus voces, se alejaron de la realidad con el sólo objeto de mejorarla,
de pervertirla.
Enrique de Jesús Pimentel publicó ese año su tercer libro de poe-
sía,
Criatura tú,
también editado por la
UAP
(Colección Asteriscos).
Una sensualidad franciscana, por llamarla de alguna manera y que po-
demos encontrar en otros libros de Pimentel, recorre los poemas de este
libro compacto: desde el primer momento sabemos que leemos con rumbo,
que todo lo que está en él está porque sostiene la urdimbre de una re-
flexión que saborea la irreverencia, que plantea la lubricidad de todo
signo espiritual; la acción o el pensamiento más aberrantes adquieren
una solemnidad religiosa, en la certeza de los sentidos puede estar una
revelación, una epifanía herética.
Criatura tú
ronda el pecado porque
sólo dejándose llevar por esa tentación tendremos el gozo de acercamos
al amor y su espejo, el odio. Sólo así tendrá sentido la redención: conver-
tir la lujuria en sitio de meditación, de oración, de silencio.
Otro poeta de esa generación que se inicia a finales de los setenta,
literariamente hablando es Roberto Martínez Garcilazo, que publica en la
UAP
(Colección Letras Poblanas) su primer libro,
Lumbre obscura.
Poe-
mas cortos de palabras cortas, sencillas como un clavo, pero que en su
sencillez adquieren su calidad emblemática: corazón, árbol, nube, río, noche.
La naturaleza, en la poesía de Garcilazo, se convierte en un paisaje interior,
disyuntivo, acechante, algo que distorsiona lo que los humanos llamamos
alma. En algún momento escribí que, dado el apellido del autor, resultaba
paradójica la presencia en
Lumbre obscura
de un recurso quevediano por
excelencia, el oxímoron, desde el título. Pero en este caso la figura literaria
sólo es insinuada, como si quedara a medias un decir, un trozo de tiempo
inconcluso; una idea que se resiste a ser terminada para no perder su
misterio, una imagen que se despliega apenas como su propia sombra.